Julio Castro – La República Cultural
Tiznados los rostros, rebozad@s de tierra, sudor y porquería, van siendo eliminad@s, o eliminándose entre sí como caníbales. El maestro de ceremonias, en este caso Rulo Pardo, les provoca e incita, para saber si estarían dispuest@s a comerse los dedos de la mano de otros con tal de vencer.
Es un concurso que va mucho más allá de la vida o de la muerte, porque se trata de un dinero inalcanzable… especialmente cuando no hay nada. El nuevo trabajo de Alberto Velasco, escrito por Félix Estaire tiene todo el compromiso del mundo, va más allá que muchos otros, pero, sin dejar de lado quiénes lo componen, no abandonan la idea del medio en el que se expresan, y son capaces de combinar e integrar a tod@s.
Del mundo de Pollack a la escena europea: medio siglo
Es tan difícil como duro escribir sobre casualidades que afectan a los pueblos, pero quiere la fortuna que se haya estrenado el Danzad malditos de Alberto Velasco y Félix Estaire en esta precampaña del Pueblo Griego, y en los albores del referendum que decidirá sobre la dignidad y sobre el significado de vivir de rodillas y subsistir arrastrándose, o el riesgo de hundirse exigiendo lo que les pertenece, recorre mi cabeza la idea de Horace McCoy que Sydney Pollack llevara al cine, gracias a la explosión de imágenes y desarrollos escénicos que componen la propuesta dramática que ha arrancado en Madrid, en este Frinje 2015.
No es posible que cuando arrancaba esta idea hace meses, ni que cuando se programó esta semana para iniciar el festival de verano de la escena en Madrid, alguien soñara la coincidencia de ambos eventos. No es posible siquiera que imagináramos que allí estaría Syriza, y nuestra ciudad, como decía otra compañía gallega en el festival, fuera “territorio libre de esperanza”.
Nadie podía hilar las conexiones entre un pueblo hundido en la gran depresión estadounidense tras el crack del ’29, y el deseo de hundir a un país como ejemplo por parte de quienes controlan el resultado de aquella banca. De manera que es casualidad que la precampaña helena en nuestros ánimos madrileños venga señalada por el teatro de esta gran compañía, que arranca con las gradas a reventar, y el cartel de “no hay entradas” desde antes del inicio del festival que la acoge.
¿Y los caballos siguen cayendo?
“Quizá este endiablado mundo sea sólo un escenario. Todo está amañado incluso, antes de que puedas actuar”, dice Jane Fonda tras vencer el concurso en el film de Pollack. Comprender la crítica de los autores por los que ha pasado esta propuesta, hacia quienes destruyen la vida y transforman el arte en concurso, no es posible sin situarse en la piel de sus protagonistas.
La idea de Estaire y Velasco, no sólo es fiel a sus autores y a los orígenes de esta historia, sino que son fieles en la transgresión que hacen en la composición que ofrecen al público. Porque trasladar literalmente una idea como esta al teatro, casi un siglo más tarde del período que narra (o 50 años después del film que lo reclama), sería destruir aquello que se está contando.
El Robert de Pollack es asumido por el personaje del mismo maestro de ceremonias, en cuanto al trauma con el caballo accidentado que en su infancia mató para evitarle sufrimientos. En este caso, Rulo Pardo será el cruel maestro de ceremonias, que impone a las parejas concursantes las penalidades que deben pasar para seguir en el concurso.
La acción dirigida por Rulo en escena, responde a una transposición de su sufrimiento personal en el caso del caballo. Por eso, no sólo él les “da muerte” en el concurso, sino que pide la colaboración de quienes le rodean o, incluso, de las propias “víctimas” si se da el caso.
La vida es injusta, de eso va esta obra…
Es una forma de trasladar a nuestra sociedad esa realidad en la que, quienes gobiernan, obligan a sus votantes a elegir entre la oferta del momento, donde el menú se restringe a lo que digo yo, o lo que dice el de al lado, que es un matiz: algo así como “ahórcate tú mismo con mi soga”. Por eso me parece tan oportuno el caso griego, donde alguien ha quemado la soga y dice “si queréis ahorcaros, buscad otra manera”.
