Eliane Hernández Montejo
Ninguna guerra es igual que otra, pero todas acaban pareciéndose cuando uno vuelve la vista hacía sus víctimas. “La mayoría de los refugiados huyó con lo puesto. (…) Cifran todas sus esperanzas en un país europeo, y Alemania está en los sueños de casi todos”. La cita podría ser de cualquier momento reciente, podría haber aparecido ayer u otro día de esta semana en un cualquier medio de comunicación, y, sin embargo, tiene ya más de 20 años, y pertenece a un artículo publicado el 22 de agosto de 1992. En aquel momento los refugiados no eran sirios, sino bosnios, pero sus esperanzas eran las mismas, alejarse de una guerra y volver a construir su vida en un lugar en paz.
Sarajevo recoge los artículos escritos por Alfonso Armada sobre la guerra de Bosnia entre el 19 de agosto de 1992 y el 26 de julio de 1993, unos relatos en los que intentó contar historias de la gente, para que el lector fuera capaz de ponerse en su lugar, para que el conflicto no fueran solo cifras de muertos y heridos, datos de proyectiles y municiones o partes de guerra anónimos, sino el reflejo del día a día de los habitantes de una ciudad sitiada. Unas personas que, pese a su situación, se negaron en todo momento a abandonarse.
Los textos periodísticos van acompañados en el libro de anotaciones de su diario personal: “La ciudad no ha sido reducida a escombros. (…) Es una destrucción lenta y minuciosa. No es que los habitantes de Sarajevo Se acostumbren al horror, sino que lo sobreviven”. Porque para Alfonso Armada lo que se escribe para el periódico no es lo mismo que lo que uno escribe para sí mismo. Y de esta forma el lector no solo se adentra de nuevo en la guerra de Bosnia, sino que la vive desde la perspectiva del periodista que evoluciona a lo largo de la misma, de manera que en los últimos apuntes no dude en afirmar que “Bosnia y Sarajevo forman parte indeleble de mi vida, de lo que soy”.
Veinte años después, Sarajevo rememora una guerra para muchos ya olvidada, mientras otra aparece casi a diario en las noticias. En el caso de Siria ha hecho falta que la foto de Aylan Kurdi, muerto en la playa, diese la vuelta al mundo para remover la conciencia del común de los mortales, que no la de los políticos. En Bosnia fue necesario que 8.372 musulmanes muriesen en Srebenica a manos de los radicales serbios para que en 1995 la comunidad internacional se decidiese a intervenir. Y Siria está más lejos. Siria no es Europa. En Siria no hay periodistas que nos cuenten lo que pasa diariamente porque a los medios de comunicación esa guerra no les resulta rentable, y el Estado Islámico se encarga de demostrar permanentemente a los freelance que allí no son bienvenidos. Así que hace falta recordar, claro que hace falta recordar, porque mirando de vez en cuando al pasado no resulta tan difícil pronosticar el futuro.