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Julio Castro – La República Cultural
En escena aguarda la protagonista, revisa cajas y elementos próximos, mira pensativa o recordando lo que contiene cuando levanta una tapa, o cuando se asoma al resquicio de otra. Es Frantxa Arraiza haciendo un texto de Jennifer Tremblay que su autora publicó el año 2010.
El personaje, una mujer, da igual el nombre, a través de un recorrido introspectivo de meses, pone en evidencia los factores que la alejan, como a cualquier ser humano, de eso: de la humanidad. El orden, la necesidad de revisar todo, de recitar lo necesario y lo innecesario, y quizá una pizca de saber que se deja algo de uno mismo en su paso por la vida, acaban por distanciar la manera de vivir de la propia vida.
“Cada acción es seguida de otra
Cada acción es necesaria
Una coreografía interminable”
De esta forma lo refleja entre medias de sus tan necesarias y rigurosa listas, en el pueblo al que acaba de mudarse con su marido (siempre ausente) y sus hijos y también cuando habla de los niños de su única o principal amiga y vecina, Caroline:
“Mis esfuerzos por mantener el piano brillante
El brillo del piano
Impecable
Las buenas costumbres
El uso de los juguetes
Las reglas
No subirse a la barandilla
No saltar en el sillón
No sacar los cazos del armario
Las ollas no son tambores
Ni martillos
Pim pam sobre el piano”
La protagonista de esta obra nos hablará de una muerte, ya lo anuncia desde el comienzo, pero debe identificar todo, su entorno como ella lo percibía, y lo que trasciende a su realidad.
La lista de sucesos como un poema
No conocía el texto de Tremblay antes de asistir a la función, pero tras ver la adaptación en castellano que ha hecho la actriz, y su puesta en escena con la dirección de Javier G. Yagüe, no tengo ninguna duda: ese formato es el que está a cada momento en escena. Y el día de la función anoto en mi cuaderno “todo el monólogo de Frantxa está construido como una lista”, y así es, como si se tratara de un largo poema que recita a lo largo de 60’ aproximadamente, en el que ella hace un elenco de todo, de su vida, línea a línea, en lo que atañe a la historia reciente junto a Caroline.
No se trata de la marca de las pausas, sino de la forma de enunciar cada frase y cada fragmento de frase, en el que la narrativa apenas tiene aparentemente inflexiones, salvo en los momentos en que lo más íntimo y personal asaltará a su personaje y al de su amiga. Así distancia la vida y la realidad de su forma de percepción y de relación. La carga de la situación irá creciendo hacia el final, para volcarse en, digamos, los cuatro últimos versos, donde la relajación dejará paso al drama final en oscuro.
El personaje protagonista abarca todos los aspectos que puede tocar en una mujer que se encarga de su hogar y de su familia, en una localidad con una población reducida (pensemos en que la propia autora es originaria de un lugar que cuenta con apenas 3.000 habitantes al nordeste de Quebec). Así que habla de soledad, de la necesidad de ordenarse y ubicarse, de tener la identidad que busca después de este traslado, sin percibir que en el camino está perdiendo la identidad que le brinda el paisaje, o de la manera en que ella misma dejará de ser persona para someterse al orden de su soledad:
“Recojo y guardo los abrigos
Al fondo del ropero
Sé que terminaré ahí
Al fondo del ropero”
El juicio de un lugar desconocido
Analiza a sus vecinos, pero principalmente a su nueva amiga Caroline, que le ha brindado su amistad sin que se le solicite, que se invita a su casa, pero que no pide nada. Tiene críticas para ella, a la manera en que se dedica a organizar todo, en las fiestas infantiles, en la forma de conectar con su vida. Cree que no tiene decisiones propias, sobre todo cuando tras su cuarto hijo decide tener otro más.
“¿Qué es lo que te gusta Caroline de tener hijos?
Mi pregunta no es una verdadera pregunta
Más bien la regaño
La acorralo contra la pared
Mi pregunta no es honesta
Mi pregunta lo que quiere decir es qué te gusta de toda esta miseria
Pero Caroline es una mujer honesta
Sólo escucha las palabras que utilizo
¿Qué es lo que te gusta Caroline de tener hijos?
Ella responde
Sin dudar
Me gusta la facilidad de amar de los niños”
Es una mujer en soledad, atrapada por una situación que no controla y que no puede reducir a una recopilación de elementos. Pronto la importancia de sus prioridades, de los elementos de sus listas, se verán trastocadas por una realidad superior: la vida.
Una mujer se mira a través de los demás
Hace un tiempo que no me atrapaba la contextualización de un recorrido como el que hace Frantxa Arraiza en su monólogo. Ella misma me relata que nace de un trabajo mucho más breve y modesto, una parte del texto para público reducido, propuesta que pronto fue devorada por la puesta en pie de este trabajo y por el empeño de sacarla adelante. Es un solo de teatro que ella hace muy potente, donde los matices los da el trasfondo de la descripción que vamos captando de su personaje, más que del protagonismo que ella transfiere a la amiga muerta.
La manera de describir sus necesidades, tanto desde la autora, como desde esta adaptación de la obra, son tan potentes como la ausencia de Caroline, en una idea que logra hacer confluir toda la emoción a un instante final sin desarrollar más tragedia que la de la falta y la necesidad. El personaje acabará por mostrar a una mujer que trata de comprenderse a sí misma, y debe hacerlo a través de aquellas personas a las que cree erradas, porque sus elementos de anclaje se han visto desbordados entre su propia presión y las presiones ajenas que no duda en atribuirse: “No puedo escapar del paisaje, pero puedo escapar de la gente”, dice al comienzo del relato, pero tal vez no sea de esa manera.
Un escenario dispuesto con numerosos elementos, entre los que se irán creando los espacios, y donde el orden dará paso a una visión diferente de las cosas. Pequeños detalles sencillos describen momentos de la narración, mientras algunos elementos subrayan el propio texto, que también funcionaría en un espacio desnudo, porque la propia puesta en escena lo viste.
A Frantxa Arraiza hemos podido verla desde el año 2002 en varias producciones de la Compañía Cuarta Pared, dirigida también por Javier G. Yagüe, como Rebeldías posibles o Siempre fiesta, aunque también en otras propuestas como el solidario Teatro x Alimento, y en diversas producciones de cine y televisión. Esta puesta en pie del monólogo de la Tremblay, que podía haber pasado como una propuesta secundaria de la sala, se ha visto recompensada con una prolongación de las funciones que seguramente continuarán en diversas ocasiones.
