Julio Castro – La República Cultural
Pablo Messiez conduce sus textos por una zapatería, mediante una poética dulce y amable, cómica, armónica, nostálgica, oscura, dura y hasta cruel en una misma obra, donde la idea de construcción espacio-temporal pretende ser ajena a su desarrollo y al de los personajes. Así es el agujero temporal que se genera en la zapatería de Flores, su abuelo, ahora sometido a una revisión histórica que permitirá a la familia recuperar sus lazos, mientras el público cae inevitablemente en los brazos del equipo artístico que le conduce.
“¿A dónde va todo eso que no recuerda nadie? ¿Ha pasado?” pregunta el zapatero Flores (Íñigo Rodríguez-Claro) a su empleada Nené (María Morales). Ella, tras intentar quitar importancia y confortarle en el olvido, acaba sentenciando “Usted no se preocupe. Los olvidos se cuidan solos. Usted cuide de sus recuerdos”. Y es que, cuando ella se marcha, justo al cierre, extraña gente comienza a entrar en el local, y acaban por contarle recuerdos íntimos del pasado de él, cosas que apenas recuerda y otras que ha olvidado, incluidas cosas que no conoció y piensa que jamás ocurrieron. El hombre que vino con la lluvia (Javier Lara), le habla del momento de la muerte de su abuela, y luego de su abuelo, mientras trata de secar la ropa empapada y le hace buscar unos zapatos de tacón del número 44. Una mujer embarazada, Aurora (Rebeca Hernando), le hace confesiones sobre su origen y parentesco, que él jamás supo. Una joven Amelia (Mikele Urroz), le habla de su futuro y su descendencia. Mientras, Doroty (Carlota Gaviño) vestida de novia y Anelo (José Juan Rodríguez) que la sigue para tratar de comprenderla, justificarla y satisfacer todo lo que no entiende de sus palabras, le hacen comprender a Flores el significado de las circunstancias de la vida.
El trayecto vital de los tiempos
Lo que parecía sencillo, simple, anodino en la vida se ha complicado para regalarle al zapatero el interés por explorar las posibilidades de un tiempo pasado, presente y futuro a la vez.
Por otra parte, lo que parece complicado en este maremágnum enrevesado de tiempos, personajes fantásticos y vivencias reales que no existen, es lo más sencillo en manos de Pablo y en la puesta en pie de sus personajes. La idea, que discurre desde tiempos diferentes, no es más que la mera filosofía de la vida que, a hombros de las poéticas de la obra, navega hacia esa desconocida Ítaca de Kavafis. Ambos conceptos se mezclan y se transforman para ofrecer una amalgama creíble a quien lo vive desde la butaca, porque, intrínsecamente, está arrancando pedacitos de la vida de tod@s. Pero los tiempos… los tiempos ya se resolverán, porque, como explica Amelia, “no se puede cambiar de golpe. Primero hay que mirar. Mirar y ver qué se ha hecho con el tiempo. Con todo el tiempo”.
Recuerdo que de niño me impactó mucho un disco de Pedro y el Lobo, en el que se explicaba bajo relato adaptado al sonido de los instrumentos, la obra de Prokofiev. Cada personaje, igual que aquí, tiene su sonido y su instrumento. Lo que ocurre es que la armonía de la orquestación, hace que los instantes cobren su propia sintonía y unifiquen o mezclen criterios. En el caso del texto que ahora vemos, recoge la armonía en las poéticas de su construcción, que los personajes se empeñan en volcar en escena.
La poética dulce y amable
El personaje de Flores, recreado a partir del abuelo que Pablo investiga a partir de su familia, y que tiene necesidad de comprender, abre un mundo de inocencia que proporciona el tono general de la obra. Hay cierta dulcificación del personaje que no le convierte en un bobo en manos de su imaginación desbordada, sino en el individuo que, azuzado por una realidad mágica que le sorprende, necesita saber, en ocasiones enfrentándose, en otras dejando que todo ocurra. Quizá porque no tiene más remedio que escuchar para escucharse, los seres que lo atenazan se convertirán siempre en personas que lo abrazan y se dejan acunar por él, incluso el duro Hombre que vino con la lluvia.
Esa misma dulzura se transmite a través de los personajes de Aurora en su maternidad serena y perdida, de Doroty en su confusión lúcida, de la relación de esta con Anelo, que necesita darse. Pero también en parte en la complicidad entre Amelia y Aurora, la tía/abuela desconocida. Pero, sin duda, para Prokofiev el personaje de Flores sería el de Pedro, el explorador inocente.
La armonía cómica
Un caso que sobrevuela la obra es que sus personajes chocan con una realidad imposible, y lo hacen de manera inocente, directa, a veces algo cándida, pero siempre negando la imposibilidad de que no esté ocurriendo. Buena parte de las situaciones, que fuera de ese contexto serían más bien tristes o trágicas, inducen a la visión cómica del público. A veces por la parte física, otras por lo absurdo de los propios diálogos.
Así son los encuentros entre Nené, que quiere ver en Flores algo más para ella y le trata casi como a un niño, mientras que él no se percata de la realidad de su empleada, y sólo quiere que le ayude para saber que lo que vive no es una alucinación o un sueño: se empeña en mostrarse adulto, cayendo en momentos de cómica desesperación.
