Julio Castro – La República Cultural
Nieves Rosales baila contra su sombra, como lo haría contra un recuerdo, y lo que comienza como el movimiento de un espacio interior, poco a poco se irá abriendo hacia el ojo ajeno, en el movimiento, en el texto de un viejo magnetófono, en los objetos que distribuyen la trayectoria de esta danza.
La coreógrafa y el autor juegan con los simbolismos que se funden entre el teatro y la danza, pero, sobre todo, con la transposición de las luces y los elementos en escena hacia el movimiento. Elías sugiere silencio más que olvido, propone abandonar las palabras para permitir que los sentidos y los sentimientos se traduzcan en movimiento.
“Donde una vez estuvo mi lengua, ahora yace un niño muerto”, dice Elías en el fragmento de la cinta número cinco, como en un tratamiento de análisis mental, la voz grabada de Elías deja pinceladas de su tormento y de su final o de su libertad a través de las palabras, que tienen consecuencias en el movimiento de Nieves.
Nos propone un trabajo integral, pero dividido en espacios y movimientos, en los cuales lucha contra la luz, contra la sombra, contra el recuerdo de la voz o de los objetos que simbolizarán a la persona o a su propio significado. No sabemos si la clave de la creación escénica sitúa el punto de referencia en el del autor, o más bien en el del personaje que observa desde fuera, porque uno y otro acaban fundiéndose en la propia expresión del sentimiento.
Un potente trabajo de danza construido en un solo lugar, aunque originariamente lo fuera para transitar diversos espacios, diseñado en varios movimientos que combinan la danza española en transición hacia la contemporánea, subrayan la intensidad de la acción en sí frente al detalle, mediante una tenue iluminación que recorta a su protagonista.
“A menudo pienso que me empeño en olvidar para poder inventar”, y esa invención se transmite en la creación a través de esa danza. La conjunción del recorrido del movimiento y el sintético texto narrativo proporcionan un trabajo tan bien cerrado que el final es inexorable en su momento y, como dice la voz de su protagonista “¡a qué tanta palabra!”, enganchémonos a la fuerza de su creadora.