Julio Castro – La República Cultural
Las flores, con diferente significado en las tres propuestas, tienen en común a las víctimas, a las que contemplan desde diferentes perspectivas, para exponer y denunciar, hechos sin resolver que siguen ahí, como tantos otros: los cadáveres enterrados en las cunetas, junto a los pueblos, niños y niñas secuestrad@s y desaparecid@a por monjas y otros criminales adeptos al régimen, o las víctimas de la tortura y abuso policial, como el caso del asesinato impune de Enrique Ruano a manos de unos agentes al servicio de la policía de Manuel Fraga.
“Don Herminio, el cura del pueblo”, dice el pedrero, al que da vida Rubén Labio “ese era de los fachas, fachas; a los jornaleros nos sentaba al fondo de la iglesia”, cuenta el jornalero del pueblo desde su fosa. Él se siente acompañado por los otros vecinos y compañeros asesinados, pero ha ido viendo cómo desaparecen todos aquellos testigos que pueden decir dónde se encuentran enterrados sus cuerpos. El señorito y su hijo centrarán finalmente la trama de esta trágica escena.
Un doble cono generado con aristas de hierro, en forma de reloj de arena, sirve de escenografía principal para las tres piezas. La tierra cubre el suelo, parece que toda la arena ya ha caído y el tiempo ha pasado. Así, acompañará a las diferentes víctimas, para que puedan usarla de sustrato a esas flores secas que traducen las esperanzas muertas de cientos de miles de víctimas no reparadas en tres cuartos de siglo.
Así, el cadáver de la fosa trata de asomarse a través del cuello de embudo que se forma sobre su cabeza en la estructura metálica, a través de esa abertura se cuela la luz, como una última esperanza de regresar sobre la tierra.
“En la tierra nunca sabes si escarbas hacia arriba o hacia abajo”, reflexiona el personaje de Emi Cainzos, mientras busca desesperadamente en todas direcciones, tratando de encontrar algún indicio sobre una hija (en este caso Naiara Murguialday) que, las monjas le dijeron, no llegó a nacer viva, pero que ella siente, sabe que no murió. No sabemos si la protagonista es la madre o la hija, porque la hija, ya mayor, en otros avatares de la vida, comienza a encontrar extraños indicios acerca de su origen, que la llevan a recabar información y papeles en los archivos sobre su nacimiento.
Si la primera escena juega con la soledad, la segunda trata de encontrar y desencontrar a la madre y a la hija, desconocedoras la una de la otra, e incapaces de resolver el camino de ese hilo que las conectaría con su pasado común. De nuevo la tierra, las flores, pero ahora, el reloj de arena se ha tumbado, deteniendo el tiempo y desparramando la tierra a su alrededor para cubrir como un velo, cualquier prueba que pueda mostrar el pasado, ese que hay que desenterrar.
Podrían hablarnos de lo que Enrique Ruano debió pasar en primera persona, pero como eso nunca llegaremos a saberlo, el primer plano desvela al asesino que le disparó, y más tarde se escondió junto a sus colegas de la policía, para ser felicitados por el más criminal ministro de los últimos años de Franco. A diferencia de las otras escenas, el protagonista de esta será el criminal, que alberga una obsesión con las flores de una maceta, a partir del asesinato de Ruano, y si las anteriores se jugaba con el contenido de arena y el tiempo, aquí el tiempo corre en su contra, mientras el policía homicida ocupa el interior de un reloj parado.
Para esta tercera escena, Rubén Labio será el protagonista, mientras que Emi Caínzos y Naiara Murguialday van variando los papeles que hacen el nexo de la historia del policía a lo largo del tiempo y con otras personas de su entorno pasado.
La compañía ha sabido tomar tres ideas representativas de nuestra historia no resuelta, para encerrarlas en un reloj de arena y ponerle flores. El equipo de Cuerpo dividido, se adentra ahora en el pasado histórico, con un interesante resultado, un buen trabajo actoral, y un peculiar diseño escénico, que forma un conjunto que merece ser conocido.
Definitivamente, las cosas hay que contarlas, son ya muchas décadas de silencio, y este texto de Raúl Quirós sirve bien a esa necesidad de hablar de lo que aquellos mismos, o sus herederos, quienes nos robaron la historia, la libertad, el presente y el futuro, siguen diciendo que hay que callar, olvidar y enterrar el pasado: ¿“que los muertos entierren a los muertos”? La mezcla del tiempo, la tierra y las flores, responden a un pasado que emerge en cada cuneta de nuestra historia.