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2012, el apocalipsis: un inconveniente lleno de oportunidades - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

El gusto del gran público por las “disasters movies” dice mucho de la condición de morbosos pasivos que todos poseemos. Las recaudaciones de filmes pretéritos como "El Coloso en llamas" ("The Towering Inferno",1974) de John Guillermin e Irwin Allen o más recientes como "Titanic" (Id. 1997) de James Cameron no engañan, las cintas de catástrofes interesan y, pese a ser un subgénero sistemáticamente ninguneado, cabe decir que aún pueden sorprender al gran público con planteamientos sorprendentes. Sin ir más lejos, películas de meridiana abstracción como "Monstruoso" ("Coverfield", 2008) de Matt Reeves o sugerentes apocalipsis cotidianas como "The Mist" (2007) de Frank Darabont van en esa línea de investigación sociopolítica que redunda en la metáfora del “fin de los días” como laboratorio para estudiar la esencia del ser humano y sus más íntimas pulsiones.

2012, el apocalipsis: un inconveniente lleno de oportunidades

2012
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2012

Una imagen de la película de Roland Emmerich.

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2012

Una imagen de la película de Roland Emmerich.

DATOS RELACIONADOS

Titulo original: 2012
Director: Roland Emmerich
Interpretes: Amanda Peet, Chiwetel Ejiofor, Danny Glover, John Cusack, Thandie Newton y Woody Harrelson
Guión: Roland Emmerich y Harald Kloser
Fotografía: Dean Semler
Musica: Harald Kloser
Productor: Roland Emmerich, Harald Kloser, Larry J. Franco y Volker Engel
Montaje: David Brenner y Peter S. Elliot
País: Estados Unidos
Duración: 158’
Año: 2009
Fecha de estreno: 13-11-2009

Luis Rueda – La República Cultural

El gusto del gran público por las “disasters movies” dice mucho de la condición de morbosos pasivos que todos poseemos. Las recaudaciones de filmes pretéritos como El Coloso en llamas (The Towering Inferno,1974) de John Guillermin e Irwin Allen o más recientes como Titanic (Id. 1997) de James Cameron no engañan, las cintas de catástrofes interesan y, pese a ser un subgénero sistemáticamente ninguneado, cabe decir que aún pueden sorprender al gran público con planteamientos sorprendentes. Sin ir más lejos, películas de meridiana abstracción como Monstruoso (Coverfield, 2008) de Matt Reeves o sugerentes apocalipsis cotidianas como The Mist (2007) de Frank Darabont van en esa línea de investigación sociopolítica que redunda en la metáfora del “fin de los días” como laboratorio para estudiar la esencia del ser humano y sus más íntimas pulsiones. Bien, aclarado que el subgénero de catástrofes puede ser cinematográficamente creativo, sustancial e inteligente, también cabe decir que puede convertirse en un divertimento, frívolo, insustancial y sofisticadamente beodo: 2012 es la última película en encabezar con honores el ranking de filmes elefantiásicos en su condición angular y minúsculos en su microscópica capacidad para clarificar un discurso decente. Vaya por delante que el último filme de Roland Emmerich es una enorme caja de cartón revestida como un sugerente pastel, una golosina vacía, pero aún así es más decente y honesta en su prolongada combustión que el bochornoso experimento prehistórico con el que nos envenenó la sangre en el 2008: hablo de 10.000 A. C., la infamia echa espectáculo.

Roland Emmerich es buen coordinador de secuencias espectaculares y un pésimo guionista, un nefasto realizador de tramas secundarias, pero aún así, sueña con emular a Steven Spielberg a Peter Jackson y con que su nombre quede en el parnaso de los que como Cecil B DeMille o el citado Irwin Allen hicieron del artificio cinematográfico “el mayor espectáculo del mundo”. Si bien todos pensábamos que este filme podría recuperarnos al intermitente artesano de la interesante y nada desdeñable El día de mañana (The Day After Tomorrow, 2004), pronto comprobamos que estamos más cerca de incursiones apocalípticas definitivamente sucedáneas, a la manera de Indepence Day (Id. 1996) -intolerable por patriotera y azucarada- o de Godzilla (1998) el remake, en este caso de la nipona Gojira (1954), más imposible y forzado de la historia del cine moderno. 2012 es un relato coral que se desintegra con el mundo y que apoya su interés únicamente en el buen oficio de John Cusack (Jackson) y en ciertas salidas de tono de un guión más autoparódico de lo que nos prometíamos.

