Julio Castro – La República Cultural
Al volver hacia casa, el último detalle encantador: alguien se ha entretenido en pintar con tiza una ruta a lo largo del suelo, por todo un camino que va desde la boca del metro hasta la puerta de la sala El Montacargas, con el símbolo de la obra (dos rombos) y flechas que conducen hasta la obra que acabo de ver. Así que durante muchos metros sigo el camino de retorno, como Ester Bellver lo hace durante la representación de protAgonizo.
La desnudez puede ser un estado lamentable, o un símbolo de honestidad, porque mostrar sin ambages las propias desnudeces, no sólo es duro, sino que viene a ser una declaración de principios cuando es intencionado, que si no alberga nada detrás, tan sólo es una pose y una forma de llamar la atención.
Me estoy refiriendo a la obra de teatro que la actriz Ester Bellver, como decía antes, prota-agoniza (que resume en una palabra muy hábilmente) ante una sala continuamente abarrotada de espectadores, y en un escenario en el que la desnudez refleja la desnudez, aunque en todo momento parece estar repleto de una vida como la tuya o como la mía, con las peculiaridades de la que le es propia a la actriz, porque se trata de la suya.
Y cuando hablo de la desnudez, no me refiero precisamente a la forma en que la protAgonista aparece desde el primer momento hasta casi el último minuto, sino a la forma de desnudar su historia y la que nos es común a muchos, a modo de crítica a nuestra sociedad, tan hipócrita en tantas cosas y tan rígida y banal en otras. Estoy seguro que el juego de desnudos entre el texto y la figura es justamente lo que ha querido representar, por eso tampoco me detendré especialmente en ello y dejo al público que deduzca testimonio de la representación (si consiguen entrada: es recomendable reservar).
Me parece interesante hacer notar que aquello que en un primer instante puede parecer más duro, la desnudez física, lo desmonta en dos minutos la actriz con su obra, donde parece más arduo hablar de temas relacionados con una biografía, que resume las últimas cuatro décadas de puertas adentro de las casas, más que lo que sirve para complementar esa representación.
Al más puro estilo clown, con un gran sentido del humor y de la tragedia, la actriz demuestra su nivel interpretativo y su forma de llegar al corazón del público. Poco quedaría por esclarecer de esta obra con la actriz después de ver la representación, pero a mí se me hace un espacio muy común, por la edad, por la vuelta a mi antiguo barrio junto al Paseo de Extremadura, por lo que cuenta, por esos dos rombos que protagonizaron la censura doméstica en la televisión, que era como una manera cínica de taparse los dos ojos con ellos para que los más jóvenes viéramos a escondidas tras ellos…
Habla de otra época de la que quedan, por desgracia, muchas reminiscencias, habla, por ejemplo de la hipocresía de nuestra sociedad que condena el horror de la ablación en África, mientras asume como propia la castración mental de las personas en un gesto que sigue manteniendo los tabúes y el “pecado” del sexo en la educación desde la infancia. En general, se dedica a relatar durante la obra, y con sus gestos nos lleva de delante hacia atrás y vuelta a empezar, en el tiempo. Pero en algunos momentos, no le queda ánimo de callar, como dejar la casa de niña, donde estaba el melocotonero, que destruyeron las excavadoras tras echarles de allí…
Desde el principio hasta el final, es una bella historia en la que los milagros que cree ver de niña, se convierten en historias fantásticas de mayor: de fanática infantil de la religión, a la evidencia de que aquel dios nada tenía para nadie, aunque tú le reclamabas el milagro para creer más en él…
Recorren igualmente la representación, hechos pasados que la forma de vida actual, en que somos tan solo números, que sirven a Ester Bellver para vestirse con buena parte de lo que hoy día refleja nuestra esencia ante los demás.
Desnuda, pasa por el recuerdo a su madre, que dejó de cantar, o a su padre que le dejó ese hueco especial en el monte. Y cantando ella misma, con canciones y textos hechos a medida, nos desgrana la historia que se refleja, como ella misma, en unos espejos que difuminan y deforman un poquito la realidad que nos circunda y a nosotros mismos.
Cuando vuelvo al metro, entro en Puerta del Ángel, y me topo de frente con un breve texto de Rafael Alberti:
Gira más deprisa el aire.
El mundo, con ser el mundo,
en la mano de una niña
cabe.
¡Campanas!
Una carta del cielo bajó un ángel.
Es un texto del poeta gaditano titulado “El ángel bueno”, de su poemario “Sobre los ángeles”, que contiene otro poema del gran pintor y escritor, titulado “El ángel de los números”, muy acorde a un fragmento de la obra que el espectador reconocerá muy fácilmente:
Tizas frías y esponjas
rayaban y borraban
la luz de los espacios.
Ni sol, luna, ni estrellas,
ni el repentino verde
del rayo y el relámpago,
ni el aire. Sólo nieblas.
Vírgenes sin escuadras,
sin compases, llorando.
Y en las muertas pizarras
el ángel de los números,
sin vida, amortajado
sobre el 1 y el 2,
sobre el 3, sobre el 4…
Casualidades y paradojas de la vida, que nos llevan a encontrarnos un instante más tarde con lo que acabamos de ver representado… o al contrario.
Sinopsis
Una actriz contempla extrañada su imagen frente al espejo del camerino. En él se le irán apareciendo, como en una película, los diferentes escenarios transitados en su vida, reviviendo con ello los papeles representados en el teatro y en la revista de los años 80, género en el que debutó como artista. De la laguna de su memoria resurgen escenas y recuerdos de su infancia: la niña que fue.
Ilusiones y desilusiones desfilarán como pasos de Semana Santa. Amores y desamores van conformando un vía crucis que le harán desembocar en un Juicio final. Contemplar con asombro el resentimiento, los miedos, el éxito y fracaso del personaje que representa su vida y las múltiples caras que ha interpretado en la escena le hacen poner en cuestión su propia identidad. La actriz, enfrentada a si misma sospecha, “esa no soy yo”. Una rotura del espejo en mil pedazos, en mil caritas, anuncia su “última representación”.