Julio Castro – La República Cultural
Strindberg es un autor oscuro, quiero decir que, sus personajes pueden estar rodeados de aparente luz y relumbre, pero el fondo que se masca en las entrañas de su argumento vital, siempre rezuma oscuridad y esconden entre pliegues motivos e intenciones secundarios.
La señorita Julia es un buen ejemplo del caso de este autor, que tan bien ha sabido reflejar Estefanía Cortés en su adaptación, y su equipo en la puesta en pie de ese texto. La creación, llevada al espacio de La Pensión de las Pulgas para su estreno, no deja de apostar por una luminosidad aparentemente cálida, que inserta en el diseño de una oficina de muebles vintage, esconde detrás la frialdad del fluorescente del entorno laboral.
Sin embargo, sus personajes saben forzar un acercamiento tan “antinatural” como el de la despechada ama, hija del conde, con el chófer de su padre (un criado en el original de Strindberg). Desde el comienzo es evidente el juego, ya sea en el texto como en la obra, pero convence al público presente (o, en su caso, a quien lo lee) de que se alcanzará un nivel en la trama donde no quepa más que romper esos esquemas sociales que l@s mism@s protagonistas han creado en su argumentación expositiva.
Es el juego de lo prohibido, pensando que se pueden tomar caminos aleatorios, y que en escena no hay consecuencias, porque todo es posible. Quiere el teatro que, a veces, sus dramaturg@s decidan el camino sin dejarse llevar por sus propios personajes, o que, a veces, lleguen a encontrarse en el brete de seguirles la corriente. Aquí, corresponde al público decidir cuál es el la posición de Strindberg o, si hay más curiosidad, preguntarle a su directora cuál es la motivación de esta adaptación.
La mujer y sus decisiones en el centro de la obra
Otra propiedad de August Strindberg es la de hacer que las mujeres jueguen papeles centrales, en los que les corresponderá la capacidad de decisión, por mucho que se encuentren mediatizadas por su realidad con cabezas de familia dominantes. Claro, esa es una idea muy interesante y extremadamente sugerente si pensamos la época de vida del escritor (1849-1912), pero si vemos la panorámica de la vida del autor y el recorrido que le hace pelear contra buena parte de lo establecido, nos sitúa en una realidad que conduce hacia un individuo poco común y, en sí mismo, una revolución social. Aún así, la posición de la mujer en el entorno social de su obra, es poco común, ya que pocos autores se preocupan en ese período por darle un papel decisorio protagonista (aún siendo falso en realidad).
Así es la señorita Julia que ha adaptado y dirigido Estefanía en esta propuesta, con un papel preponderante por la posición social, que produce miedos e inevitables recelos, pero que se siente, a su vez, sometida por el poder familiar, y que la conduce hacia el involuntario sometimiento por parte de aquel al que pretende tener bajo su tacón.
En este sentido, el papel de Esther Acebo encierra la ira de la falsedad de aquella sociedad, trasladada a una clase social aún vigente en estos días, que muestra una paradoja aún más absurda que la de aquella otra de hace casi siglo y medio. Una ira, la de la señorita Julia, que acaba por delatar la falsedad de su poder al encontrarse con el del chófer farsante y estafador que Sergio Pozo desempeña con la necesaria crueldad teñida de engaño.
La puesta en escena lucha entre la poética y la aridez
A partir de los sueños de coca de Julia, la comunicación entre los personajes comienza a fluir. Aquí se evidencia que la poética de los textos va y viene, y se alterna con la violencia de los encuentros entre los personajes.
Strinberg y Estefanía colocan a sus personajes en el punto más alto, para luego estamparlos contra el suelo. “Juan, ¡háblame con dulzura!”, le exige a Juan la señorita Julia, que quiere que su chófer, ahora presunto amante, le de una solución para tomar su decisión inmediata, “Las órdenes siempre suenan así, duras, hostiles, ya es hora de que lo aprendas”, responde Juan sin miramientos y sin importarle los deseos de la hija del conde.
Deudores del poder y de la sociedad organizada
Consideración aparte merece el personaje de Cristina, la novia de Juan y en esta versión secretaria de la señorita Julia, porque es un compendio de deseos, inseguridades y recelos, que se plasman en una vida llena de prototipos sociales, estamentos estancos e inmovilismo personal, que la conducen hacia la creencia de una imposibilidad de cambio, adornada con la idea de la religión y las recompensas postmortem. Personaje aparentemente menor el de Irene Escalada, en este caso, constituye precisamente el eje fundamental que desvela el pensamiento organizacional de la sociedad de la época (y, porqué no, actual), donde el poder hace mejores, y permite conocer la posición de cada cual: “¡para nosotros es un consuelo el saber que ‘ellos’ no son ni una pizquita mejor que nosotros!”, exclama Juan a modo de una especie de excusa, al irse desvelando lo que ha ocurrido; “No, no estoy de acuerdo, porque si no son mejores, ¿qué sentido tienen nuestros esfuerzos por llegar a ser gente bien?” le responde una Cristina indignada, más por el revoltijo de las posiciones sociales que le genera esta historia, que por el hecho de lo que se haya tramado a sus espaldas.
Precisamente así lo ha querido plasmar la directora, al otorgarle nuevo título a su adaptación, como El ojo de la aguja, que es cita de la frase con la que la airada novia de Juan espeta a la señorita Julia “y es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos”, dicho extraído y vulgarmente conocido a partir de los textos traducidos de Mateo 19:24 y Marcos 10:25 (aunque el origen no hace referencia a un camello “kámelos”, sino a “kámilos”, soga o maroma, que tiene más sentido que la manera en que se ha popularizado).
Es en ese pasaje en el que se centra la falsedad de sus personajes, que dudan y se retuercen ante la cita bíblica, pese a su indiferencia anterior ante la falsedad de sus apariencias, o, tal y como resume Julia “Uno huye, sí, pero los recuerdos nos siguen en el furgón de equipajes y también el arrepentimiento y los remordimientos”. Por uno y otro lado, los personajes acaban por caer de lleno en la falacia de la sociedad establecida, para ser víctimas de sí mismos en las consecuencias de unas decisiones tomadas al amparo de su deseo de huída y ruptura. En definitiva, es como si Strindberg en su propia vida, hubiera sido víctima de sí mismo, y creo que ahí radica la diferencia del punto de vista de este título.
Un gran texto, para una estupenda adaptación en la que sus protagonistas asumen realmente el papel maldito de Strindberg.