Julio Castro – La República Cultural
Inés, en un lateral del escenario, vierte líquido blanco sobre un recipiente, y a partir del mismo se construye un espacio proyectado, que puede dar lugar a la imagen del paisaje vivo sobre el que mover el sueño de este hilo blanco. Justo en el extremo opuesto, una amalgama de cuerpos se deshace y cae al suelo, donde se mueve como una masa de ameba informe.
De nuevo, de la mano de Inés, entra un carro en escena, donde Mónica viaja encogida y completamente rodeada de hilo de alambre rojo, para situarse en el centro del escenario, casi al pie de unos recipientes que tienden hilos blancos hacia lo alto del muro.
La nueva producción de 10&10 Danza, dirigida por Mónica Runde, presenta una coreografía que, creada junto a Inés Narváez Arróspide, reúne a José Luis Sendarrubias, Mar López, Carmen Fumero, Albarto Almazán y Miguel Ballabriga.
No es la primera vez en que ambas intervienen juntas un formato de danza en el que se aborda la cuestión del recuerdo, de la memoria de sí mismas, ya que meses atrás, en la pieza Reflexiones de una disléxica, en este caso dirigida por Inés, parecía tocar referentes de recuerdo y motivaciones con raíces del pasado, pero, sobre todo, los últimos trabajos de Mónica Runde tienen un recorrido con mirada a lo profesional y a lo personal, que miran al significado de una trayectoria, con marcado carecer emocional, pero sin dejar de evolucionar en su propuestas.
Parece ya característico de los montajes de 10&10 Danza que aglutine a diferentes coreógraf@s para impregnarse compartiendo trabajos comunes, más allá de la individualidad, compartiendo espacios e ideas, como fue el caso de Episodios (Temporada 25), o también de En partes. Sin embargo este trabajo propone un juego diferente a otros, dando un mayor espacio a la libertad de los cuerpos, en momentos de improvisación que, pese a todo, se enmarcan en un trabajo de equipo a través del cual el hilo al que mira su protagonista, no deja de estar cohesionado en el espacio escénico, a través de ese “yo” en el que reconocerse en presente y en pasado, o en el que desconocerse, observándose desde fuera.
Inés y Mónica juegan a la dicotomía de dos personas, dos cuerpos, una idea de en dos tiempos. A partir de este principio que por momentos las fusiona, y por momentos las distancia, partiendo de figuras que evolucionan linealmente en la pared del fondo, todo irá adquiriendo tridimensionalidad y forma consistente, despegándose de la mera proyección, para aproximarse y rodear a la(s) protagonista(s).
Podemos contemplar diferentes momentos en la danza, con pasajes muy potentes, frente a otros más tranquilos, trayectos individuales entre otros colectivos, sin que por ello ninguno pierda fuerza. Hay plasticidad en la presentación, hay belleza en el conjunto y en el desarrollo de la idea, donde también se aprovecha el juego de luces y texturas, para resaltar (como ya han hecho otras veces, aquí a cargo de Sergio G. Domínguez) el movimiento y los cuerpos con el negro como luz y los tonos de luz clara difuminada como imagen de un recuerdo desvaído.
Cada propuesta de Mónica Runde parece dar un paso hacia la búsqueda de nuevas ideas, al igual que la trayectoria de Inés Narváez Arróspide parece dar un gran salto como coreógrafa, desde las propuestas más reducidas hacia una visión mayor de conjunto.