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Julio Castro – La República Cultural
Danny no sabía que el mar estaba apenas a unas pocas manzanas de allí en línea recta, y que por eso se escuchan los buques de mar que van desde el río hacia la bahía. Se lo contó Roberta, que también le mostró su luna particular, que representa esa ventana redonda y blanca que ilumina la habitación en casa de sus padres, que es el refugio donde pasa sus noches de insomnio.
La violencia puede conducir a una relación íntima, profunda y definitiva entre desconocidos… bueno, en una obra de teatro, al menos. Es parte de lo que John Patrick Shanley nos refleja en su obra Danny y el profundo mar azul que bajo la dirección de Juanma Gómez, representan Camino Texeira, Agustín Galiana, de Lamar de Teatro.
Recorriendo el camino inverso, llegaremos a conocer cómo son terribles esos sentimientos interiores de Danny (Agustín Galiana), que le hacen descargar su agresividad sobre cualquiera que se cruza durante el día, sin motivo alguno, en general, o si es con motivo, mejor aún, para justificar llevar las manos destrozadas y esas marcas en la cara.
Pero también está el secreto de Roberta (Camino Texeira), el más profundo, que sólo podrá contarle a un desconocido, lo que cambiará la relación de dependencia entre ambos, trayendo consecuencias inesperadas entre dos seres sin esperanzas.
Es muy realista la interpretación del personaje de Agustín Galiana, que pasa por todos los estados posibles a lo largo de la representación, desde el odio y el desprecio, al amor y la desesperación. Como también lo es la forma en Camino Texeira aprovecha su personaje para jugar entre el descaro, el agobio de mujer maltratada, el de madre frustrada en la relación con su hijo, que traspasa el papel al desconocido con el que se encuentra en el que descargará su pasión.
Favorecido por el juego de lugares que contrastan lo más público de un bar con lo más íntimo del dormitorio, la puesta en escena mantiene su carácter intimista durante toda su representación, con el encanto que los dos actores han sabido imprimirle a la obra. En el caso de esta obra, no sabría con qué papel quedarme: actriz y actor han conseguido el equilibrio de fuerzas en la representación que, seguramente, mejorará incluso en su rodaje.
Probablemente, la cruda realidad de nuestra vida cotidiana es mucho más cruel incluso de lo que se quiere recoger en esta obra, pero tiene el sabor y el encanto de piezas tearales más clásicas con un argumento que acaban conduciendo a un final menos infeliz. Pues eso, un poco de nostalgia rodeado de cruda realidad
