Eliane Hernández Montejo – La República Cultural
Hay toda una generación friki (y orgullosa de serlo) que conoce la existencia de un instrumento capaz de producir música sin necesidad de tocarlo. Un aparato con el que es posible, aunque no aconsejable, componer una melodía careciendo por completo de conocimientos sobre partituras, notas y escalas musicales e, incluso, de oído musical. Un dispositivo casi tan espectacular como los sistemas de transferencia inalámbrica de energía eléctrica de Tesla.
El aetherophone nació en 1919 gracias a la combinación de los estudios sobre ondas electromagnéticas y la pasión por la música de su inventor, León Theremin, y rápidamente adoptó el nombre de su creador. En este instrumento el sonido se produce cuando las manos del músico interfieren en el campo electromagnético que genera, al aproximarse a las dos antenas que tiene, una vertical y recta para controlar el tono, y otra horizontal y formando un bucle, con la que se regula el volumen.
Así, al acercar o alejar la mano de la antena vertical se controla la afinación, emitiendo notas más agudas cuanto más cerca se encuentre; mientras que el control del volumen, más alto cuanto más se aleje la mano, permite separar las diferentes notas. Creando así un sonido electrónico que ha sido descrito como la unión entre una soprano lírica y un violín, y que tiene un claro toque futurista.
Por eso no es de extrañar que el theremin haya formado parte de muchas bandas sonoras de películas de terror y de ciencia ficción más o menos modernas. Aunque también aparezca en otro tipo de géneros, ya que, por ejemplo, el compositor Miklós Rózsa lo utilizó en 1945 para acompañar a algunos de los personajes emocionalmente inestables tanto de la película Días sin huellas, de Billy Wilder como de Recuerda, de Hitchcock.
La exposición de la Fundación Telefónica recoge los detalles más importantes de la vida de León Theremin sobre la que, de momento, solo existe el documental Theremin: An Electronic Odyssey, aunque daría juego de sobra para una interesante película. Además de ofrecer al visitante la posibilidad de demostrar su habilidad para tocar el instrumento intocable (una pista, es mejor que la mano que controle el tono no esté abierta del todo).
Las creaciones del científico ruso no se limitaron al conocido instrumento musical, sino que es también el inventor del micrófono pasivo. Un sistema de escucha sin suministro eléctrico ni cables, que sirvió, en su momento, para que la Unión Soviética pudiese escuchar las conversaciones que se producían en el despacho del embajador de Estados Unidos en Moscú.
Y años antes, durante su estancia de casi una década en Nueva York, fundó una empresa que utilizaría sus investigaciones sobre la detección del movimiento para sistemas de alarma y circuitos cerrados de vigilancia. Allí conoció también a Clara Rockmore, que se convertiría en su alumna y la principal intérprete de música clásica con un theremin. Además de ser la encargada de comunicar a sus amigos neoyorkinos que su maestro seguía vivo, al reencontrase con él en Moscú en 1962, a pesar de que todos ellos le habían dado por muerto después de su misteriosa desaparición en 1938.