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Edmund de Waal o las historias de las cosas - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

De la amplia gama de pequeños objetos cotidianos que acompañaron las vicisitudes de los hombres, y que, como viajeros del tiempo, nos contaban sus historias, hay algunos que en nuestra era electrónica han pasado ya a mejor vida. El descubrimiento de una fortaleza romana hace unos años en Inglaterra, cerca de la frontera escocesa, suministró a los estudiosos gran cantidad de tablillas manuscritas que nos pusieron al corriente de la organización militar, económica y social de un enclave del Imperio en territorio ocupado. Por una de esas tablillas supimos que un legionario había recibido de su esposa, que se hallaba en Roma, un pijama y unas sandalias. Sucede así que, por mediación de un humilde objeto, dos personas que vivieron hace veinte siglos nos hablan y cobran forma. Así también el libro rescatado de la biblioteca de una septuagenaria, la cual acaba de ser desahuciada de su vivienda, llega azarosamente hasta nosotros. Es un libro de Goethe publicado en el último tercio del siglo XIX. En su primera página hay una dedicatoria, y, más adelante, una flor seca.

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Edmund de Waal o las historias de las cosas

Miniaturas, cerámicas y un viaje al pasado

El oro blanco. Historia de una obsesión
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El oro blanco. Historia de una obsesión

Portada del libro de Edmund de Waal en editorial Seix Barral

El oro blanco. Historia de una obsesión
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El oro blanco. Historia de una obsesión

Portada del libro de Edmund de Waal en editorial Seix Barral

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José Ramón Martín Largo – La República Cultural

De la amplia gama de pequeños objetos cotidianos que acompañaron las vicisitudes de los hombres, y que, como viajeros del tiempo, nos contaban sus historias, hay algunos que en nuestra era electrónica han pasado ya a mejor vida. El descubrimiento de una fortaleza romana hace unos años en Inglaterra, cerca de la frontera escocesa, suministró a los estudiosos gran cantidad de tablillas manuscritas que nos pusieron al corriente de la organización militar, económica y social de un enclave del Imperio en territorio ocupado. Por una de esas tablillas supimos que un legionario había recibido de su esposa, que se hallaba en Roma, un pijama y unas sandalias. Sucede así que, por mediación de un humilde objeto, dos personas que vivieron hace veinte siglos nos hablan y cobran forma. Así también el libro rescatado de la biblioteca de una septuagenaria, la cual acaba de ser desahuciada de su vivienda, llega azarosamente hasta nosotros. Es un libro de Goethe publicado en el último tercio del siglo XIX. En su primera página hay una dedicatoria, y, más adelante, una flor seca.

A pesar de las apariencias, no se trata aquí de nostalgia ni de invocar un tiempo que no fue mejor, sino de algo más útil y sencillo: de proporcionar testimonios de las necesidades, los temores y los deseos de la vida humana. El hombre que ha escrito cartas durante al menos dos mil años ha dejado ahora de hacerlo, cosa que ha sucedido en una sola generación. ¿Qué objeto contará historias de nosotros en el futuro? Los libros, de los que también se anunció hace unos años su definitiva extinción, siguen por suerte entre nosotros, guardando en sus páginas recuerdos de los que ya no están. De esto tratan precisamente los dos libros que ha escrito Edmund de Waal: La liebre con ojos de ámbar (Acantilado, 2012) y El oro blanco (Seix Barral, 2016).

Edmund de Waal es ceramista. Nació en Nottingham en 1964 y sus cerámicas están expuestas en algunos de los mayores museos de Inglaterra. Es profesor de cerámica en la Universidad de Westminster y es también, de manera imprevista, el autor de un bestseller, al que ahora podría añadirse otro. Sus dos libros tratan de la humanidad que puede rastrearse en pequeños objetos, algunos de los cuales ni siquiera han sido reconocidos como obras de arte, pero también de los objetos propiamente dichos y de la dedicación, el amor, la inspiración o como quiera llamársele que los ha convertido, de modestas piezas de artesanía, en verdadero arte. Que a menudo éste es esquivo, que puede ser una obsesión, y que se constituye con frecuencia en tránsito hacia una total incertidumbre es lo que nos cuenta de Waal en su última obra literaria, en la que como un alquimista en busca de la piedra filosofal ha indagado en los materiales de su oficio hasta no encontrar el blanco perfecto de la porcelana.

