Alberto García-Teresa – La República Cultural
“El Futuro, en la ficción, no suele ser más que una forma de mirar el Presente”. Con esta contundente declaración se abre la novela de Ursula K. Le Guin, encuadrada dentro de la ciencia ficción, que contiene la mayor presencia del taoísmo y del misticismo de sus libros, y que tanto han influido a esta escritora en sus obras precedentes.
Le Guin vuelve a presentarnos a un personaje externo que se acerca a un mundo al que contempla sin dejar de sentirse ajeno; a una civilización en la que se siente incomprendido y desplazado. En concreto, en estas páginas, Sutty es una observadora del Ecumen que buscará los reductos de una antigua religión en una sociedad tecnocrática que persigue y condena la mística. Ella es un terrana que ha vivido envuelta en el totalitarismo teocrático y que comprobará los horrores de ese otro totalitarismo. El fanatismo y la intolerancia son los puntos de unión entre ambos y el objeto de la crítica madura de Le Guin.
Sobre un campo homogéneo, aburrido y hastiante, Sutty profundiza poco a poco y descubre un rico mosaico de creencias y pensamientos distintos a los oficialmente impuestos. La autora sitúa nuestra mirada junto a la de la observadora, con la que nos identificaremos. Sin embargo, se centra demasiado en la descripción de esos comportamientos ancestrales, dejando de lado la narración durante buena parte de la obra.
La investigación lleva a la protagonista a la búsqueda de testimonios escritos, también penados. Así, El relato es un reconocimiento de la sabiduría y literatura oral aunque incide en la importancia del texto escrito como fuente de transmisión más perdurable.
A través de estas descripciones, Le Guin vuelca abundante moral humanista. A ella podemos acercarnos como pensamientos propios de la novelista o bien como parte del decorado filosófico del libro. Pero las reflexiones siguen quedando ahí, y servirán para el lector recapacite. Así, por ejemplo, la autora despliega su pensamiento sobre la política de las religiones, su naturaleza y su uso como herramienta de poder.
Lo que plantea, en el fondo, El relato es la oposición progreso-civilización frente a tradición-identidad. En ese conflicto, apuesta por el equilibrio, evitando así encuadrarse dentro de ambos fanatismos. Como ocurre en tantas otras obras de Le Guin, “todo es relativo”. También se sirve, para llegar a esa conclusión, de juegos paralelísticos y paradojas, que, a la vez que confieren unidad a la novela, se haya dispuestos tratando de desmontar maniqueísmos y están enfocados a dictaminar que todos los fanatismos acaban de igual manera; en intransigencia, injusticia y corrupción,
Volviendo a la cita del principio, y analizando el contenido de la obra, todo parecería indicar que El relato es una alegoría de la situación actual del taoísmo y otras doctrinas en China. Sin embargo, y para sorpresa de muchos, la propia autora se encarga de desmentirlo en el prólogo.
De todos modos, queda la sensación de que una escritora de la talla de Le Guin podría haber aprovechado mejor un material semejante. Aunque es una obra buena, con una brillante recta final, no alcanza la excelencia a la cual nos ha habituado Ursula K. Le Guin; una de las voces más atrevidas e inconformistas del género.