El personaje de Nené, a cargo de María Morales, logra que se establezca una verdadera continuidad en el desarrollo, sin que aparezca ninguna interrupción brusca durante el curso de la obra, que quedaría, de otra manera, rota en fragmentos de realidad/irrealidad. Su historia que parece más sencilla, de repente se enriquece en la anécdota de su propio ejemplo, cuando relata la historia de vidas paralelas escrita por su propia madre y le ofrece a Flores “el regalo de una posibilidad”, como explicación a lo que le ocurre. Pero en la armonía de conjunto, Nené sería como el Abuelo de Pedro que proporciona sensatez y realismo a algo que supone riesgo.
Poética de la nostalgia
La pieza nostálgica por excelencia explota en dos momentos, el primero es el de las palabras perdidas por Doroty en esa “enfermedad de Rita Hayworth”, que suscita en su pareja, Anelo, sentimientos controvertidos, entre la furia por no comprender, o por no haber comprendido, y la ternura que suscita la defensa que hace de ella ante el mundo, pese a que olvidará el nombre de él. La introducción del tema de la memoria que trata de recuperar Flores, la que pierde Doroty, la necesidad de una vida con memoria que tratarán desde la abuela hasta la nieta, involucra una enorme cantidad d sentimientos y que suponen una explosión de nostalgia en el protagonista. En buena medida, por seguir con el juego de la transposición de Prokofiev, diría que estamos ante el pájaro que huye de la tierra y sus peligros, y el pato que, pese a poder volar, se expone en su torpeza.
El otro momento principal de nostalgia lo encontramos en la manera de mirarse a sí mismo, de concluir que puede haber perdido su vida en la desaparición de recuerdos que ignoraba. Y Flores se sumerge en su análisis, antes y después de un monólogo (que, eso sí, creo que funciona muy bien en el texto, pero que es sobrante en la puesta en escena porque hace una ruptura en la construcción anterior y sobrepasa lo explicativo) que define una trayectoria desconocida minutos antes, y que debe evitar que le abrume. Esa soledad del análisis está en el personaje y se la dota Íñigo en su trabajo, sentado, en la penumbra sin más elementos que le desconcierten.
Poética dura, oscura y cruel
La oscuridad que cada poco sobrevuela a los casi cómicos fantasmas de Flores, tienen márgenes de dureza en los contenidos, que se marcarán especialmente en los personajes de Amelia y de El hombre que vino con la lluvia. Mikele Urroz en el personaje de Amelia, que en su juventud futura se reivindica a sí misma, y que asume el papel de puntualizar la obra, contando su sueño al ver una foto “pensé que si todo el tiempo del mundo se juntara en un instante, si nos encontráramos de golpe con todas las edades juntas, todos juntos, a lo mejor algo estaría más claro”. Sin duda Amelia es el Gato de Pedro y el lobo, en la medida en que explora, arriesga, persigue e incita.
Javier Lara es ese hombre que vino de la lluvia, y que aporta la mayor crueldad en su verdad “Mire, un cuerpo abierto es bestial y lo entiende todo. Todo el desamparo en el que estamos, toda la necesidad de aliviarlo, todo. Por eso las mujeres son más sabias. Tienen ese tajo hermoso. Pero es que no hay más que mirar los cuerpos. Hay que abrir los ojos, los agujeros hay que abrir”, dice en su casi violenta disertación poco antes de acomodarse acurrucado como un niño para descansar en el banco sobre el regazo de Flores.
Los protagonistas del cuento en la panza del lobo
No olvido a Aurora, la mujer que va a parir en cualquier momento, para dar a luz a un presente, a un futuro y a un pasado. Ella, en manos de Rebeca Hernando, más que un personaje, es la razón de ser del cuento, y sería un error ver a Flores como el protagonista, porque es ella la que se encuentra en el núcleo del argumento, la madre que fue y no fue, la tía que besa de cerca y de lejos, la mujer que hace regalos erróneos, pero, sobre todo, la mujer que transmite los abrazos.
Sin embargo, no serán ni ella ni Amelia quienes establecerán ese instante de tiempo antes anunciado, sino el instante de descubrimiento que hace el personaje de Carlota Gaviño, porque es en su texto principal en el que hay una conjunción de todas las mujeres en una, como si fueran planetas que se alinean en un punto. Es ella la que las trae a ese lugar de olvido y recuerdo, mientras que los personajes masculinos son vestigios de sí mismos a la estela de la vida que ellas crean y hacen estallar en la imaginación y quedarán a expensas de ella-ellas. Ese es el momento de reunión que, si se asume, desatará todo el sentido de la obra.
O un Cuento de Navidad
Podría haber elegido la analogía del relato de Dickens, que siempre es más vigente y sencillo, pero me enriquece más la obra de Pablo Messiez y se me aproxima a la complejidad didáctica del autor ruso. Véanlo como quieran o como puedan, pero véanlo, porque más allá del cuento por el cuento, la comedia por la comedia, o la tragedia que puede apuntar, los inquietantes juegos metafísicos con el tiempo en un mismo viaje y la hechura de los personajes, consiguen enredar por completo en una vida propia. Por si hay dudas, creo que el lobo somos tod@s.