Julio Castro – La República Cultural
El hijo de un filósofo detenido por quemar contenedores de basura, los papeles de la Concejalía, investigados por corrupción, la familia que blanquea dinero y recuerdos, un abogado que “prepara” a una imputada en el Ayuntamiento… y por otra parte, un cobrador de deudas vestido de Cervantes, una familia pendiente del desahucio, un interventor que acaba de cuidador del zoo.
¿Por qué acaba un interventor municipal de cuidador del zoo? Sin duda, es mucho más interesante investigar todo eso que lo demás, porque el crimen, ni el que ha ocurrido, ni el que está por ocurrir no surgen de la nada.
Ocho secuencias y un epílogo parecen sumar el argumento de este formato en el que la compañía Cuarta Pared muestra su nueva obra, con un plantel diverso de dramaturgos, consolidados en diversas líneas que ahora convergen para ajustarse a contenidos que demuestran todo lo que tienen en común.
Argumento social y paralelismos
Estamos ante una obra de carácter crítico, que ha sabido encajar la provocación en el presunto marco del thriller, donde al público se le anuncia desde el comienzo que hay un asesinato. El muerto en concreto tendrá menos importancia que aquello que compone el cuerpo de la propuesta, a fin de que el público reciba toda una salva de informaciones que recopilan aquello en lo que se ha convertido el conjunto de la política de nuestros tiempos, cuajada de corrupción y pequeños-grandes crímenes organizados en “petit comité”.
De hecho, si lo trasladáramos al mundo de las series actuales, o de la ficción cinematográfica, el mundo de Gotham, con capos mediocres pero ávidos de dinero y de poder, encajarían en este marco de nuestra España más casposa, donde no surgirá un enmascarado que nos libre. Por eso el encaje de la propuesta es actual y comprensible, porque la gente ya no mira a los gobiernos, ni siquiera a los informativos, porque la realización televisiva de la cinematografía se lleva la palma del realismo.
Casi cada elemento de los que componen la estructura de la obra son un absurdo teatral, mientras que somos conscientes de que es puro realismo llevado a escena. El profesor de filosofía (Javier Pérez-Acebrón) trata de enseñar ética a su hijo (Pedro Ángel Roca), pero ni el hijo puede asumir de qué le habla el padre, ni el padre ha sido capaz de alcanzar a comprender los intereses del hijo en el marco social, así que el núcleo de la chispa nace en el más puro desencuentro.
Intención y contenido volcados en el formato
Dos mundos paralelos coexisten en el mismo espacio y tiempo, pero no son capaces de compartir la misma realidad. Por eso el diseño que se elige en la obra, para proponer al público esa disociación, pero también un punto medio donde se cuaja, de un lado la rebeldía, de otro la mediación posible.
Estamos en un trabajo dinámico, propositivo, lleno de humor rápido, pero también enmarcado en la crítica de nuestra dejadez, o de cómo dejamos que el terreno se mueva bajo los pies sin hacer nada. En todo momento se percibe la intensidad del trío actoral, mucho más allá del trabajo escénico, hasta tal punto que casi es un respiro cada instante que salen para un cambio de escena, y rotan los roles, ya que ninguno se repite a lo largo de todas las secuencias. En este sentido es más interesante aún porque queda claro que el puzzle de personajes y relaciones ha tenido que ser complejo para marcar la norma de encuentros diferentes sin encontrarse en el mismo punto. Pero el público no será consciente de esto, en tanto que sí lo será de la manera en que una persona del trío logra sacarnos siempre de la discusión a dos, para acabar centrando el tema principal.
La primera secuencia encontrará al público en otro plano, y se despistará tratando de colocar las tres piezas que aparecen en su lugar. Es decir, los tres personajes que salen a escena se resumen en dos más su espacio de encuentro y desencuentro: padre e hijo son incapaces de comunicarse, pero el tercer personaje, que ellos no ven y nosotr@s sí, pero que está más presente que ningun@, hará que salte la fricción y el choque verbalizado. Quizá ese sea el comienzo del acercamiento y de la posible solución. “¿Qué es esto, un profesor de Filosofía? ¿existen? Aún existen”. Así lanza Marina Herranz, primer personaje etéreo de la noche, la primera puya ante el público, pero también asume lo que piensa el hijo del profesor. E incluso él mismo.
