Eliane Hernández Montejo
El mundo de Chema Madoz es un mundo de lugares imposibles camuflados como objetos cotidianos. El nombre de la exposición, producida por la Fundación María Cristina Masaveu Peterson, el viajero inmóvil, ya da la primera pista sobre lo que vamos a encontrar en la sala del Conde Duque. Porque ¿un viaje no implica precisamente movimiento?
Las imágenes de la muestra, muchas de ellas de gran formato, están cargadas de un mensaje que trasciende más allá de la hermosura de las mismas, y que lleva al espectador a preguntarse no solo por el significado de lo que está viendo, sino también por el proceso de creación. Desde cómo tomó forma en la cabeza del autor hasta cómo logró materializar esa idea para convertirla en algo tangible.
En ese proceso carpinteros, ebanistas, herreros, cerrajeros, joyeros, miniaturistas… ponen su arte a disposición del fotógrafo construyendo, en muchos casos, esculturas únicas que Chema Madoz fotografía después en blanco y negro positivándolas sobre papel baritado virado al sulfuro. Y durante esa etapa final se realiza también un último ajuste, en esta ocasión de tamaños, de manera que la fotografía no siempre se refleja el objeto con una escala natural, es decir, escala 1:1.
La particular mirada del fotógrafo madrileño se centra en esta muestra en Asturias, pero no sobre sus paisajes o sus gentes, sino sobre objetos, inmóviles, que sirven para recrear el mar, la montaña o el bosque, de forma indirecta y abstracta. Así, por ejemplo, desde lejos, el helado de cucurucho de una de las imágenes parece completamente normal salvo por el hecho de estar suspendido en el aire. Pero, al acercarnos, descubrimos que lo que debería ser la bola de helado es, en realidad, una caracola marina, una de las que podríamos encontrar mientras paseamos por la playa disfrutando, a la vez, del sabor de un helado y del roce de la arena bajo nuestros pies descalzos.
Un trillo que se transforma en una peculiar tabla de surf, conjugando así la tierra y el mar en una única imagen; la cola de una ballena emergiendo de los anillos del tocón de un árbol; un hacha, tallada por completo en madera, encajada mediante un corte imposible en un bloque cuadrado también de madera; todos ellos forman parte de un conjunto de 34 imágenes que nos invitan a viajar a Asturias moviéndonos no por el espacio geográfico, sino por el conceptual.