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William Faulkner: proceso de escritura - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Al terminar su servicio en la Fuerza Aérea Británica, tras la Gran Guerra, William Faulkner se matriculó en la Universidad de Mississippi, y allí se las arregló para compatibilizar sus estudios con diversos oficios, entre ellos el de pintor de brocha gorda y el de cartero. Desde 1922, y durante un par de años, Faulkner fue el peor cartero de la historia, según cuenta la escritora Eudora Welty. En sus horas de trabajo se dedicaba a jugar a las cartas, a escribir poesía y a entonarse con lingotazos de bourbon. Algunos días se olvidaba de repartir el correo, y si entre la correspondencia encontraba folletos publicitarios, despachos académicos y revistas que juzgaba indeseables los arrojaba a la papelera. Antes de que el caos se apoderase por completo de la Universidad, oyó rumores de que la administración pensaba destituirle. Él se anticipó escribiendo una carta de dimisión que se ha hecho célebre y que decía concisamente: “Dado que vivo bajo el sistema capitalista, espero que mi vida se vea influenciada por las demandas de la gente que tiene dinero. Pero que me condenen si me planteo estar a la entera disposición de cada canalla errante que tenga dos centavos para comprar un sello de correos. Esta es, señor, mi renuncia”.

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William Faulkner: proceso de escritura

Se reeditan las revisiones de gerald langford de Absalón, Absalón! y Santuario

William Faulkner
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William Faulkner

Sanctuary

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William Faulkner

Absalom, Absalom!

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José Ramón Martín Largo – La República Cultural

Al terminar su servicio en la Fuerza Aérea Británica, tras la Gran Guerra, William Faulkner se matriculó en la Universidad de Mississippi, y allí se las arregló para compatibilizar sus estudios con diversos oficios, entre ellos el de pintor de brocha gorda y el de cartero. Desde 1922, y durante un par de años, Faulkner fue el peor cartero de la historia, según cuenta la escritora Eudora Welty. En sus horas de trabajo se dedicaba a jugar a las cartas, a escribir poesía y a entonarse con lingotazos de bourbon. Algunos días se olvidaba de repartir el correo, y si entre la correspondencia encontraba folletos publicitarios, despachos académicos y revistas que juzgaba indeseables los arrojaba a la papelera. Antes de que el caos se apoderase por completo de la Universidad, oyó rumores de que la administración pensaba destituirle. Él se anticipó escribiendo una carta de dimisión que se ha hecho célebre y que decía concisamente: “Dado que vivo bajo el sistema capitalista, espero que mi vida se vea influenciada por las demandas de la gente que tiene dinero. Pero que me condenen si me planteo estar a la entera disposición de cada canalla errante que tenga dos centavos para comprar un sello de correos. Esta es, señor, mi renuncia”.

Años más tarde, tras recibir el Premio Nobel, Faulkner se convirtió sin quererlo en una especie de embajador itinerante de su país. Conocedores de los hábitos del escritor, los funcionarios del Departamento de Estado consideraron oportuno emitir una circular titulada Pautas para el tratamiento del señor William Faulkner durante sus viajes al extranjero, donde hacían constar las recomendaciones que sus acompañantes debían tener presentes cuando el nobel se encontrara “overserved (borracho como una cuba). Entre otros consejos figuraba allí el de “colocar varias chicas muy jóvenes en las dos primeras filas, durante sus apariciones públicas, para mantenerle despierto”.

Casi toda la obra de Faulkner está escrita desde una perspectiva que no es muy distinta de la que provee el alcohol. Esto quiere decir, pues el humor que suscita el alcohol es variable, que cualquier asunto puede contemplarse desde diferentes y hasta opuestos puntos de vista, sin que ninguno de ellos llegue a ser nunca constante o definitivo. Faulkner detestaba la literatura realista u “objetiva” construida a golpe de párrafos informativos en los que una entidad omnisciente da cuenta de los rasgos físicos de los personajes, de sus relaciones, de su pasado y de sus anhelos. En las novelas y en los relatos de Faulkner el color del cabello de un personaje puede variar según sean las condiciones atmosféricas o dependiendo de quién lo mire. Ello explica que sus narraciones tampoco obedezcan a un orden cronológico establecido. Más allá de los argumentos que son propios de su obra, el verdadero tema de la misma es la relatividad del conocimiento humano, la inexistencia de toda objetividad. De ahí que sus historias deban ser contadas por múltiples personajes, abocados todos a una indagación cuyo resultado final, si lo tiene, puede no ser propiamente verdadero, y el cual no es consecuencia de una suma de puntos de vista, sino de una multiplicación. Indagador de esas historias es también el lector de las mismas, el cual debe guiarse a través de un cúmulo de ficciones para formarse su propia novela. El lector es así, no menos que el novelista, un creador.

