Julio Castro – La República Cultural
“Únicamente puedes ser mamá de niños muertos, de los que no hablan y se secan con el tiempo”, echa en cara a su mujer, cuando ella dice que tiene que ser madre. La escena ha arrancado en un espacio lúgubre y con trazas entre la suciedad y el abandono, que es el mismo aspecto que ellos, especialmente el señor de la casa, ofrecen al público. Una larga mesa, los platos, flores secas desparramadas por la mesa y sendos candelabros con cabos de vela que están en las últimas. Estamos en una cena del matrimonio, que protagonizará la obra de Carles Harillo, desde la que se muestra un entorno deteriorado, no sólo en lo material, sino en lo físico y lo relacional.
Dos personajes principales, Hombre y Mujer, que quieren esforzarse denotar una clase elevada, pero no hacen más que caer en un pozo sin fondo, la Sirvienta, que se despide de la casa harta del trato y la ausencia de dinero, y el Amigo de ellos que llega a visitarles, con un motivo oculto.
Cuatro personajes sin nombre que tratan de aparentar un entorno strindbergiano, en el entorno, en el arranque de la trama, en el enfrentamiento a muerte de sus protagonistas, en el diseño oscuro del montaje…, pero que acaban profundizando en lo irónico, en la falacia de un humor tras su manera de vivir y de tratarse, desde el que la destrucción que aparentan no es algo en lo que deseen recrearse, sino que les es inherente, inevitable.
Carmen Mayordomo, el papel de la Mujer, y Mario Zorrilla, en el del hombre, poco hay que decir de ella como actriz, porque lleva años demostrando cada vez más que es capaz de enfrentar cualquier personaje. Eso sí, siempre eligiendo algo retorcidillo en los papeles, a los que dota de su propio estilo de tragedia y, en cuanto puede, de humor. El del actor principal, equiparable al de la Mujer, ha sabido jugar la baza de la profundidad y la violencia, de la desesperación y la contradicción, que acaban en lo que es este núcleo familiar: un patético par de sádicos.
Se juega al feísmo y a lo escatológico, especialmente en el inicio de la propuesta, y aunque la violencia mantiene la tensión de principio a fin, la seriedad y el miedo que puedan producir en la obra, se superponen al humor irónico más descarado.
El texto y la manera de ejecutarlo discurren con una enorme fluidez, como algo natural en la vida, pese a lo poco razonable de las relaciones que construyen y sus entresijos. Por eso la obra es capaz de mantener la tensión sobre el argumento, mientras que es evidente que hay una clara ridiculización exagerada de los formatos que se utilizan para sus personajes.
Mujer: Hagamos un brindis.
Hombre: Sí.
Mujer: Con el mejor vino de la bodega.
Hombre: Esto no es vino.
Mujer: Cállate.
Hombre: Ni siguiera tenemos bodega.
Mujer: Una vez tuvimos una.
Hombre: Nunca hemos tenido bodega.
Mujer: Calla. (Levantando la copa) Brindemos.
Hombre: Brindemos.
Frases cortas y de argumento repetitivo e insistente, alternan con algún monólogo más explicativo o declarativo, pero casi siempre se esconde detrás la motivación de la provocación para el enfrentamiento entre ellos dos, sin desdeñar la posibilidad de inmiscuir a otro, o de atacarle conjuntamente. “Me agobias. Te odio”, dice él, “Yo también, querido”, responde ella, pero él no puede dejarse superar “Yo más…”, le responde él, y la Mujer trata de marcar un límite desconocido “Yo te odio más de lo que te imaginas”, “Sé lo que me odias y yo te digo que te odio más”, zanja el Hombre. De esta manera mantienen peleas casi infantiles, que se matizan con el desprecio y la inquina de los adultos. En realidad, el peor momento para la pareja es la despedida de la Sirvienta, porque se va un aliciente más para el odio hacia terceros. Lo cual no quita que mantengan viva la llama del desprecio entre ambos, que encarnan ese espíritu destructivo capaz de envenenar el manantial más puro.
Así, no despreciarán la manipulación y la extorsión, cuando llega su Amigo, que viene a prestarles ayuda… y a saldar una vieja deuda. La obra construye personajes generadores de odio y violencia, que disfrutan de la destrucción ajena y se alimentan de la carroña humana que se exponga a su alrededor. Pero de una manera difícilmente igualable.
Por su parte, Xabier Murua sabe situarse bien en su papel desconcertado entre dos fieras, que trata de salvar los muebles… aunque sólo sean los suyos. Josi Cortés tiene un par de breves intervenciones, pero que sirven para matizar muy bien a los propietarios de la casa.
Me sorprende gratamente ver esta propuesta de Carles Harillo, ya que en su momento tuve ocasión de conocer el trabajo compartido en el montaje Tres segundos (también con Josi Cortés pero en un texto muy breve), pero salvo esto, algún otro trabajo de dirección me lo pintaba muy lejano al teatro que pueda interesarme. Creo que aquí muestra unos registros muy interesantes, con un texto directo y conciso, capaz de solapar diferentes contenidos detrás, pero también la dirección, que se ajusta muy bien al equipo escogido.