Julio Castro – La República Cultural
¿Se puede tratar de huir del trabajo dentro del trabajo? Sin duda. Hay tanta gente que escapa de su tediosa o aborrecible labor en una oficina, que el aprendizaje del disimulo, el escaqueo y la mentira, juegan papeles parejos a los de la siesta en la butaca de trabajo, sobre el teclado, o entre los juegos de ordenador. Pero huir plenamente, como para poder dedicarte a tu verdadera pasión en la vida, mientras te elogian en la oficina… para eso hace falta algo más que ser un artista del disimulo.
Cuenta Italo Calvino, en su novela El barón rampante, de un muchacho de buena familia que tras una disputa familiar, decide trepar a un árbol y no volver a bajar. La idea de sociedad que reside tras la puerta de su relato, es fácil entrever la mirada crítica del autor, mientras que describe a una sociedad expectante tras la idea de quien ha trepado por capricho personal. Sin embargo, el poder actúa de esas maneras, y aquí topamos con otro neorrealismo creado entorno al absurdo por un autor teatral de nuestro tiempo, que también colocará a la sociedad como observada y en observancia, tras una parodia de orden real.
El texto de Juan Mayorga, escrito para la compañía de artes escénicas La Cantera, lleva al extremo ese intento de profesionalizar las funciones no laborales, y transforma el planteamiento, en su línea, en un juego del absurdo, donde se esconde un entramado de presiones, luchas de poder, engaño social y trama política que, en formato comedia, rescatan atisbos de una realidad que rodean a la completa carencia de profesionalidad empresarial de nuestro país.
Antonio y Palmiro reciben en un extraño habitáculo al que será Enrico. Allí, al extrañado recién llegado, le ofrecen protección, como si de una vulgar mafia se tratara, pero no para salvar la vida, ni tampoco a cambio de un pago económico, para que desarrolle su gran pasión oculta (la que sea que tenga), a cambio de no trabajar. Ellos le darán cobertura y el trabajo parecerá surgido de sus manos, mientras que los fracasos serán cosa de otra gente. La condición es que no debe decir nada. Luego irán apareciendo otras condiciones, a medida que vaya conociendo algo más de este núcleo organizado.
La obra que nos plantean muestra sus raíces aposentadas en ideologías de partidos comunistas que se enfrentan aparentemente a la gran empresa, pero que, en realidad, sólo ensayan falsas ideas políticas, en una clara parodia de manual: “la base de nuestro proyecto es la mentira universal”, dice uno de los personajes en un cierto momento.
La Cantera propone a través de su puesta en escena un mundo que llega más allá del Mundo feliz, que casi se transformaría en un complejo juego de niños frente a la manera en que estos personajes exponen sus estudios de la sociedad empresarial. Hay una ejecución muy dinámica, en el que sus actores y actriz se imponen sobre la dicotomía de una realidad o una irrealidad en su exposición de motivos, dando así al texto del autor una salida posible, aunque no lo sea completamente.
Más allá de la cuestión cómica, o de la conversión del trasfondo en realidad, logran acercarnos a la necesidad de escrutar otras posibilidades, una especie de transrealidad de la vida aburrida y monótona de tantos trabajos. Pero, cuando parece que no está claro hacia donde se dirige el argumento, una vuelta de tuerca más lo transforma en una lucha política por el poder entre anarquistas y comunistas, para permitir desatar un gran final.
El equipo lo hace creíble, estableciendo relaciones entre los personajes que definen muy bien la trama. Me comenta Marta Cuenca que es un texto “muy Mayorga”, pero, en realidad, también la puesta en escena es “muy La Cantera”, porque el punto de surrealismo y de locura que le imprime Jorge Sánchez a sus propuestas, tiene una respuesta cercana en el autor y, a su vez, los integrantes de la compañía se acoplan muy bien a lo que requiere el desarrollo. La compañía a la que hemos podido ver en propuestas diversas como Raíces trenzas, Líbrate de las cosas hermosas que te deseo, Ocupa Madrid, Con el rumor del paisaje, o la reciente Deambulantes (en un formato diferente, que homenajea a Gloria Fuertes con un teatro musical para toda la familia)
El teatro, la literatura, el arte, nos llaman una y otra vez la atención como sociedad de ciudadan@s, pero no sabemos más que mirar, reír, comentar y volver a casa y a la oficina. Tal vez sea el momento de hacer por las pasiones, aunque la elipse solar nos devuelva más tarde al punto de partida.
Es fácil reír durante la obra, lo difícil es asumir que somos una sociedad vencida… salvo en escena, por supuesto.