Julio Castro – La República Cultural
Es fácil reconocer el movimiento de Luz Arcas en la imprimación con la que arrancan Neftalí Castaño Gerona, Miguel Faustino y Obiang Asumu, José Manuel Ondó Mangué en su Abok, un trabajo que llega desde Guinea hasta este Madrid, desde el territorio de Malbo hasta el Territorio Danza de la Sala Cuarta Pared.
En un ambiente oscuro, con puntos de luz diferenciados, las cuatro partes se van definiendo a lo largo del desarrollo que nos propone la coreografía, y si la primera refleja, como digo, un “movimiento Phármaco”, la segunda pone un entorno que contextualiza la voz de Laura Fernández Alcalde y el piano de Carlos González, que Luz Arcas y Abraham Gragera nos traen desde otras propuestas de la compañía, para pasear una blanca Europa más clásica, entre el negro de África más tangible. A partir de aquí, los ritmos ya no tienen límites y surgen, junto a la luz, desde el suelo, hacia un movimiento mucho más físico, que se verá endurecido hacia el final.
Lo complicado, parece venir más tarde, cuando a lo largo de las cuatro partes que componen la pieza, el movimientos se va absorbiendo en la integración, y la coreografía que ejecutan los tres componentes, imprimen su propia forma y, acaban por imaginar otro entorno. Sí, esto es África, no la de las películas de Hollywood, la del continente donde las personas apenas subsisten, pero no renuncian al movimiento, a un ritmo que les pare en la tierra, en ciudades oprimidas, en lugares oprimentes, donde comer puede ser un lujo, y pensar un riesgo, peor donde gente así se ve desbordada por algo mayor: la danza.
Es enormemente interesante ver de qué manera se puede integrar uno y otro sentido del movimiento, de la danza. Cómo los ritmos de estos fang, explotan el movimiento que crea la base de esta pieza, transformando todo en algo diferente: es difícil de creer, pero no de comprender. A veces pienso que nos falta tocar la tierra, y eso nos limita, mientras que en otros lugares les envuelve y les hace moverse. Un recorrido en el que recogen una historia, que sugiere la narración de un pueblo entre el apego a la tierra y el deseo de volar que les hace crecer, un retorno a la tradición del movimiento, a lo físico, muy anterior, seguramente, a la tradición oral.
Como la noche no es suficiente, y ante la ovación, salen a montar su propio espectáculo, a ritmo de música electrónica y de hip hop, en una demostración coreográfica sensacional.
Cierto, ha comenzado Territorio Danza, como siempre con una idea espectacular en la que unos 25’ bastan para poner la carne al fuego y dejar que se ase en las próximas semanas.
No es fácil apoyar el desarrollo cultural, cuando las dificultades nacen de la burocracia y se suman a las económicas. Cuando estos artistas vienen para tres días en Madrid y deben regresar de inmediato, porque no hay medios, y porque el apoyo institucional es limitadísimo. Cuando una de las componentes del trabajo, la única mujer en escena, Imeldina Molongua Ngache, no puede venir porque no le dan el visado. Cuando aquí los artistas viven pagando con otros trabajos la supervivencia de su arte, y aún son capaces de compartirlo con quienes no cuentan ni con lo más básico: la supervivencia.
Me venía faltando la danza, y hoy me llegó. De corazón.