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En el Cine crece hierba - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

El cine de verano del pueblo, en realidad, uno de los cines, porque estaba el cine Paz, que era una terraza en lo alto de un edificio, y luego el de Playa Lisa, de cuyo nombre no he logrado acordarme, cuando el pueblo y esta zona cercana a las salinas no se tocaban. Además, por si fuera poco, estaban los cines de invierno, el Apolo, en el mismo edificio del Paz, y creo que era el Galaxia el que estaba pegado a la muralla fortificada. Este último, como era de esperar, fue derruido para liberar a la muralla árabe de su acoso. Los otros, tuvieron una muerte dulce, si se quiere ver así, para lo que yo llamaría una muerte trágica.

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En el Cine crece hierba

El Bahía y la desaparición de los locales de verano

Cine Bahía
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Cine Bahía

El interior del cine, al fondo se ve la pantalla algo despintada, entre las hierbas crecidas. Foto: Julio Castro.

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Cine Bahía

La fachada completa del cine, ahora oculta entre contenedores de basuras. Foto: Julio Castro.

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Julio Castro – La República Cultural

El cine de verano del pueblo, en realidad, uno de los cines, porque estaba el cine Paz, que era una terraza en lo alto de un edificio, y luego el de Playa Lisa, de cuyo nombre no he logrado acordarme, cuando el pueblo y esta zona cercana a las salinas no se tocaban. Además, por si fuera poco, estaban los cines de invierno, el Apolo, en el mismo edificio del Paz, y creo que era el Galaxia el que estaba pegado a la muralla fortificada. Este último, como era de esperar, fue derruido para liberar a la muralla árabe de su acoso. Los otros, tuvieron una muerte dulce, si se quiere ver así, para lo que yo llamaría una muerte trágica.

Son recuerdos de la infancia que hoy reflejan y resumen la historia del cine que, en la segunda mitad de su existencia cae en picado hacia un suceso casi anecdótico en la historia de la humanidad. Podemos culpar a la tecnología, aunque yo me inclino por la mezquindad frente a la Cultura de los seres humanos, a la desidia de sus responsables y al odio que la política siente por aquello que provoca crecimiento social.

Sí, vengo a hablar del viejo Cine Bahía. Allí principalmente, aunque también en el de la otra playa y en la terraza del propio Apolo, tuve probablemente los recorridos más intensos de mi relación adolescente con el cine. Allí, desde algunas antiguas de Alfred Hitchock, hasta el crecimiento de Woody Allen, antes de su decrepitud, fue la marca de un carisma y una actitud frente al mundo, una rebeldía diferente frente a lo estándar, frente a lo habitual, pero que llegaba más lejos que el viejo cine de arte y ensayo, así que, el efecto en nosotr@s, jóvenes de una generación, supongo que tuvo mayor alcance que lo que sólo unas pocas personas veríamos en Madrid o en grandes ciudades, en la Filmoteca Nacional (que fue errante tanto tiempo), y en algunos cines como el Rosales, que también estrenaba a Woody, o el Urquijo, dedicado a veces a los clásicos como Bogart, o a otro cine fuera del circuito más comercial y de estreno.

El Bahía, cerca del puerto de Santa Pola, ya desde su fachada era la viva imagen de lo que hoy recordaríamos como el auténtico cine de verano. Era un prototipo hecho realidad, fuera la taquilla, y el interior con su barra de bar cerca de la entrada, la inmensa pantalla blanca al fondo enmarcada en negro, como estaba mandado, y un inmenso solar lleno de sillas para el público. Casi recordaba a esa imagen de las películas de Estados Unidos, donde los chavales y las parejas iban en sus veranos. Casi más cercano tenemos a Cinema Paradiso. Ese era el Bahía.

Hoy duele ver esa fachada que, desafiando al tiempo y la especulación, se levanta aún en el pueblo. Podría pensarse que el abandono venció, pero la verdad es que parece increíble que, aún vacío y sin negocio, siga sin ser edificado décadas después de su pérdida. Por un agujero hecho en la valla de madera que impide que soñemos en su pantalla muda, se puede ver aún un trozo de su interior, y quiero imaginar que alguien con la misma nostalgia que much@s tendremos por el lugar, se entretuvo en abrir ese espacio al pasado para poder contemplarlo. Sus losetas de cuadrícula rojiblanca continúan cubriendo el suelo, pero un tronco de madera sujeta a la vez la fachada de la edificación del bar contra una de las vallas laterales. Al fondo, la pantalla emerge aún imponente (que me revela que su tamaño no era la impresión de mi pequeñez) entre una jungla de hierbajos de más de un metro de altura. Parte de la pintura blanca desgastada o desconchada nos daría ahora una proyección más clásica de bobina algo desgastada. Pero la fachada sigue siendo impresionante y entrañable.

