Julio Castro – La República Cultural
Poco a poco va sacando los cuerpos a escena, los coloca, los amontona, los entrecruza. Ellos, cuerpos muertos, quedan tirados y abandonados tal y como los han dejado. Un coche de policía, uno de esos de juguete, con luces y sirena, se convierte en la cosa más insufrible que pudieras imaginar en medio de la semioscuridad y el silencio del espacio de la sala, donde un foco tenue blanco distorsiona la percepción de la realidad, el volumen, la distancia, la ubicación de cualquiera.
Es inquietante, todo el montaje es inquietante. Al poco de comenzar, la persona que está a mi lado dispararía al cochecito que no deja de aullar, pero la escena sigue incesante, una y otra vez avanzando, como sólo los niños saben hacer hasta que alguien les corta y su necesidad o sus expectativas, quedan satisfechas. O se aburren.
A finales de los ’80 y comienzos de los ’90 del siglo XX, un programa de televisión tipo concurso exploraba a través de la mirada de adult@s, y de la manera de señalar de l@s niñ@s, cómo podía desarrollarse un juego preestablecido. Obviamente, la mirada que dominaba era la de sus creador@s, que no eran precisamente niñ@s, pero siempre había un resquicio para comprender la inocencia y la malicia de quienes salían en breves intervenciones, que sí eran pequeñ@s proponiendo su visión, a veces absurda, a veces directa.
No es el caso de este trabajo escénico el de integrar niñ@s al espectáculo, tal vez sería más bien el camino inverso: el que propone mirar como seres adultos puestos en el lugar del objeto de juego, hacia la manera en que se dirigen sus juegos, los objetivos, ajenos a la voluntad de quienes aprenden y participan.
La compañía El Curro DT ha tomado el marco de una anterior puesta en escena, para rehacer el contenido con nuev@s componentes y con la elaboración de propuestas diferentes en su interior. El sentido de una sociedad que disfraza de protección y ludismo a la instrucción de personas obedientes, supone la continuidad del juego más que el comienzo o el final del mismo. Aquí se presenta en un espectáculo que debiera ser divertido y que, como ya digo al comienzo, es completamente inquietante.
Quien decide el inicio de todo, el amo de este juego de rol en escena, podrá decidir romper las normas tramposas en un juego del escondite inglés, mientras manda a unos u otros al comienzo. A partir de ese momento, los personajes ganadores o perdedores de las siguientes secuencias de juego serán responsables de perpetuar la idea, haciendo que cada ejemplo siga caminos similares al anterior.
Estamos un entorno agresivo, disfrazado de juegos amigables y divertidos, donde la propia luz, a veces la ausencia de la misma, atacan a los sentidos o los merman, obligando a ver lo que la mano conductora quiere que se vea. Siempre queda un margen para advertir la cercanía del trabajo a un conjunto social para poder reírnos de nosotr@s mism@s. Una vez más, la propuesta de la compañía sirve de crítica social que, si bien es directa, no precisa caer en la obviedad ni en la ausencia de contexto elaborado. Ahora l@s responsables de la compañía experimentan con intérpretes más jóvenes, con ellos deciden, proponen y desarrollan el nuevo formato: en el fondo ejercen su propio juego de niños, seguro que sin aquella otra maldad oculta.