Julio Castro – La República Cultural
Llega un momento en que, para profesionales del teatro, el principal reto de llevar a escena a Shakespeare, es el de no perder interés en el público. Sí, claro, y respetar al autor, captar su espíritu, transmitir la tragedia y la comedia de sus textos…, pero cuando profesionales de la escena saben hacer bien su trabajo, el cuestionamiento necesario es ¿cómo no hacer lo mismo una y otra vez?
De las puestas en escena de La tempestad que he tenido ocasión de ver a lo largo de los años, hay dos que (hasta la fecha), me han parecido que aportan tanto como para destacar un trabajo diferente, algo más allá del formalismo de ciertos teatros, que no pierde la esencia de su original, pero que tampoco permite que el público bostece un “vaya, otra vez lo mismo”. Uno de ellos es el montaje de la compañía gallega Voadora, que gracias al miedo de programadores, difícilmente podremos ver de nuevo en Madrid, y otra es, precisamente, esta realizada en colaboración de La Puerta Estrecha y Almaviva Teatro, que dirige César Barló, y que probablemente está en vías de terminar con el año, pese a los llenos de la sala. Porque es difícil que no te programen en grandes teatros, y mantener un elenco como éste, o que saques cien euros al mes y tengas que seguir adelante. Pero esta es la historia de casi siempre, así que vamos a recorrer su obra.
Luz poco habitual y picaresca renovada
Eva Varela y Miriam Cano son luz desde que arrancan en su trabajo. Es sorprendente, porque todo o casi todo de lo visto en la sala de La Puerta Estrecha es muy oscuro, y me refiero a las luces y al trasfondo. También la mayor parte de los trabajos de Almaviva son así, de manera que esperas encontrarte al más duro de los Bardos en la obra. Nada que ver.
Si estas dos actrices, la primera dando vida al fiero Próspero, y la segunda como su hija Miranda, se mueven entre la oscuridad del padre y la inocencia de la hija, el alma de Ariel queda en manos de José Gonçalo Pais, un alma sierva con patines y atuendo peculiar que redefine el concepto del pícaro, y se aproxima más al espíritu del Puk del Sueño de una noche de verano, aunque con tintes muy propios. Al final de la función, y sabiendo la manera creativa de Zé, no puedo evitar decirle “ahora sí que has hecho lo que has querido con tu personaje”, responde “nooo”; ya.
Poco a poco iremos descubriendo que el bardo impregnó de magia sus textos, y que aquí se traslada a la obra.
El trazado de la isla
Ver cómo crece Eva en su personaje, y la manera en que Miriam hace fluir las escenas, logran el complemento perfecto en este Ariel que vuela sobre patines, conformando un trío que será el núcleo principal de la obra.
En un trayecto que recorre cinco espacios diferentes a lo largo, ancho y alto del local, el público se ve absorbido en la obra, de manera que no sólo se suceden escenas, sino que el espacio define y condiciona la manera de percibir el trabajo. A la vez, es posible ver la definición que se otorga a los personajes y cómo se les crea en función de sus caracteres más o menos luminosos, oscuros o ambiguos. En la isla de la bruja Sycorax, donde Próspero gobierna con mano de hierro desquitándose en venganza por su exilio y el robo de su ducado, encontraremos cómo se crean distintas geografías ad hoc, mientras avanzamos en la exploración. Es importante, porque no hacen falta indicaciones para seguirles: la manera de transición fluida entre escenas y espacios es otro logro del diseño y del trabajo actoral.
Sin embargo, el montaje no se limita a los tres personajes principales, sino que ajusta las escenas para delimitar ambientes que definen el momento de cada grupo antes de encontrar su lugar común. Así desde el hall de entrada de la sala, se irá pasando por distintos espacios, en los que se encontrarán el príncipe Fernando (Roberto González), Miranda y Próspero, dando más luz a las secuencias de amor que cambiarán al padre cruel. Otras están dispuestas para los traidores de Milán y Nápoles o para los siervos burdos que se aliarán con Calibán, al que Javi Rodenas otorga también su humor dedicado. Sayo Almeida y Rafa Núñez harán doblete de personajes, con un juego curiosamente resuelto en la escena final. Alonso, el de Nápoles es Pablo Huetos, mientras que Gonzalo es Emilio Lorente.
Un espacio interesante y divertido
Es probable que sea difícil de trasladar la obra en el mismo formato, aunque, claro está, siempre puede adaptarse a la italiana y seguir siendo un buen trabajo. Pero, como ya he dicho en otras ocasiones, el espacio de La Puerta Estrecha es especialmente agradable e interesante, y poder pasar por algunos de sus entresijos, incluido el patio de vecindad (donde algunas personas disfrutan gratis de parte del espectáculo desde sus ventanas), le da un estupendo añadido, que cada día deja a merced de las inclemencias del tiempo a público y elenco.
Es una parte interesante de la pasión por la escena, acometer la integración de los espacios a la obra, de manera que no sólo sea un lugar limitante, sino un punto de influencias sobre el hecho creativo. Más interesante aún es saber que el espacio influye sobre la creación y el desarrollo, a la vez que el trabajo deja impregnado el espacio para siempre y lo hace crecer. Nadie es nuev@ en esta producción y se nota, pero han logrado un excelente equipo para una propuesta nueva que conserva todo el ambiente de su autor. Una cosa más: prepárense para el baile.