Menú
laRepúblicaCultural.es - Revista Digital
Inicio
LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital
Síguenos
Hoy es Jueves 28 de marzo de 2024
Números:
ISSN 2174 - 4092

La estrella de Salomón, de Aleksandr Kuprín - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Un joven de nombre Iván Stepánovich, funcionario de un juzgado y miembro de un coro parroquial, entra en el compartimiento de su tren y se sienta junto a la ventana. A menos de tres pasos, en la ventana de otro tren que también espera la orden para partir, hay una mujer joven. Enmarcada por el borde de la ventana, ella se le aparece como un cuadro, con su elegante sombrero blanco de primavera y, en las manos enlazadas, un ramo de lilas frescas, posiblemente recogidas esa misma mañana. “Qué hermosa”, piensa Iván, encantado y sin apartar los ojos de ella. Y luego: “Ah, está sonriendo”. Cierto es que ella sonríe, pero sólo con los ojos, y esa delicada sonrisa está llena de un coqueteo inocente, de dulzura, de alegría por la vida y por el día primaveral; en resumen: una maliciosa sonrisa juvenil. Ella, al saberse observada por el desconocido, inclina la cabeza y casi toca el ramo de lilas con la punta de su nariz. Entonces el tren de la mujer empieza a moverse. De pronto queda claro que se trataba sólo de una ilusión, de ésas que son comunes en las estaciones de tren. “Oh, si tan sólo pudiera conseguir una de esas lilas”, piensa el joven. En ese momento, con asombrosa rapidez e increíble agilidad, la mujer arroja el ramo directamente a la ventana abierta de Iván. Él logra atraparlo e incluso tiene tiempo suficiente para mirar por la ventana y presionar el ramo contra sus labios. La belleza se ríe, esta vez sin el menor disimulo, y él puede ver sus ojos que asienten en señal de despedida. El cuadro parpadea, se fusiona con otros vagones, otras ventanas, otras caras, y finalmente desaparece.

república, cultural, revista, digital, Porsa, narrativa, literatura, La estrella de Salomón, Aleksandr Kuprín, Alba, La República Cultural

La estrella de Salomón, de Aleksandr Kuprín

El amor, la fábula y el deseo

La estrella de Salomón
Ampliar imagen

La estrella de Salomón

Portada del texto de Aleksandr Kuprín.

La estrella de Salomón
Ampliar imagen
La estrella de Salomón

Portada del texto de Aleksandr Kuprín.

DATOS RELACIONADOS

Título: La estrella de Salomón
Autor: Aleksandr Kuprín
Traducción: Alberto Pérez Vivas
Editorial: Alba
Primera edición: 2015
Formato: 20 x 13 cm. 160 páginas
ISBN: 978-84-9065-105-6

José Ramón Martín Largo – La República Cultural

Un joven de nombre Iván Stepánovich, funcionario de un juzgado y miembro de un coro parroquial, entra en el compartimiento de su tren y se sienta junto a la ventana. A menos de tres pasos, en la ventana de otro tren que también espera la orden para partir, hay una mujer joven. Enmarcada por el borde de la ventana, ella se le aparece como un cuadro, con su elegante sombrero blanco de primavera y, en las manos enlazadas, un ramo de lilas frescas, posiblemente recogidas esa misma mañana. “Qué hermosa”, piensa Iván, encantado y sin apartar los ojos de ella. Y luego: “Ah, está sonriendo”. Cierto es que ella sonríe, pero sólo con los ojos, y esa delicada sonrisa está llena de un coqueteo inocente, de dulzura, de alegría por la vida y por el día primaveral; en resumen: una maliciosa sonrisa juvenil. Ella, al saberse observada por el desconocido, inclina la cabeza y casi toca el ramo de lilas con la punta de su nariz. Entonces el tren de la mujer empieza a moverse. De pronto queda claro que se trataba sólo de una ilusión, de ésas que son comunes en las estaciones de tren. “Oh, si tan sólo pudiera conseguir una de esas lilas”, piensa el joven. En ese momento, con asombrosa rapidez e increíble agilidad, la mujer arroja el ramo directamente a la ventana abierta de Iván. Él logra atraparlo e incluso tiene tiempo suficiente para mirar por la ventana y presionar el ramo contra sus labios. La belleza se ríe, esta vez sin el menor disimulo, y él puede ver sus ojos que asienten en señal de despedida. El cuadro parpadea, se fusiona con otros vagones, otras ventanas, otras caras, y finalmente desaparece.

