Manuel López – La República Cultural
No en vano, queramos verlo o no, Robert Smith y su banda son uno de los grandes referentes musicales vivos. Una formación que se creó en 1997 y que, aunque lleva desde el 2008 sin editar nuevo material, siguen demostrando buen hacer y maestría en los escenarios. Y eso que no es de esos grupos míticos que ocultan los años en shows grandiosos llenos de luces y espectáculos visuales, si no que se enfrentan a la masiva audiencia sólo con sus instrumentos y cinco pantallas de luz para pequeñas proyecciones.
Un show que duró 170 minutos y que empezó con una puntualidad británica, donde el cantante atrajo totalmente los focos y las miradas. Con sus 57 años sigue siendo capaz de no desentonar en ninguno de los temas que, por suerte para propios y extraños, no fueron únicamente enfocados a rarezas que apenas los más acérrimos conocemos, si no que distribuyeron entre sus principales temas dejando interesantes momentos de interludio con estos temas menos conocidos que acaban siendo la esencial de la banda.
Este es siempre el miedo al ver a The Cure en directo, que se centren excesivamente en caras b, y al no hacerlo el sabor de boca fue dulce para todos.
Robert, magistral en las guitarras y en la voz permanecía quieto delante del micrófono mientras Simon Gallup (bajista) recorría el escenario sin parar descargando adrenalina. El resto de la formación permanecía quieta, clavando cada nota y cada acorde de los cuatro bloques en los que se distribuyó el espectáculo.
El primero, probablemente el que más temas minoritarios incluía, escondía grandes canciones como Inbetween days, Just like heaven, Lovesong o Edge of the deep green sea. Una primera parte de una hora de duración que al terminar y empezar el primer bis pensábamos que ahí quedaría la cosa, cerrando este bloque con A forest. Con semejante canción podrían haber cerrado el espectáculo pero tuvieron la deferencia con el público de volver y en dos tandas más tocar sus temas más coreados: Three imaginary boys, Fascination street, Never enough, Lullaby, Friday I’m in love,…
Con ello cerraban un círculo perfecto en un espectáculo inolvidable para los 16.000 espectadores que llenábamos el Barclaycard Center y que habíamos comprado las entradas casi con un año de antelación. Y aunque el precio podía pecar de excesivo (bastante más caro que los tickets vendidos poco antes para su concierto en Portugal), sin duda la experiencia, la fascinación, el sonido, el listado de temas, el ambiente creado por el público,… merecieron la pena para un momento en el que la música actual necesita una cura.