Julio Castro – La República Cultural
Una Tarara lenta y sincopada abre el verso para el movimiento de los poemas de Lorca que actuarán entre el público, cerca del público más bien. Cada persona ha sido amablemente ubicada en su sitio al llegar, nadie ha quedado al azar en este escenario que rodeará el espacio-vacío Lorca, donde, como parece inevitable, debería morir. Pero antes de nada, su poesía volará en penumbra, con pequeñas lámparas que permiten ver cuerpos y movimientos, o señalar sitios fijos.
Escribe Manuel Altolaguirre su Elegía a Federico García Lorca, y escribe El Curro DT este movimiento en escena que, tras la poesía, junto a ella, sobre ella, se mueve entre penumbra. Porque casi sería profano escuchar su muerte en directo, o escuchar el amor por un Federico muerto “Me olvido de vivir si te recuerdo”, dice Manolito.
Un corro de Tararas y Yermas
“Tiene la Tarara un vestido verde…”, y tiene la compañía El Curro DT la propiedad de mostrar de manera sencilla los complejo textos de las emociones, los momentos de un país callado por la fuerza, de unas gentes que, no extintas, acuden a la escena cuando falta memoria. Son como un cuento poético en el que Federico nos dice “yo he visto las estrellas”, como su hormiga medio muerta del poema/cuento. Y “he inventado unas alas para volar y vuelo”, dice el gitano al sargento de la guardia civil en su Teatro Imposible. Los textos giran y vuelan al aire, mientras evolucionan por el espacio creado para ello, siempre en claroscuros generados por la pequeña iluminación de cuatro lámparas de mesa.
Los gitanos, las hormigas, las gentes y los caracoles, viajan a una velocidad de vértigo en este pequeño espacio lorquiano. Y la Tarara tiene un vestido verde, y Violeta Frión (hoy es ella) lo viste con sus volantes y cascabeles, y palmea sobre la silla, y marca el ritmo que más tarde servirá para tocar entre tod@s una Tarara con abanicos.
O se cosen al vecino del público y bailan con él o ella, porque Yerma se lo pide “quiero bordar mis enaguas y no encuentro los hilos”, dice dándose a la tarea cada mujer enlutada con pañuelo en la cabeza.
La poesía de Federico entre el teatro
El Lorca que ofrecen es el que cualquiera podría imaginar, o el que su entorno social no hubiera soportado apenas entonces, o la sociedad que él sintió siempre sobre sus hombros y lo empujó a otros países, a Nueva York o a La Habana, pero, sobre todo, el que movió poesía y teatro. Pero es, evidentemente, el Lorca de lo prohibido, el Lorca maricón de su momento, el que, como dice la compañía, “ese avanzado moderno que revolucionó una España que empezaba a estar presa como una Pineda cualquiera, que intentaba rebelarse a un futuro impuesto como Adela, una España llena de Rositas que dejaban sus casas para salir a las calles oscuras en busca de un novio prohibido”.
El que, con una generación diferente, da la vuelta a lo que parece firme y asentado: “¿Es que Romeo y Julieta tienen que ser necesariamente un hombre y una mujer para que la escena del sepulcro se produzca de manera viva y desgarradora?”, dice en El público.
Tanto los textos poéticos, como los teatrales, sirven para armar el fondo del movimiento que la compañía acerca a un público inmerso en la acción. La intensidad no proviene de fuegos artificiales, ni de recitados magistrales, ni de espectaculares acrobacias: es el conjunto del trayecto que han armado entorno al autor, a la persona, a su público, para incluirlo en su realidad, así, sencillo: tan complejo como eso.
Coreografías con movimiento conjunto de los cuatro integrantes, momentos de acciones más individuales, que nunca se acaban de separar del trabajo global, conforman el núcleo de un trabajo que no tiene individualidades, salvo la de su protagonista.
Un cuerpo yace con los ojos vendados, rodeado, pero La Tarara, vestida de verde, gira entorno al público, como si de una gallina ciega se tratase. Un cuerpo yace, y Mariana Pineda, rodeada de bandera republicana permanece en pie: “ahora empiezo a morir”.
“¡No me entierres! Espera unos minutos… ¡Mientras deshojo esta flor!”, dice el niño casi forzado a la partida, pero Cernuda ya ve que marchó “por eso te mataron, porque eras verdor”. Pero el trayecto de la escena no acaba, porque Lorca no termina. Son 14 años los que la compañía expone su Lorca, y 20 años mostrando otros contextos de nuestra historia cultural, porque Alberto García, Carlos A. Alonso, Violeta Frión y decenas de profesionales de la danza y el teatro que han pasado por los espacios de El Curro DT siguen exponiéndose en espacios más o menos convencionales, para acercar otras miradas de la memoria y la Cultura.