Reducir a la evolución, a las crisis, a la aparición del video, a la tele o a quién sabe qué cosas la desaparición de un cine de verano en una localidad que despuntó de sus pesquerías sólo a base de turismo, sería una pobre justificación.

La realidad es que hemos permitido que el cine muera. Cuando aún existía la terraza del Paz, sobre el Apolo, ya la gente rezongaba que el cine no era negocio, que el video era mucho más cómodo y que todo el mundo dejaría de acudir. Jamás vi un solo esfuerzo por reivindicar los cines, por mantener en pie la lucha que las pantallas gigantes aún siguen hoy ejerciendo allí donde se les permitió vivir, como el caso del Bahía.

Ninguna autoridad política quiso salvar a los cines, así que les dijeron: modernizaron. Los proyectores de 35mm fueron desapareciendo para ser sustituidos por los modernos sistemas digitales, mucho más cómodos, pero con exigencias mucho mayores de cara a la proyección, especialmente en sus inicios. Y con unos costes de adaptación inasumibles para una sala de temporada. Además, sólo los estrenos podían ser proyectados de esa manera, impidiendo que estos lugares de reestreno, o de recuperación de películas tras unos meses girando en salas de estreno, pudieran alcanzar a competir o a sobrevivir.

Lo fácil fue dejarlos morir. Pero también es cierto que nadie apostaba por ofertas, difusión, promociones… era un momento en el que el cine, viniendo de su era mágica, no necesitaba nada de nadie: todos necesitarían del cine. Así que por la cabeza de nadie pasaba la idea de salir a buscar espectadores, clientes. Así, las salas fueron cerrando, hasta dejar lugares emblemáticos abandonados u ocupados por negocios ajenos. Hoy el desaparecido cine Apolo comparte espacio con una galería comercial ¿dónde habrán ido a parar sus butacas y su pantalla? Del resto no queda nada. Sólo el Cine Bahía resiste en pie, como nosotr@s.

Hoy, Santa Pola, que tras la burbuja inmobiliaria ha sufrido un decrecimiento brutal en turismo, y que en invierno es un pueblo que casi vuelve a lo que era en los ’70 en cuanto a población, ha abierto nuevos cines en el extremo opuesto. Última tecnología en sonido y proyección 3D, siete salas, alguna un poco más grande, otras no tanto. Y eso sí, ahora hay promociones. Pero cuando me pregunto dónde se podrá ver un clásico en el cine, llego a la misma conclusión a la que llego en mi ciudad: en ninguna parte salvo en televisión.

Ahora en el cine hay espectáculo, pero rara vez hay Cine-Cultura. Es un producto de usar y tirar en pocos días que nadie recuerda pasado un tiempo. Hoy, que la situación económica no es tan depauperable como hace unos años, el Cine Bahía sigue estando ahí. Decía nuestro Labordeta “en los muros crece hiedra / y en las plazas no hay solanas / contra la lluvia y el viento / se golpean las ventanas”, él hablaba de pueblos de Aragón que van muriendo en su poema ¿Quién te cerrará los ojos?, pues en el Bahía crece hierba, pero es el símil de lo que ocurre en todos los cines de nuestro país, donde no crece otra cosa. Y en nuestros ojos, a fuerza de olvidar, acabamos por entrever a través de los arbustos, hasta que no haya más cine. Pero eso es responsabilidad de tod@s.

Quizá los responsable municipales que ya no son los de siempre, y que parece que quieren hacer algo más, podrían permitirse invertir un poco en el desarrollo cultural, y ofrecer un lugar histórico para su pueblo, antes que abandonarlo al derribo y la especulación.

Pero tampoco confío mucho, así que cada vez que pueda iré a mirar esa fachada y asomarme por el huequillo de su portón, atisbar entre la hierba y dejar caer una pequeña lágrima que la alimente.

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