Eliane Hernández Montejo – La República Cultural
Hablar de Sorolla es hablar del mar, de cálidas playas y aguas profundas, de azules infinitos y blancos brillantes, de sus paisajes y sus gentes. Los diferentes matices de forma y color, y sus característicos fenómenos ópticos, como las transparencias y los reflejos en el agua, cautivaban especialmente al pintor, que intentaba plasmarlos de la forma más natural posible.
Sus primeros cuadros, más enfocados a la crítica social, se unen a su pasión por el mar en las pinturas dedicadas a los pescadores valencianos. Así, por ejemplo, la obra La vuelta de la pesca consiguió la medalla de oro de segunda clase en el Salón de París de 1895, diez años después de la primera visita de Sorolla a la capital francesa, y tres desde que comenzase su reconocimiento en el extranjero, con el premio recibido en la Exposición Internacional de Munich en 1892.
Los grandes formatos serán la principal característica de los cuadros creados para participar en las exposiciones de Berlín, Munich y Viena, en la Bienal de Venecia y en el Salón de París. Por eso esas pinturas atraen irremediablemente las primeras miradas de los visitantes de la exposición “Sorolla en París”, que realiza un recorrido por sus triunfos en el extranjero.
Sin embargo, son los lienzos que protagoniza su familia los que acaban subyugando a los asistentes, al sentirse más cerca de ellos por encontrarse en la propia casa de Sorolla. Desde el primer retrato de su esposa, Clotilde, es imposible dejar de buscarla en los rostros, y espaldas, de las distintas modelos de los dibujos. El pintor valenciano ya era consciente en su momento de la fuerza de esas imágenes, como puede comprobarse en una carta que le envió a su mujer en 1907: “(…) tu retrato lo tengo delante, y créeme hice bien en traerlo, pues a pesar de estar pintado por mí, hay en él algo que es más verdad que la verdad misma.”
El recorrido de la muestra, a través de las distintas estancias de su vivienda en Madrid, explica también la evolución de Sorolla como retratista. No solo en el caso de esas creaciones más intimas, con retratos de su mujer y sus hijos, sino a los que muchos que realizó por encargo, algunos de ellos realizados a distancia a través de fotografías. Es en este ámbito, precisamente, en el que mejor se puede observar la transición entre la importancia del claroscuro en sus primeras pinturas hasta la claridad general de sus últimas creaciones, los retratos al aire libre.
En cuanto al tamaño de sus cuadros, una vez alcanzado el reconocimiento internacional, los grandes formatos serán sustituidos por obras de tamaño medio que presentará en diversas exposiciones individuales, como la última que realizó en París, en 1919, un año antes de que dejase de pintar. Y que en esta muestra están acompañadas por creaciones de pequeño formato que realizaba más para él que para los demás, aprovechando tanto para experimentar como para “tomar apuntes” de todo aquello que le rodeaba y conseguía captar atención.