Eliane Hernández Montejo – La República Cultural
Tomemos como ejemplo un caballo. Todos hemos visto alguno, incluso es posible que hayamos cabalgado a lomos de uno, acariciado sus crines o incluso acercado algún tipo de manjar a su boca. Por un motivo u otro, independientemente de la cercanía que hayamos tenido o no con algún corcel, somos capaces de distinguirlos sin problemas de cualquier otro animal.
Sin embargo, si pensamos en las representaciones pictóricas de los caballos, es muy sencillo apreciar las diferencias entre unas imágenes y otras. Y no solo en casos extremos como los de las pinturas rupestres y las cubistas; los rocines dibujados por Velázquez no tienen casi nada en común con los retratados por Rubens, pese a ser ambos pintores de cámara del siglo XVII.
Algo parecido sucede con Cervantes. Todos conocemos al autor de El Quijote, hayamos leído o no el libro; sabemos que luchó en Lepanto, algo que nos recuerda su apodo; y no podemos evitar imaginárnoslo con gorguera de lechuguilla, ese cuello de gran tamaño, plisado. Sin embargo, aunque las similitudes entre todas las percepciones del imaginario colectivo sobre su figura son muchas, también lo son las diferencias.
Las diversas formas de aproximarse a la figura de Cervantes son el eje central de la exposición que la Biblioteca Nacional ha organizado con motivo del cuatrocientos aniversario de su fallecimiento. Él mismo se describió en sus libros, someramente en el prólogo de El Quijote y con más detalle en el de las Novelas Ejemplares, haciendo referencia expresa al retrato que pintó Juan de Jáuregui y que parece ser la única imagen real del escritor madrileño. Y, aún así, su apariencia se asemeja más a la de uno de sus personajes que a la de alguien real.
Por eso, la muestra se divide en cuatro secciones que pretenden acercarnos al escritor de las mil caras. En la primera, Un hombre llamado Miguel de Cervantes, se realiza un recorrido por la época en la que vivió, por sus distintas ocupaciones laborales, y por su creación literaria. Mientras que en la segunda, Un retrato llamado Miguel de Cervantes, se exponen una serie de imágenes que a lo largo de los años se han ido considerando como el verdadero retrato de Cervantes, incluyendo el atribuido a Juan de Jáuregui, de la Real Academia Española.
En la tercera, Un mito llamado Miguel de Cervantes, se expone la importancia del escritor más allá de nuestras fronteras, destacando el reconocimiento de su obra en Inglaterra, y la forma en la que pasó a convertirse en un símbolo de lo español, a pesar de los escasos monumentos dedicados a su figura.
Y, por último, en Un viajero llamado Miguel de Cervantes, se recuerdan todas las ciudades en las que vivió a lo largo de los años y que influyeron también, de manera notable, en la creación sus obras. Un recorrido que termina en un lugar que nunca llegó a pisar, la estrella Cervantes, una estrella de la constelación Ara que recibe ese nombre desde 2015, y que cuenta con cuatro planetas orbitando a su alrededor: Dulcinea, Rocinante, Quijote y Sancho.