El deseo está en el principio de la leyenda fáustica. El deseo de lo imposible está en la naturaleza del hombre: para su realización existe la magia, y detrás espera el Diablo. Éste, en el drama de Goethe, es el espíritu que siempre niega, y con razón, “pues todo cuanto tiene principio debe ser aniquilado”, pero es también el efímero consuelo del hedonista que sueña en esta vida con hacer realidad todos sus deseos, para lo cual debe firmar el contrato que el otro le ofrece con una gota de sangre. El hombre de hoy, víctima de la publicidad de Mefistófeles, es el que a todo lo largo de la historia humana posee mayor número de deseos. Estos nos son despertados artificialmente cada minuto, para así engrosar las cuentas del Diablo, que nunca fue tan rico. ¿Qué pasaría si todo hombre o mujer, empezando por el más corriente, pudiera hacer todos sus deseos realidad?

Aleksandr Kuprín es de esos grandes autores que tuvo la desgracia de ser contemporáneo de Chéjov y Tolstói. Ensombrecidos por ellos, y también por Dostoievski y Gorki, escribieron Iván Bunin y Mijaíl Saltykov-Shchedrín, además de nuestro autor y muchos otros, los cuales vendrían a ser una especie de Edad de Plata inscrita dentro, o debajo, de la Edad de Oro de las letras rusas. El relato que comentamos aquí, publicado por la editorial Alba, puede pasar por ser una narración fantástica, y como tal apareció su autor en el segundo volumen de la antología Pioneros de la ciencia ficción rusa de la misma editorial. Sin embargo, lo que de fantástico, alegórico y fabuloso hay en algunas obras de Kuprín no es más que otra forma, argucia retórica o fina ironía, de tratar con la realidad. Kuprín fue un autor realista.

Nació en 1870 en la provincia de Penza, al sur de Rusia. Muerto su padre de cólera al año siguiente, fue el favorito de su madre, descendiente de una principesca familia tártara con la que se marchó a Moscú, donde debieron instalarse en una casa de beneficencia para viudas. Liubov Kuprina inculcó en el muchacho la nostalgia de la cultura tártara, que inspiraría algunos de los temas de su obra futura. De esta mujer cuya perdida gloria tuvo que ser reemplazada por el fuerte y práctico carácter de una superviviente aprendió su hijo no sólo relatos, sino también una expresividad de la que sería deudor y a la que se refirió ya en la vida adulta: “¿Cuántas veces voy a seguir robándole a mi madre, tejiendo con sus palabras y expresiones mis propias historias?”.

A la edad de diez años Kuprín fue cadete en una academia militar, cuya terrible disciplina, que incluía los castigos físicos, entró en contradicción pronto con las ideas de nobleza y justicia en las que le educó su madre. En 1894 abandona el ejército y se traslada a Kíev, donde se dedica a la literatura y al periodismo. Viajó mucho por Rusia, especialmente por el sur, y se ganó la vida como obrero en una fábrica y como actor ambulante. Su producción literaria de entonces apareció en diversas revistas de Kíev, en las que publicó una serie de artículos con el título de Tipos de Kíev, en los que puso de manifiesto su habilidad para la representación de caracteres tomados de los ambientes pequeñoburgueses y de los bajos fondos. En esos años publicó dos cuentos admirables, La encuesta y El albergue nocturno, en los que se muestra como continuador de la tradición humanista y democrática de la literatura rusa que ya habían cultivado Chéjov y Tolstói. Sin embargo, el libro que le dio a conocer fue Moloch, de 1896, en el que reunió sus experiencias como obrero industrial y reportero en la cuenca minera de Donetsk. La obra (inédita en castellano) se considera todavía hoy un modelo de análisis literario de las relaciones entre el trabajo y el capital, y describe con profusión de detalles la vida deshumanizada en una fábrica y en los poblados obreros. Protagonista de la misma es el ingeniero Bobrov, que a la vista de la injusticia social reinante se siente “como un individuo al que hubieran arrancado la piel”, y para quien el progreso capitalista, creador de fábricas y plantas industriales y engendrador de desvergonzados y duros hombres de negocios, es semejante al monstruoso ídolo Moloch, siempre sediento de sacrificios humanos.