Entre 1971 y 1972 el profesor de la Universidad de Texas Gerald Langford publicó dos volúmenes que se han convertido en clásicos indispensables para los estudiosos de la obra de Faulkner, así como para todos aquellos incipientes novelistas que, todavía, aspiran a dar a sus lectores algo más que una papilla insulsa y fácilmente digerible. Langford también era hombre del sur, nacido en Montgomery, Alabama, y crecido en Savannah, Georgia. Al igual que Faulkner, hizo la guerra (la segunda), y publicó relatos en diversas revistas, entre ellas The Georgia Review y The Prairie Schooner. En una entrevista aparecida en el Austin American Statesman en octubre de 1961 explicó: “No creo que se pueda distinguir entre la creación literaria y cualquier otro tipo de escritura. El escritor toma la materia prima de los hechos y de su propia experiencia como narrador, así como de la percepción, la interpretación y los usos de su imaginación”. Palabras que habría podido firmar el mismo Faulkner y que guiaron toda la obra de Langford, tanto la puramente académica como la creativa. Fruto de su trabajo de investigación fue en 1957 una biografía del escritor William Sidney Porter, más conocido como O. Henry, en la que dio a conocer nuevos datos acerca de las circunstancias que rodearon a la malversación por la que fue juzgado y enviado a presidio. Publicó otros libros en la década siguiente, pero la razón de su fama actual son estas revisiones de dos novelas de Faulkner, Absalón, Absalón! y Santuario, que han sido reeditaras ahora por la University of Texas Press.

Absalón, Absalón! cuenta la historia de los Sutpen, habitantes del condado imaginario de Yoknapatawpha, en Mississippi. Los cuatro narradores que tiene la novela nos desvelan desde sus puntos de vista el devenir de esta familia desde antes de la guerra de Secesión hasta los años de postguerra, constituyéndose por tanto en una reconstrucción de acontecimientos y a la vez en una evocación de aquel modo de vida sureño que iría desvaneciéndose después de la victoria del norte. Un modo de vida que aquí es recreado no se sabe si idílicamente, inserto en un contexto histórico y cultural del que participan la esclavitud, el racismo, la venganza y el honor. En realidad los Sutpen son un trasunto de la propia familia del autor, y el condado que inspiró el marco de la novela no es otro que el de Lafayette, donde Faulkner se crió. La novela fue publicada en 1936.

En medio de la ruina de los Sutpen, que es signo de la decadencia de una economía y una cultura, se nos presenta la historia de Charles Bon, de cuyo origen mestizo tendremos noticia mediante el relato de uno de los cronistas, Quentin Compson. La revisión de la novela a cargo de Langford confronta la versión original manuscrita con la publicada, tomando a veces fragmentos que son comparados línea por línea. De ello resulta que los cambios realizados por Faulkner no afectan sólo a la elección de palabras o a la construcción de frases, sino también al diseño de lo que viene a ser el tema central de la historia. En el manuscrito, en efecto, se establecía desde el principio que el medio negro Bon era hijo del fundador de la dinastía de los Sutpen, cosa que el autor modificó en su última redacción del libro antes de darlo a la imprenta. El cambio es significativo, ya que Absalón, Absalón! se convierte así en una especie de narración detectivesca –la antigua pretensión humana de comprender y tratar con el pasado– a la que, junto a los personajes, debe contribuir el lector. Hoy se nos antoja que el libro no habría sido del todo faulkneriano, ni una de las obras maestras de su autor, sin esta indagación colectiva que, como sabemos por intermedio de Langford, no figuraba en el plan inicial de la novela.

Del año siguiente, 1972, data la revisión que Langford hizo de otra de las narraciones de Faulkner, Santuario. Para esta revisión se sirvió de idéntico procedimiento que en el caso anterior, con la variante de que aquí dispuso de un material de partida más amplio, al existir dos galeradas distintas de la novela. Sucede que Santuario, además del único éxito de ventas en vida de su autor, fue acaso de entre sus obras la que tuvo una génesis más accidentada. Se publicó en 1931, y en el curso de su elaboración se manifestaron ya algunas de las técnicas que Faulkner desplegaría en Absalón, Absalón!, si bien aquí se arrepintió en gran parte de ellas y no llegaron a plasmarse en la versión final. Además el libro es el más controvertido de los suyos (de ahí quizá su éxito inicial), ya que trata el espinoso tema de la violación.