Una parte de su formación de ceramista la recibió de Waal en Japón, y a ese país insular está asociado su primer libro, La liebre con ojos de ámbar, que se publicó en inglés en 2010 y que, después de haber sido traducido a diversos idiomas, en España va ya por su séptima edición. Protagonistas de este libro son doscientas sesenta y cuatro figuras de marfil o de madera de boj, ninguna de las cuales supera el tamaño de una caja de cerillas. Son netsuke, esculturas diminutas cuyo origen se remonta al siglo XVI. Inicialmente se hicieron de bambú y se utilizaron como pasadores para sujetar el injo, la cajita de madera en la que los japoneses llevaban accesorios corrientes en su vida cotidiana, y que solía prenderse de la faja del kimono. En el siglo XVIII los netsuke empezaron a liberarse de su función práctica, y también por entonces los artesanos empezaron a utilizar en su confección otros materiales. Así los netsuke pasaron a ser objetos concebidos para ser admirados, para la caricia o, simplemente, juguetes. Sus autores llegaron a adquirir habilidades extraordinarias y desarrollaron pacientemente su fantasía para la miniatura, especializándose cada uno de ellos en un género, en el que imprimían su toque personal. Los había que tallaban exclusivamente ratas, a veces junto a algún otro personaje, o bien otros animales o escenas de la vida doméstica, entre las que no faltaban las de tema erótico. Sin embargo, por tratarse de piezas a las que se atribuía muy poco valor, parece obvio que su razón de ser no era otra que la de su misma creación, la cual podía prolongarse durante meses. Algunos de los nombres de estos artistas que estuvieron activos hace más de doscientos años han llegado hasta nosotros: Mitsutada, Ko, Mitsuharu, Miwa.

En su juventud, de Waal conoció esta colección de netsuke, una de las mejores que había en el mundo, por medio de su tío abuelo Iggie, austríaco de nacimiento que residía en Japón, el cual había heredado las figurillas de su padre. Iggie era homosexual y vivía en Tokio con su compañero Jiro, y supo entonces nuestro autor que él mismo heredaría en el futuro los netsuke, estos objetos que a su valor artístico añadían para él otro de naturaleza sentimental por ser el único recuerdo que había sobrevivido de su familia. Era la suya la familia de los Ephrussi, que una vez fueron comerciantes de trigo en Odesa y que más tarde se convirtieron, durante el siglo XIX, en célebres banqueros de París y Viena. Al fallecimiento de su tío abuelo, de Waal vislumbró que aquellos netsuke contaban una historia. Tardaría dos años en descubrirla.

En sí, el resultado de la investigación de de Waal no puede adscribirse a ningún género: es libro de arte, pero también de historia, crónica de los acontecimientos que le tocó vivir a una familia y, no en último lugar, libro de viajes. También, a su modo, es una novela, y como tal puede ocupar provechosamente la atención del lector. Asistimos a diversos episodios de una historia europea que nos son familiares pero que, al ser narrados en La liebre con ojos de ámbar como memoria de un clan, se nos aparecen bajo la forma de la novedad. Nos encontramos en primer lugar en París, adonde han sido enviados algunos miembros de los Ephrussi para encargarse de los negocios familiares. Uno de ellos es Charles, que al no ser el primogénito está liberado de responsabilidades y puede dedicarse a lo que le gusta: el arte. Charles va a ser coleccionista, mecenas e influyente personaje de los círculos artísticos parisinos en su calidad primero de redactor, y director luego, de la Gazette des Beaux Arts. Amigo de Proust, de Renoir y Degas, va a ser este Ephrussi, junto a su amante, que lo será después de un príncipe español llamado Alfonso, el coleccionista de los netsuke, los cuales adquiere a un marchante parisino. Las viajeras figurillas japonesas se instalan así en un edificio de la rue Monceau, donde pasan a ocupar una vitrina encargada expresamente.

