Eliane Hernández Montejo – La República Cultural
Hay una Salamanca que ya solo existe en la memoria de quienes la conocieron. Una ciudad apacible, sosegada y acogedora, bañada por los reflejos dorados del sol sobre la piedra de Villamayor de sus edificios históricos. Esa es precisamente la Salamanca que José Manuel González Ubierna inmortalizó en aquellos de sus cuadros que tienen a la ciudad que le vio nacer como principal protagonista.
Aunque cultivó su pasión por la pintura desde muy pequeño, y ya con 17 años pasó a formar parte, como aprendiz, del taller de Vidal González Arenal, el hecho de no dedicarse profesionalmente a ella y de que sus ingresos no dependieran de la venta de sus cuadros, propició que Ubierna tuviera un peculiar estilo, en continua evolución, que hace muy complicado integrarlo dentro de un movimiento artístico concreto, a pesar de que su obra nunca llega a alejarse del todo del costumbrismo.
Visitando la exposición, Los rincones de Ubierna, la mayor retrospectiva del pintor realizada hasta la fecha, no es extraño descubrir a alguien comentando alguno de los cuadros, ilusionado al identificar en él uno de los lugares emblemáticos de su infancia. “Por esta calle pasaba para ir al colegio”, “En esa casa vivía mi amiga, y allí siguieron viviendo durante muchos años sus padres”, “Fíjate cómo era entonces esa plazoleta, y lo que ha cambiado, y parece que no, pero ya no tiene nada que ver”. Y uno acaba dejándose llevar por ese ambiente general, y comparando la imagen de un determinado sitio que retiene en su memoria, con la pintura que contempla en ese momento.
Seguramente ese sentimiento común sea el que ha inspirado la segunda parte de la muestra, en la que diferentes fotógrafos del colectivo Perro Chico han tomado diversas instantáneas de esos mismos rincones en la actualidad desde la misma perspectiva. Las cuales se exponen con el mismo tamaño que los cuadros, de forma que las dos Salamancas convivan por un fugaz momento, una junta a la otra, en una misma pared.
Pero como no solo de su ciudad natal vive el hombre, Ubierna también dibujó distintas marinas y paisajes de Laredo, donde veraneaba con su familia; callejuelas de diversos pueblos salmantinos, rincones icónicos del París de los años 30 e, incluso, llegó a pintar varios bodegones y retratos, alejándose así un poco de su tema principal. Aunque en sus lienzos siempre terminaba regresando a la capital del Tormes porque, como el mismo manifestó: “No creo que me quede nada de Salamanca por pintar, y sin embargo, cuando salgo de paseo, es como si viera esos lugares por primera vez”.