En Santuario se cruzan dos historias: la del abogado Horace Benbow, que vuelve a su ciudad natal, en el condado de Yoknapatawpha; y la de la bella y desvergonzada Temple Drake, hija del juez local. Mientras el bienintencionado pero inútil Benbow trata de probar la inocencia de un contrabandista acusado de asesinato, un gángster apodado Popeye, suma de todas las perversiones posibles, desflora a la joven Temple con una mazorca de maíz y la confina en un burdel, donde la obligará a mantener relaciones sexuales con otros hombres en su presencia. Más tarde, el inocente contrabandista será linchado y quemado vivo por la muchedumbre, mientras el verdadero asesino, Popeye, queda impune.

Los horrores de cualquier historia de fantasmas palidecen al lado del realismo espantoso de esta crónica”, escribió un crítico contemporáneo, para quien Santuario era una novela dirigida a lectores sádicos o víctimas de alguna patología clínica. Faulkner restó valor a la novela, y afirmó haberla escrito “para ganar algo de dinero”. Cuando la presentó a su editor en 1929, éste la rechazó horrorizado, y sólo se avino a publicarla al cabo de dos años, después de que el autor sometiera el texto a una profunda reelaboración. El argumento, sin embargo, quedó intacto. Son estas dos versiones las que confronta Langford, y ambas con el texto finalmente publicado. Se advierten así los esfuerzos de Faulkner por suavizar el tono y el lenguaje de la primera versión, detallándose las cancelaciones, las adiciones y los pasajes reescritos. Además, Langford demuestra en su análisis preliminar que ninguna de las declaraciones de Faulkner, y en especial la de su desdén hacia este libro, son de fiar. El texto revisado es dramáticamente más eficaz que el original, pero temáticamente menos denso e interesante que aquél. Y del examen de Langford, en conclusión, se desprende que algunas innovaciones estructurales de carácter experimental que estaban presentes en la primera versión desaparecieron, o se debilitaron, en la definitiva.

Ese gran escritor y mal cartero que fue Faulkner no vivió lo bastante para ver su obra sometida al riguroso análisis de su comentarista. Lo que posiblemente ahorró un disgusto a este hombre que en una ocasión, en su ejercicio de diplomático oficioso, fue devuelto directamente a Estados Unidos desde Tokio, poco después de aterrizar en esa ciudad y hallándose bajo los efectos de una de sus homéricas borracheras. Por lo demás, el revisor de su obra, Gerald Langford, fue un más que estimable autor de relatos que algún día deberían ser traducidos al castellano. Langford, tras dejar la enseñanza, se dedicó a la ficción, y dio a la imprenta no pocas narraciones, muchas de ellas de carácter faulkneriano, entre las que destaca Destination, de 1981. Cuenta la historia de Lee Griffin, otro personaje que regresa, no a Yoknapatawpha, sino a Savannah, para descubrir que sus recuerdos no concuerdan ya con la realidad. Allí se lee: “Cuando Griffin atraviesa Gaston Street y entra distraído en el viejo Forsyth Park, casi podría estar haciéndolo por primera vez. Ayer sólo tenía ojos para la gran fuente –una copia en hierro pintado de blanco de la que hay en la Place de la Concorde–. Hoy se toma su tiempo, diligente observador. El paseo principal todavía adopta la forma de un túnel bajo los arcos de los robles torcidos, con serpentinas de musgo gris, y el parque es tan inverosímil en su pintoresquismo como una puesta en escena pasada de moda sobre el Viejo Sur. Nada ha cambiado, excepto que todo parece mucho más pequeño, y tanto menos laberíntico de lo que creía haber recordado durante estos años”.

DATOS RELACIONADOS

Título: Faulkner’s Revision of Absalom, Absalom! A collation of the manuscript and the published book
Autor: William Faulkner / Gerald Langford
Editorial: University of Texas Press
Primera edición: 1971
Reimpresión: 2015
Formato: 25 x 18 cm. 376 páginas
ISBN: 978-0-29276-904-5

Título: Faulkner’s Revision of Sanctuary. A collation of the unrevised galleys and the published book
Autor: William Faulkner / Gerald Langford
Editorial: University of Texas Press
Primera edición: 1972
Reimpresión: 2015
Formato: 25 x 18 cm. 136 páginas
ISBN: 978-0-29276-905-2

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