Julio Checa – La República Cultural
Esta nueva producción que presenta la compañía valenciana Wichita Co en el Teatro del Barrio, coincide con algunos de los montajes que se han visto en los últimos meses en las salas madrileñas en la recreación de universos familiares como metáfora social. La mirada sobre la familia en clave política no es ciertamente una novedad, pero llama la atención que sean autores y autoras de un mismo segmento generacional (nacidos en los años ochenta), quienes estén revisando su presente y su futuro desde esta clave. Así, algunos trabajos de los hermanos Bazo, de Lola Blasco, de Juanma Romero o de María Velasco, entre otros, como ahora hacen Lucía Carballal y Víctor Sánchez, explican su tiempo, y se explican a sí mismos, a partir de diferentes modelos de familia no tan “disfuncionales” como la familia Coleman, pero que nos trasladan igualmente la percepción de un Estado con enormes carencias de toda índole.
Ciertamente, la crisis económica y el lamentable espectáculo de la vida pública al que asistimos, y del que también formamos parte, explicarían en buena medida los porqués de esa mirada crítica sobre la sociedad española contemporánea que construyen muchos integrantes de una generación que se ve injustamente tratada por sus mayores. Es posible que alguna de estas obras no ofrezca un fino diagnóstico de la España pasada y de la actual, pero no se pueden negar la lucidez y el compromiso de este grupo de artistas, a quienes no faltan razones para la indignación y el desencanto.
En el caso de A España no la va a conocer ni la madre que la parió, los autores han partido de una célebre frase del político Alfonso Guerra para organizar en dos momentos una mirada al tiempo de sus padres, coincidiendo con las elecciones generales del año 82, y a su propio tiempo, el de los hijos, en un demoledor ejercicio final de anticipación, atenuado por el humor y la ironía que ofrece el texto escrito por Lucía Carballal y Víctor Sánchez.
En la primera parte de la obra se recoge la frustración de una vieja comunista que decide encerrarse en el sótano de la casa, al ver cómo la victoria de Felipe González supondrá la extinción de la utopía y de su lucha histórica en aras del pragmatismo. Sus hijos no prestarán suficiente atención a la experiencia vital e histórica de la abuela y se contentarán con un modo de vida pequeño burgués, ajeno a su realidad más inmediata, a su propia identidad y a la de las gentes que van quedando por el camino por no poder o no querer seguir el paso de esa nueva España prometida. Los sueños enterrados en el sótano junto con las gentes que los encarnaron forman parte del precio que se le exigió pagar a la izquierda en ese momento histórico en nombre del cambio prometido.
La segunda parte, mejor construida que la anterior, nos sitúa frente a un próximo tiempo futuro en el que a los nietos les toca decidir qué hacer con la casa familiar: abandonarla definitivamente o pensarle un nuevo uso; recuperar los sueños colectivos y la utopía, o buscar el acomodo individual. Es en esta parte donde vemos mejor reflejados buena parte de los conflictos y contradicciones generacionales que expresan los autores, pues los cuatro jóvenes responden a diferentes imaginarios sociales contemporáneos.
Es evidente que la España de ese 2018 no se parece a la de 1982, pero estos personajes no coinciden en su diagnóstico individual y colectivo sobre la sociedad construida. A través de ellos se nos ofrece una inteligente mirada sobre un tiempo de encrucijada que invita a repensar el pasado y a asumir de tomar mejores decisiones en el presente. No obstante, es interesante observar que el tono elegido por los autores ofrece una mirada entre tierna y condescendiente, antes que una aproximación crispada a ese tiempo que analiza.
Bajo el costumbrismo y la ligereza aparente de algunas situaciones, se ofrecen interesantes claves sociales y morales referidas a las dos épocas situadas frente a frente, así como algunos guiños de notable escepticismo sobre el presente político. Formalmente, cabe destacar la hábil construcción de los diálogos y el buen ritmo de la dirección, que mueve bien a los actores por el espacio único y que encuentra apoyos en una contenida selección de canciones que permiten el lucimiento colectivo de un elenco en el que destaca el trabajo de Lorena López, magnífica en algunos momentos de la obra.