Sí, podríamos salvar a esta gigantesca pizza cuatro estaciones del celuloide porque algunos de sus ingredientes rompen el tono de su marcial uniformidad y eso plantea la posibilidad paradójica de un Roland Emmerich emulando al sarcástico Tim Burton de Mars Atakks! (Id. 2006), cosa que no es tan mala si se sabe analizar con cierto distanciamiento. Emmerich sitúa a personajes imposibles y disparatados, como el hippie interpretado por Woody Harrelson, o la familia de mafiosos rusos –divertidísimos- en un contexto “fin du monde” que cada vez que se adentra en los entresijos del despacho oval de la Casa Blanca se convierte en un auténtico tostón melodramático. Lo peor del filme es, sin duda, el protagonismo del presidente de los Estados Unidos, un afroamericano –Danny Glover- que no aporta al relato más que la cuota justificadísima en plena era Obama. Si bien Emmerich se pierde en subtramas interminables que buscan extender el drama a los cinco continentes, hemos de rendirnos ante la primera hora de un filme que convierte la huida en avioneta de la singular familia protagonista en un espectáculo acrobático de primer orden: en este extremo la diversión está más que asegurada y la entrada bien vale su precio. De igual modo, el realizador alemán saca algunos ases de la manga que le convierten en un interesante aprendiz de comedia negra –hasta coquetea con una sorna y humor negro impropios de un “nuevo americano” engullido por los espejismos de la patria-. Divertidas resultan las muertes de todos los rusos que aparecen en el filme, sarcásticas, algunas descacharrantes como la caída al vacío del mafioso ex-boxeador y otras de alarmante frivolidad y mala uva, como la de su jovencita amante atrapada en una tanqueta inundada de agua. Emmerich coloca en su filme chistes étnicos y desliza a la remanguillé críticas a algunos gobiernos y sus decisiones. Curiosamente solo se salva de la humillante huida el ejecutivo italiano –tiene bemoles- y el estadounidense en sendas pruebas de honestidad para con la patria y los últimos valores. Por otro lado, el realizador alemán, parece tomarse con distancia su visión de la familia y llega, quizá sin pretenderlo, a dibujar una parodia estimable de los protagonistas de La guerra de los mundos (War of the Worlds, 2005) de Steven Spielberg.

Emmerich, más que poco sutil, deviene sorprendentemente punk, llega a deshacerse literalmente del nuevo marido de la protagonista, la bella Amanda Peet, para así redondear su fábula y reunir de nuevo a una familia que nunca debió de romperse: je, je, todo un golpe de efecto mortal/moral. Su guión es de un integrismo absolutamente postmoderno y revolucionario. Extermina viejecitas cruelmente para provocar un chascarrillo fugaz, muestra cadáveres caer por los cielos de la gran ciudad como el que fotografía un paisaje bucólico y hasta nos invita a presenciar como se derrumba la cúpula de San Pedro del Vaticano ante miles de fieles cristianos, es absolutamente demoníaco y sorprendente, se carga hasta al apuntador y apenas si se cita a Dios o se muestra un ápice de esperanza. Emmerich es un entomólogo con síntomas de psicópata, y eso le salva. Si a alguien se le hubiera ocurrido recortar 2012 unos cuarenta y cinco minutos –obviando redundantes cuitas sobre la pervivencia de la especie- quizá este filme podría haber sido otra cosa: estímulos y cultura de degüello no le faltan.

Este renovado Emmerich se permite conformar bellas estampas de amantes hindúes con Tsunami en segundo plano con una frivolidad admirable y eso nos hace relativizar un tanto de la mediocre ración de melodrama que contamina hasta el tuétano el filme. El equilibrio emocional de 2012 es delirante y atropellado, casi de un kitsch abrasador y eso permite relajar la retina como si a ratos disfrutáramos de la versión televisiva de Titanic con actores de segunda y barandillas inestables para cruceros de medio pelo.

Por último, un apunte: la breve intervención de la canciller alemana en nombre de los estados europeos es quizá lo mejor del filme, solo le falta el traje de látex y la fusta. Mi carcajada no pudo ser más atronadora, ni los chicos de “Muchachada Nui” lo harían mejor: puro Mel Brooks. Nos gusta el humor que gasta el Sr. Emmerich, podemos perdonarle que 2012 sea una mala película, de la conciencia autocrítica nacen las obras perecederas. Miren el propio personaje interpretado por John Cusack (Jackson), su mediocre libro, escrito antes de convertirse en chofer de limousines, se salva de la catástrofe y se convierte en una de las pocas obras de arte que prevalecerán después del desastre junto al retrato de la Mona Lisa y otras fruslerías pictóricas. La carrera de Jackson, no me negarán, es tan meteórica que hasta parece que se hace venir bien el fin del mundo y los daños colaterales.

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