Eliane Hernández Montejo - La República Cultural
Edvard Munch pone en práctica en todas sus creaciones su opinión sobre el verdadero artista, aquel que debe distanciarse de los detalles de la vida doméstica para acercarse a los sentimientos de esos personajes hasta entonces estáticos. Por eso en sus cuadros los personajes se distorsionan, no tienen unos rasgos definidos que les muestren como una persona en concreto, sino que sus rostros se diluyen en emociones que representan a todo el mundo, porque todos los seres humanos las han experimentado.
“Veo a todas las personas detrás de sus máscaras, rostros sonrientes, tranquilos, pálidos cadáveres que corren inquietos por un sinuoso camino cuyo final es la tumba”. Y son los sentimientos que ocultan esas máscaras lo que Munch retrata con su pincel. Melancolía, enfermedad, celos, amor, pánico,…, las pasiones más ocultas del ser humano emergen en cada uno de sus cuadros sin necesidad de explicación para entenderlas.
La exposición del Museo Thyssen-Bornemisza muestra ochenta cuadros del artista, cincuenta y cuatro pinturas y veintiséis grabados, articulados a través de su temática: melancolía, muerte, pánico, mujer, melodrama, amor, nocturnos, vitalismo y desnudos. Una agrupación en la que es fácil comprender sus repeticiones de las mismas secuencias temáticas, puesto que aquí se encuentran agrupadas, a pesar del tiempo transcurrido entre la creación de unas pinturas y otras.
La evolución de un concepto, a través de la repetición del mismo, incluyendo variaciones y matices, no solo de los colores y formas, sino también de las técnicas pictóricas utilizadas, se aprecia en cada una de las salas. Aunque seguramente es con las distintas versiones que se muestran de El beso, ocho en total, como mejor se demuestra. Desde el primero, de 1985, realizado en punta seca y aguatinta, en el que las diferenciadas figuras desnudas del hombre y la mujer se entrelazan junto a una ventana, hasta el último, de 1914, un óleo en el que la luz de la luna de un paisaje de exterior es la que acompaña a los personajes cuyos rostros se funden el uno en el otro sin que sea posible saber dónde acaba cada uno.
La exposición sirve también para apreciar el poder narrativo de las pinturas de Munch, en las diferentes representaciones de cuadros como Asesinato y La asesina es posible leer una historia completa, sin necesidad de una sola palabra. Igual que nos permite adentrarnos en el Munch menos conocido, el que se esconde dentro de “Vitalismo”. Alejado de sus temas más representativos, el artista noruego se sirve de colores alegres y luminosos para representar escenas rurales, las estaciones del año e, incluso, un colorido Autorretrato ante la casa.
Y El grito, claro, también está El grito. La versión realizada en lápiz litográfico y tinta china en 1895 y que pertenece al The Metropolitan Museum of Art de Nueva York. El aterrado personaje que protagoniza el cuadro está rodeado en esta muestra por hombres y mujeres angustiados que representan la ansiedad y el estrés que las multitudes y la ciudad provocaban en Edvard Munch.