No es gratuita esta presencia exótica en el corazón del París del siglo XIX, pues son los años del japonismo, cuando los pintores impresionistas se maravillan con todo lo que procede del Extremo Oriente. Charles Ephrussi colecciona los cuadros de estos artistas, los promociona en las publicaciones ilustradas y en los salones y posa para ellos. En uno de sus artículos hace una descripción de este nuevo arte parisino: “Todas estas son pinturas que pueden presentar el gesto y la actitud del ser vivo moviéndose en la fugacidad de la atmósfera y los incesantes cambios de luz; atrapar al paso la movilidad perpetua de los colores del aire, ignorando los matices individuales para alcanzar una unidad luminosa, cuyos diferentes elementos se funden en un todo indivisible, y llegar a una armonía general aun por medio de las discordias”. También, sin embargo, son tiempos de un pujante antisemitismo, el cual no tardará en atormentar a los judíos y rusos Ephrussi: el caso Dreyfus está a la vuelta de la esquina.

Los netsuke vivirán los años más difíciles para los judíos no en París, sino en Viena, adonde son enviados como regalo de bodas para Viktor, otro de los Ephrussi sin inclinación para los negocios pero con aficiones de historiador. Una sucesión de óbitos familiares le hacen renunciar a ellas y Viktor pasa a ser el representante de la banca Ephrussi en la capital del apacible Imperio Austro-húngaro. Y es aquí donde de Waal nos ofrece una perspectiva hasta ahora inédita de los acontecimientos que siguieron: la Gran Guerra, la caída del Imperio y el triunfo del nazismo. Al extenso y erudito comentario que hasta ahora se había hecho de lo acontecido en la Mitteleuropa de Joseph Roth y Karl Kraus se añade aquí el impresionante de la caída de los Ephrussi, con la pormenorizada relación de la suerte que corrió cada uno de sus miembros y también con el del heroico salvamento de los netsuke, el cual fue obra de Anna, mujer sin apellido conocido que fue la última del ejército de criados que una vez tuvieron los Ephrussi. Quienes sobrevivieron fueron expulsados a la Diáspora y dispersados por todo el mundo.

A un género parecido, aunque en general desprovisto de referencias familiares, pertenece El oro blanco, segundo libro de de Waal que ha sido publicado este año. Aquí el hilo conductor no son unos objetos concretos, con forma y con firma, sino un ideal nacido en la ladera de una montaña china, de donde alguien recogió un puñado de arcilla “que debería sobrevivir al fuego del horno para fundirse en una porcelana translúcida, blanca y luminosa”. Hay al inicio del libro una alusión a la ballena Moby Dick, acerca de la cual el autor se interroga: “¿Qué es la blancura?”. A la obsesión por alcanzar esa blancura responde el libro de de Waal, quien en su búsqueda nos lleva a recorrer la historia del arte, desde la China del siglo VIII hasta nuestros días. Al viaje temporal se une también aquí el físico, que hace escala en las misiones jesuíticas del siglo XVII, en las rivalidades de las cortes europeas del Siglo de las Luces, en el campo de concentración de Dachau y en la China de la Revolución Cultural. Escribe de Waal que “la arcilla es presente de indicativo y presente histórico”, una forma de ser artista que explica “por qué los objetos requieren historias y por qué los artistas y creadores necesitan escribir”. Ese presente histórico en el que el blanco debe revelarse está repleto de erudición y también de unas historias mínimas que en conjunto hacen la de la especie humana, razón por la cual el que comentamos “es un libro sobre el blanco como aflicción y el blanco como esperanza”.

El ceramista de Waal es hoy uno de los más reconocidos en su oficio, pero es además un artista de la escritura, dotado de capacidad para conducir al lector hasta sus pasiones personales y de despertar la poesía de los objetos sobre los que escribe. Producto de décadas de trabajo, son los suyos libros cargados de belleza y sensibilidad.

DATOS RELACIONADOS

Título: La liebre con ojos de ámbar. Una herencia oculta
Autor: Edmund de Waal
Traducción: Marcelo Cohen
Editorial: Acantilado
Primera edición: 2012
Última reimpresión: 2016
Formato: 21 x 13 cm. 366 páginas
ISBN: 978-84-15277-71-2

Título: El oro blanco. Historia de una obsesión
Autor: Edmund de Waal
Traducción: Ramón Buenaventura
Editorial: Seix Barral
Primera edición: 2016
Formato: 23 x 13,5 cm. 528 páginas
ISBN: 978-84-32228-92-6

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