El formato que dirige Velasco adquiere formas impresionantes, que se anuncian al público desde el momento en que la escenografía, compuesta de desechos de mobiliario roto, serrado y colocado de manera que todo parece un espacio inclinado, medio hundido en un montón de tierra: señala a quienes se acomodan en las butacas que el elenco no estará cómodo, moviéndose entre tierra y los restos de un acomodo civilizado, ahora derruido. Pero, más aún, señala que el público no se acomodará en sus asientos, porque no hay acomodo para nadie.
Los giros en la historia de Rulo Pardo son coreados y cantados por la potente voz de Verónica Ronda, que con arreos en el cuerpo, danza por los suelos la eterna muerte del caballo de la historia, en tanto que el resto del elenco compite por ganar. La única opción es ganar. En todo. Porque ya anuncia en un momento dado que “adiestrar a un caballo, no es sólo ganarse su sumisión, sino hacer que disfrute con lo que hace”. Vivimos entre ganado sumiso, que ya alcanza el disfrute hace años.
Si observamos la plástica, la iluminación y el conjunto, comprendemos que el diseño nace del corazón de la propia obra, ya sea del original o de sus versiones de pantalla y escénica. No me parece que el ambiente generado pueda responder a la mera estética ecléctica, sino a la necesidad de conectar los mundos que comprende el trabajo, incluido el público.
Un público atraído en primera persona
Lo digo porque quienes observan, no pueden permanecer ajenos al contenido, y todo tiene un reflejo en la vida. “Probarse servirá para separar la morralla de la excelencia, porque siempre fuimos más de Darwin que de dios”, afirman al comienzo. Es una primera distancia con otras formas de pensar y otras culturas, que no es amable, pero es una forma de planteamiento hacia la sumisión: la de la selección por la fuerza o por la habilidad. En definitiva, es igual, porque el que más tiene ganará.
Sin embargo, para determinar la injusticia de la vida, han creado un proceso azaroso, en el que las eliminaciones no son siempre iguales, y la historia puede cambiar en cada pase, ya que se decide eliminar de forma más o menos arbitraria. Esto ha obligado a aprender cada cual el recorrido de la obra de principio a fin, puesto que no saben si alcanzarán la victoria o no.
Aparte del diseño de elementos, es importante señalar que en un escenario extremadamente alargado, saben dirigir al público hacia lo que quieren señalar en cada momento, de manera que no se hace incómodo el que utilicen todo el espacio de extremo a extremo. Por otra parte, aunque suelo odiar los micrófonos en escena, en este caso se le logra sacar el mejor partido, porque la música y la voz se han integrado de un modo muy efectista, y no interfieren en la acción. Nada falta y nada sobra, porque cuentan con todo tipo de profesionales que han ajustado su trabajo al servicio del conjunto (diseños escénicos, música, vestuario…), y en escena se ha puesto la carne en el asador.
En fin, logran un montaje de esos en los que se consigue alcanzar y sobrepasar al público, que deberá plantearse dónde queda su papel fuera de allí, ya que todo se pone en seria duda. Es una propuesta que por su trabajo y por su potencia, debe estar en muchos escenarios. Seguro que llegará a mucha gente.
Y cuando termino de escribir esto, dentro de unas horas, el pueblo griego decide algo importante en su vida, acerca de lo que otros han cercenado y de lo que aún pretenden arrebatarles. Los artífices del término democracia, la cuna del teatro clásico. Yo sé lo que me gustaría que ocurriera, pero no sé qué es lo mejor para ese pueblo hermano. No puedo decírselo, porque sería matarles, condenarles a la victoria o a la victoria, porque decidan lo que decidan, han ejercido la democracia, y nadie podrá dispararles como a caballos. Ese es el público, ese es el pueblo, y esa es la grandeza que muestra a veces un teatro.