Julio Castro – La República Cultural
Rakel Camacho prepara el montaje de un texto del dramaturgo Antonio Morcillo, que ha comenzado a desarrollar con nuevo equipo, a través de su compañía La Intemerata. Recientemente presentó en la sala madrileña Teatro del Barrio una lectura dramatizada, en la que ya se denota parte de la puesta en pie, y de la intención con los que los personajes se enredarán en esta tragedia (como la calificaría en el posterior debate la también dramaturga Lola Blasco), con grandes tintes cómicos que rigen el tono de casi todo el desarrollo.
Cuatro asesinados en un pueblo, al comienzo de la guerra civil española, ocupan una fosa común, y en ella debaten, se pelean y ocupan el rato, hasta que alguien se pregunta por qué no van a sacarles de allí, o qué ocurre para que no hayan llegado. Otro de los personajes, una dama íbera enterrada en un lugar próximo, tampoco sabe muy bien lo que ocurre en el exterior, pero uno de los de la fosa, el alcalde del pueblo, se encarga de desinformarla, a fin de no agriar su presente. Una joven asesinada por su novio maltratador vendrá a romper la monotonía de ocho décadas, pero no puede contarles apenas nada de lo que quieren saber, ya que su grado de ignorancia es manifiestamente alto.
Un texto ágil y con inmediatez
El texto de Antonio Morcillo señala muchos de los notables problemas de nuestra sociedad actual, que suponen la repetición de errores continuos, dejando en evidencia la falta de finalización del franquismo que, aún en nuestros días, se empeña en acallar junto con la iglesia católica la barbarie cometida contra un sistema democrático y contra el pueblo que no comulgaba con las ideas fascistas. El juego con los personajes, atrapados en un lugar ignorado voluntariamente por los vivos y callado en boca de los demás muertos, propone un lugar mal cerrado de la historia, que en el padecimiento de la injusticia por vía de la violencia, no deja de preguntarse el motivo de su situación, y reclamar un final justo con su traslado al cementerio junto a los suyos.
La idea de una completa falta de concepción del transcurso del tiempo, de la falta de referencias para medir su situación o, más claramente en el caso de la chica asesinada, la ausencia de conocimiento borrado en la historia común y en la enseñanza básica escolar de la historia reciente, evidencian la auténtica situación de nuestro momento, en el que sólo se ha tratado de eliminar la verdad y la justicia. Seguramente, esa misma falta de concepción del tiempo afecta a nuestra sociedad cuando no es capaz de mirarse a sí misma y reconocer asesinatos y desapariciones masivas, permitiendo que sus responsables sigan echando tierra sobre las fosas.
Tres momentos temporales se aproximan en la misma fosa, dejando claro que la idea de violencia no cumple con ningún fin aceptable, ni permite seguir con la vida, pero que de todos los crímenes cometidos, los peores son aquellos que, conscientemente olvidados, permanecen en su tumba sin permitir continuar el destino propio por medio del reconocimiento justo.
El formato utilizado, en clave de comedia, facilita magnificar la ruptura entre esa violencia continuada en el tiempo, y la manera de observarla en la ignorancia de su significado. Alguno de los usos de tópicos en los personajes, quizá puedan resultar muy manidos, porque los personajes bien podrían mantener el esperpento sin necesidad de etiquetas. Sin embargo, el lenguaje parece dejar sentados los papeles de una sociedad compuesta de personas conscientes de su realidad y de su propia lucha. Así, el alcalde, el maestro, el anarcocomunista y el ricachón fascista, fingen dialogar, pero dejando claros los límites que no traspasará ninguno. En este sentido, desde el punto de vista cómico, se trata de compensar el trasfondo de un contenido sumamente grave, dentro de un lenguaje a veces paródico que no ocultará la tragedia de sus protagonistas.
La lectura anuncia la puesta en pie
La idea que nos aproxima el equipo de Rakel Camacho está más allá de la lectura, utilizando los espacios y apenas unas sillas que delimitan la fosa, como elemento común. El equipo actoral con Juanma Cifuentes, Jorge Kent, Trigo Gómez, Antonio Sansano (aunque Alberto Úbeda no estuvo, forma parte del proyecto original) y Rebeca Matellán deja claro que hay una implicación en su trabajo acorde con la dirección.
Aunque habrá que esperar al montaje para conocer la dinámica que se establece en el texto y el movimiento final, que promete ser muy ágil como el propio autor parece exigir en su original, se apunta más que un hilván en esta presentación, aunque habrá que resolver la distancia entre la dramaturgia y la puesta en pie.
Tras la ejecución, un coloquio dirigido por la dramaturga Lola Blasco, aprovechando principalmente la presencia del autor, pero también con la directora y contando con la participación del público, se vuelca en las diferentes ideas de cómo mirar la obra. Para Lola se trata de un texto con claro componente clásico de tragedia, con aspectos evidenciables, si bien matiza otros puntos de la misma. En mi opinión, tiene bastante influencia en su conjunto con un Beckett (digamos un Godot, por la búsqueda y la espera cíclicas, un Fin de partida, desde la situación de sus protagonistas y las relaciones entre ellos…), en el que los personajes, incluso muertos, apenas perciben esa mortalidad, y se rebelan contra su destino en una lucha que una y otra vez les conduce al mismo punto: un juego, una pelea, una protesta,… en lo que deben llevar desde el inicio en el ’36, en tanto alguien no encuentre una puerta de salida.
En las posteriores intervenciones, algunas denotan el desconocimiento de toda una realidad que afecta a centenares de miles de personas en España, con los cadáveres desaparecidos en los campos, que los sucesivos gobiernos no han querido recuperar ni facilitar los trabajos de recuperación. Es uno de los motivos del texto y de su montaje: la denuncia de los asesinados desaparecidos, pero también el borrado de memoria de la población ya desde las escuelas muchos medios de comunicación.
Estamos ante un trabajo que se presta a muchas visiones, y que permite un cierto acercamiento, desde la comedia, a la tragedia real que persiste en nuestro país.