Más tarde Kuprín se traslada a la provincia de Volynsk, donde se familiariza con las narraciones propias de la tradición oral de los campesinos ucranianos. Producto de ello son los relatos Un rincón en el bosque y Oliesia. En estas obras, como en Cuatreros, Kuprín ensalza a los así llamados “hijos de la tierra”, hombres libres que han roto sus vínculos con el medio social y asumen lo trágico y solitario de su destino. Kuprín ya era un autor reconocido cuando se establece en San Petersburgo, donde traba amistad con Chéjov y Gorki. En la colección dirigida por éste último “El Saber” publicará El duelo, de la que existe edición española (Nevsky Prospects, 2011). Tras esta novela en la que el autor mostró la decadencia y la descomposición del ejército zarista, su obra iba a experimentar un giro, consecuencia del fracaso de la revolución de 1905. Se aleja de Gorki, al que había escrito: “puede usted decir que todo lo que de impetuoso y audaz encierra mi obra le pertenece”, y empieza a publicar una serie de relatos afines al simbolismo por entonces de moda, entre ellos Sulamita (Nevsky Prospects, 2012) y El brazalete de rubíes, relato que fue traducido hace años (y que hoy se encuentra descatalogado). Kuprín volvería, no obstante, a la novela de temática social con El estercolero, historia ambientada en un burdel en la que denunció las condiciones de vida de las mujeres forzadas a ejercer la prostitución, y que se publicó durante la Gran Guerra. Kuprín, que contribuyó con su pluma a la llegada de la revolución, permaneció poco tiempo en la Rusia soviética. Se estableció primero en Estonia y después en Finlandia, marchando a París en 1920. Iba a permanecer en el exilio hasta 1937, año en el que regresó a su país. Murió en Leningrado al año siguiente.

La mayor parte de la obra de Kuprín plantea una cuestión que es relevante y que tampoco era ajena a Camus: la de cuánto puede soportar la indiferencia de un hombre a la vista del sufrimiento de otro. El propio cuestionamiento moral ya lleva aparejada una noción de rebeldía que, como escribió el autor de La peste, aparece cuando el hombre proclama: “no”. De ello no puede deducirse que la rebeldía sea sólo una pura negación –a la manera de la de Mefistófeles–, ya que, como observamos en la obra de Kuprín, aquélla se hace acompañar por el canto hacia todo lo sencillo y armonioso de la vida, una elección que es estética pero también política, y que a nuestro autor le llevó afirmativamente a denunciar la fealdad de las injusticias. Todo ello con un estilo conciso y a menudo lacónico que puede transitar entre el naturalismo de los ambientes hoscos y sórdidos de un cuartel o un prostíbulo y el erotismo que tiene su raíz en el Cantar de los cantares y en el que un renovado rey Salomón puede decir: “Ponme como un sello en tu corazón, como tatuaje en tu brazo, porque es fuerte el amor como la muerte”.

Este mismo personaje desempeña un papel no menor en la vida de nuestro Iván Stepánovich Tsviet, el protagonista de La estrella de Salomón (1917), un hombre modesto y ordenado, puntual oficinista siempre a las órdenes de lo que le manden en el Juzgado de Menores Huérfanos. Iván no fuma, no bebe, no juega y no es mujeriego. Incluso su único sueño, el del ascenso, también es modesto, ya que apenas le permitiría, llegado el caso, poner fin a su fastidiosa relación con el coro parroquial, indispensable ahora para equilibrar su magro presupuesto. Pero he aquí que un día se le presenta el señor Tófel, “agente de negocios”, emisario de un mundo que le es desconocido y que le comunica la buena nueva de una herencia, recibida de improviso tras la muerte de un pariente que tenía olvidado. La propiedad, consistente en una mansión y unas tierras, introduce a Iván en un extraño mundo, en cuyo seno cambiará su vida. Aquí el instrumento que persuadirá al joven de su facultad para hacer realidad lo que se le antoje no es un televisor, ni una tablet ni ningún otro aparato electrónico, sino el objeto que hace cien años los sustituía a todos: un libro. Pues sucede en efecto que el lejano tío tenía fama de nigromante y cabalista, lo que explica que en su biblioteca encuentre un volumen satánico que el heredero tratará de descifrar. De la revelación de los secretos que éste guarda resulta que ningún deseo podrá resistirse en el futuro a Iván, el cual comprobará por sí mismo cómo la realización de cada uno de ellos le obliga a concebir otros nuevos, tanto más inútiles y engorrosos cada vez.

La alegoría es amena y humorística, pero no intrascendente, y lleva en sí la nostalgia de una forma de vida y de ver e interpretar el mundo. Kuprín nos habla aquí de magia, sobre todo de la magia del amor, y también de una honrada filosofía en la que ocupa un lugar destacado la rebeldía de la sencillez.

Alojados en NODO50.org
Licencia de Creative Commons