Julio Castro – La República Cultural
Zaida no tiene documentos y habla otro idioma; en el viaje de venida perdió a su marido. Fatu Binta perdió a un hijo en cada uno de los intentos de viaje, porque la violaban y se quedaba embarazada, pero no conseguía llegar. Lay tiene un chulo que la explota y se vende en su trocito de calle hasta que se queda embarazada: ella será el proyecto guía para Clitemnestra, mientras que las otras serán sus acompañantes y defensoras en el territorio que excede a la protagonista de esta historia.
Clitemnestra es cartonera: acumula cartones y los ordena, almacena y utiliza, porque las otras se los traen. Pero realmente, no es más que un espectro que pervive del pasado en el que quedó abandonada tras su asesinato.
Mitos ejemplarizantes contra la mujer
Natalia Moya toma el personaje de este mito clásico, para denunciar el odio hacia las mujeres, los tópicos que se usan en su contra, la manera de deformar la realidad (histórica o ficticia), a fin de lanzarla hacia todo un género como piedras.
Desde hace ya años, en distintos formatos se vienen poniendo en escena trabajos que revisan estereotipos de conveniencia, creados entorno a parámetros que culpabilizan a las mujeres de males ajenos, y que van desde la superstición hasta azares históricos. Ya el año 2009 aparecía la puesta en escena de danza de Maite Larrañeta, que lanzaba una pregunta sobre su personaje ¿Qué harías tú si fueras Medea?. Ciertamente, parece que el personaje más recurrente podría ser el de Medea, así que otras obras como el monólogo de Emilio Williams con Débora Izaguirre Medea Vindicada abordaba la cuestión como monólogo teatral y en formato de humor.
Recientemente, Pandora se aparece como La primera mujer en la tierra, con Rosalía Castro en un texto de David San Juan. La más reciente, con Teatro El Montacargas, viene del texto de Miguel Morillo, con Aurora Navarro y Manuel Fernández, en su Mambo. Pero hay otras propuestas como el Manlet de María Velasco, en la que cruza personajes transgresoramente, enfrentando situaciones que evidencian un claro desequilibrio en la balanza del poder de la mirada entre las posiciones masculina y femenina, incluso sin entrar en el juego del poder.
El reino invisible de las calles
Esta visión de la Clitemnestra de Luis Quintero que nos muestra Natalia Moya aporta a una mujer que, aunque encumbrada en un reino de miseria, sobre ese hipotético trono de cartones, y aparentemente fantasmal, es muy visible precisamente para mujeres no perceptibles a la mirada humana: inmigrantes, pobres, que viven en la calle, pero, sobre todo, eso, mujeres.
Así, como reina de unas huestes que tampoco desean su herencia ni su reino, que la ven como la maldita que arrastra el odio social, recorrerá el trayecto de un embarazo, en la descripción de la evolución de un feto y, a la vez, de la que lo porta. Y Clitemnestra intercala el discurso del odio sufrido y generado, los crímenes de Agamenón y de sus hijos, las muertes y el sinsentido de las guerras, pero lo hace como mujer que no puede devolver lo propio en igualdad de condiciones que los hombres. “Hubo un tiempo en que las mujeres mandábamos y organizábamos”, comienza a explicar a partir de la sociedad que ya en la historia clásica cambió el poder de decisión y mando, en el trayecto por su historia que concluye “¡soy una de las condenadas por los hombres!”.
Vivir la incógnita entre mundos perdidos
La puesta en escena logra crear tres mundos: el de la historia de Clitemnestra con la maldición injusta sobre su memoria, el de las mujeres como víctimas de un discurso falseado sobre vagos tópicos y el de las mujeres inmigrantes como víctimas de la sociedad de la que huyen y de la sociedad a la que llegan.
Es este último precisamente el que sitúa a su protagonista en un limbo de no muerta, cuando evidencia que se puede existir entre la opresión de dos sistemas, no existir a la vista de las sociedades y, a la vez, ser explotada. “¡Estamos comiendo violencia, estamos comiendo dolor!… cuando comen claro”, dice la protagonista en referencia a ambo grupos, el de las mujeres como mujeres y el de las inmigrantes que huyen de una violencia para caer en otra.
En medio de la situación creciente a la que alude la protagonista, se sitúa el espacio vacío que se va derrumbando entre cartones, con un formato efectista, sólo superado por el poder de la voz de su personaje. Ella enfrenta al público, pero también enfrenta a una sociedad, con sangre en sus manos, sí, pero con la que derraman sobre ella en vida o a al paso de los siglos.
“Como muchas mujeres en la historia, soy una carente de gloria”, dice la que fue reina y mujer de reyes, pero siempre víctima de intereses de poder masculino, incluso en el caso de sus hijos. “La guerra se impuso y todo se destruyó […] ¿tú qué habrías hecho en mi lugar?”, pregunta finalmente, lo que nos devuelve al planteamiento que veíamos de aquellas dos primeras Medeas que citaba. Aquí acaba cualquier apariencia de efectismo en la puesta en escena, porque la pregunta desnuda toda apariencia de impostura y traslada la cuestión al público.