Eliane Hernández Montejo – laRepublicaCultural.es
Hay una serie de museos que ocupan las primeras posiciones en todas las listas de visitas a realizar por cualquier amante del arte, como el Louvre, el Prado, el Metropolitan Museum of Art, los Uffizi o el Hermitage. A los que se unen, cada vez con más fuerza, otros cuya característica principal es lo llamativo de la temática principal de sus colecciones, como el museo de las relaciones rotas de Zagreb, el del crimen de Londres, el de las falsificaciones de Paris o el de los calcetines de Tokio.
Y entre unos y otros se sitúan una serie de museos y galerías de arte llenos de maravillas que normalmente permanecen ocultas, salvo para el público nacional, porque sus obras más emblemáticas rara vez se prestan para otras exposiciones, y la menor fama de los mismos les hace menos atractivos para los visitantes extranjeros, que recorren sus calles y edificios emblemáticos sin saber lo que se han perdido hasta que se encuentran con exposiciones como Obras maestras de Budapest. Del Renacimiento a las Vanguardias, del Museo Thyssen-Bornemisza.
La muestra, organizada de forma cronológica, se divide en siete secciones: El Renacimiento en el norte, el Renacimiento en el sur, el Barroco en Flandes y Holanda, el Barroco en Italia y España, el siglo XVIII, la nueva imagen de la mujer, y del impresionismo a las vanguardias. En las que es posible contemplar cuadros de Durero, Rafael, el Greco, Rubens, Zurbarán, Velazquez, Giandomenico Tiepolo, Canaletto y Goya, pero también descubrir a grandes pintores húngaros János Vaszary, Pál Szinyei Merse o Sándor Ziffer.
Así, el cuadro La edad de Oro, de János Vaszary, que es una de las obras emblemáticas del Art Noveau, es posiblemente también una de las más cautivadoras de la exposición. En ella, un hombre y una mujer, dibujados con gran precisión anatómica, aparecen abrazados en primer plano, mientras un bosque irreal, lleno de estatuas de dioses antiguos, sirve de fondo a la composición. Los colores oscuros de ese paisaje se enlazan con otros casi fluorescentes destinados a las figuras, mientras que el elegante marco tallado no es un simple adorno más, sino que se convierte en una extensión de la pintura, formando un todo indivisible con ella.
Y se relaciona, por supuesto, con uno de los ejes fundamentales de la muestra, la representación de la mujer en el arte, que queda reflejada en obras como Salomé con la cabeza de san Juan Bautista de Lucas Cranach el Viejo, La Magdalena penitente del Greco, La aguadora de Goya, Dama con un abanico de Édouard Manet, y Mujer con vestido de lunares blancos de József Rippl-Róna.