Julio Castro – La República Cultural
“Cuando esto termine no quedará nadie en España […] Nadie, sólo gente callada […] Sólo gente callada y cobarde”. Así, en una rápida presentación en movimiento de los personajes que compondrán el compendio de historias que se reúnen en este Terror y ceniza de Ramón Paso, se allana el camino para lo que sus protagonistas narrarán a través de las actrices de la compañía PasoAzorín Teatro.
Es una nueva incursión de la compañía en el terror de la guerra civil española, donde las tropelías cometidas por protagonistas del golpe contra la democracia no dan la cara de frente, sino a través de los actos y sus consecuencias. Al igual que en anteriores puestas en escena, el punto de vista principal fija su objetivo en el daño sobre las mujeres, y aquí, cada relato se basa en testimonios de víctimas.
La herencia que completa historias no narradas
Bertolt Brecht estrena a finales de la década de los ’30 su Terror y miseria del tercer Reich, en cuyo texto el autor en el exilio reúne casi una treintena de escenas del horror de los nazis. Alrededor de medio siglo después, José Sanchis Sinisterra hace su acopio personal en aquel Terror y miseria en el primer franquismo, donde nueve piezas dan testimonio de los peores años de terror del fascismo de los golpistas en nuestro país en los primeros 15 años tras la finalización de la guerra civil.
Claramente el título de Ramón Paso entronca en la vía de ambos autores, con la peculiaridad de que centra el “terror” en la participación de la iglesia católica, pero también en el silencio impuesto, en el miedo y, como decía, en el ejercicio de la violencia sobre las mujeres, de cuya herencia seguro que cabría mucho hablar en nuestros días.
La cuestión es que, si la de Brecht se construye justo al final de nuestra guerra, en mitad del terror de los nazis y antes de la guerra mundial, y la de Sanchis se centra en el momento posterior a la guerra civil, PasoAzorín nos expone la situación en pleno conflicto, aunque la situación se prolongaría hasta mucho más tarde.
Historias de terror bajo la iglesia y el fascismo
Curas que se apropian de jóvenes para violentarlas a su placer, justificando su filiación política o sindical, curas con pistola que ejecutan o torturan a voluntad a mujeres presas por sus ideas o proveniencia. Persecución por ser maestras, por su orientación sexual, por su carácter libre… por el mero hecho de ser mujeres. “Recibo catequesis de polla y hostias”, dice la que fuera hija de un sindicalista, ahora forzada por un clérigo.
También se deja en evidencia a las instituciones, a quienes en nombre de la dictadura aprovechan para amenazar, o para buscar su mejor situación ante otros fascistas y ante el párroco del pueblo. De las escuelas que apartan, encarcelan, torturan o asesinan a maestras y directoras de escuelas, por el hecho de ser republicanas: “no soportan que seamos mujeres y enseñemos”
También aparecen quienes se doblegan fácilmente por su subsistencia, y acaban por amoldarse. El entorno de una sociedad católica, en la que especialmente las mujeres han sido sometidas en ideas y creencias, se evidencia entre republicanas que muestran también sus debilidades junto con las fortalezas: se tratan temas como el aborto, una protagonista dice “vamos a la iglesia a pedir perdón”, es interpelada por otra “no sé si dios está en la iglesia, ellos sí que están”.
Pero no todas son sumisas, y algunas aprovechan su situación y condición para practicar su venganza frente a los criminales, y muestran su cuerpo ante el deseo que llevará a algunos a la tumba antes de ser descubierta “eso es ponerse, poco a poco”, explica a las compañeras de celda que no dan crédito a lo que cuenta “despacito, como a mí me gusta”, dice blandiendo una navaja.
Trilogía y evolución de una compañía
Ya tuve ocasión de ver anteriores propuestas de la compañía, desde El mono azul, o Matadero 36/39, con las que compone una trilogía sobre las mujeres perseguidas por el fascismo en la guerra civil española. Aunque ha habido otras posteriores, en las que se recogía también la cuestión del maltrato a la mujer con otras perspectivas, y también temas relacionados con el terror y la destrucción. El interés de las propuestas, aparte de la denuncia histórica o la recuperación de testimonios reales, se encuentra precisamente en este punto de vista a partir del maltrato machista, identificado con la violencia fascista desatada.
También hay que decir que el tratamiento de los personajes, mujeres con nombres, aparecen de pasada, aunque pertenecieran a mujeres vivas, pero que de esta forma podemos asumir que sus situaciones viven en más víctimas y, por lo tanto, cobran más trascendencia, así que es un buen recurso.
El equipo de actrices, Inés Kerzan, Ana Azorin, Angela Peirat, Laura de la Vega, Patricia Bertrand, que en buena parte repite respecto a otros trabajos de la compañía, desarrolla las escenas de forma muy ágil (cierto que en algunos momentos se percibe, quizá, con excesiva prisa), y casi todos los cambios entre escenas/historias, son muy fluidos. Lo que destacaría sobre todo es que, una cuestión que en trabajos anteriores me producía cierta reticencia, ha evolucionado dando otro resultado a esta propuesta: el tratamiento sobre la evidencia. Creo que el teatro que se muestra excesivamente evidente pierde interés, y que no se puede hacer un mero testimonio histórico, porque para eso ya están los libros y los documentales de historia. En esta ocasión han roto esa barrera, consiguiendo que el teatro haga espacio al público, que acoja en estas terribles historias. Pero no sólo eso, sino que entre la primera y una de las últimas historias que se desarrollan, hay una profunda poética creciente entre las protagonistas y sus situaciones, que muestran que el trabajo ha conseguido trascender al mero hecho relator.