Así discurrirá el juego de las verdades, las que están tras las palabras y los entendidos, los deseos que no es capaz de enfrentar, asumir o evitar, según el caso, cada personaje de la obra. Pero también se sabe jugar la baza de la provocación al público, de la idea que todo el mundo piensa y deja correr.
Como curiosidad secundaria, a lo largo del espectáculo, vamos viendo cómo el escenario se llena de basuras: todas las que se van arrojando, o que surgen de las corruptelas y de aquello que estaba tapado en las relaciones entre los personajes. Nada se retira, todo acaba en el suelo, como en el entorno de un vertedero. Y es que, como cuentan, todo nace de una huelga de basuras, tal vez de aquello que queda por limpiar dentro y fuera de nuestras vidas.
¿Herencias rebeldes? Las preguntas
“¿Por qué pensamos que una cita o un refrán tienen más autoridad que un abrazo?”. Aseveración que podría trasladarse a nuestros tiempos, en los que nadie lee un libro, pero confía ciegamente en lo que aparece en la primera búsqueda de Internet… todo se extrapola con el tiempo. Y como todo se extrapola, también evoluciona, así que aquellas Rebeldías posibles han evolucionado para llevarnos hasta este Nada que perder.
Y mientras aquellas señalaban al marco del que no podíamos salirnos, pero que permitía el margen de ir un poquito más allá, tomarnos venganzas y generar un germen de diferencia, ahora estamos en la situación límite, donde el marco ya hace años que no permite más márgenes, donde se trata de subsistir frente al sacrificio impuesto, de contar las esperanzas y actuar en consecuencia, mientras quienes contenían las paredes del marco, ya están a cara descubierta y sin reparos.
Si hay paralelismos en la evolución argumental y en la social, también los hay en la manera de abordar el trabajo escénico. De manera que, conociendo trabajos anteriores de los dramaturgos y el director, creo que es inevitable ver la mano de cada uno en este trabajo, como comprobarán quienes hayan pasado igualmente por anteriores propuestas.
En el contenido pasaremos por el entorno familiar esencialmente, pero con la mirada puesta en el yugo que unos imponen, y en el que la mayoría sufre. No obstante, el tono de comedia está presente casi en cada momento, porque es la única forma que queda de observar nuestra mansa estulticia. Pero se abordan todos los aspectos y, sin tratar de justificar la corrupción, se señalan a orígenes mucho más simples de los que habitualmente se miran. Como también se pone en contexto lo que supone para un contexto familiar normal la existencia de la corrupción en su seno: “se han blanqueado demasiadas cosas en esta familia”, opinan en el entorno de una de las implicadas, asegurando que se ha blanqueado dinero, pero también recuerdos.
Porque la vida crece de la exigencia y de la inconsciencia, las rebeldías nacen antes, las preguntas llegan más tarde y, las respuestas, tal vez, nunca lleguen a estar listas o, mejor pensar, que siempre habrá más preguntas que respuestas. Me parece una buena manera de enfrentar la evolución del teatro de la compañía, cuando se cumplen ocho años de aquel momento. Pero también se me antoja la evolución lógica del ser humano y sus edades.
Finalmente, como ya decía, hay un epílogo. Un epílogo que no sirve de moralina ni de moraleja, sino todo lo contrario, porque fuera cual fuese la conclusión, lo que nos queda, lo más importante que nos puede quedar, son las preguntas. “Profesor ¿todavía tiene sentido la palabra revolución?”, le han preguntado previamente. Para terminar, ¿quién es víctima del crimen de esta historia? ¿la justicia? ¿la democracia? ¿o la ausencia de ambas? Pero no hay respuestas mágicas, y mucho menos al subconsciente; pero si de aquellas rebeldías surgieron estas preguntas, bienvenidas sean, porque tendremos que encontrar más respuestas. Y luego, surgirán más dudas.