Julio Castro – La República Cultural
Un sofá es suficiente mobiliario para permitir que los protagonistas de esta historia recorran desde sus antecedentes el relato que ha querido narrar el argentino Mariano Rochman. No podría calificar esta Pieza inconclusa para sofá y dos cuerpos como la historia de una relación, porque sería dejar en burda obra lo que allí se recrea.
Si hace unos días presenciábamos por medio de Amortal, la versión que Ana Martín Puigpelat quería transmitirnos desde un punto de vista de las relaciones que se acaban y que permanecen inacabables (con las peculiaridades de aquella), este autor ofrece una visión totalmente diferente, también en planos menos trágicos desde el punto de vista de la representación, y más gráficos en el sentido de la percepción como espectador.
De esta manera, apoyándose en los efectos de la proyección audiovisual, del sonido y de simples encuadres y recortes que enmarcan a cada uno de los dos personajes, consigue enmarcar los pensamientos individuales de la cada uno de los miembros de la pareja, sin necesidad de hacer cortes en la narrativa ni cambios físicos de escena.
Por otra parte, el sofá se convierte en tren, se convierte en casa, se convierte en lugar para rodear y evitarse. Incluso en vehículo para plantear dos versiones diferentes a la misma historia, y también en esto tenemos el paralelismo con la antes citada Amortal, ya que en aquella también existe el juego de la perspectiva en la relación, aunque viene resuelta de manera diversa.
Comenzando desde el final, el autor consigue proporcionar un final abierto, sea con esperanza o sin ella, porque será el espectador quién deba decidir cuál desea que sea éste. No obstante, el interés no reside en el final o el principio, sino en la posibilidad de desarrollar un análisis de la expresión de dos cuerpos en posiciones idénticas, que consiguen reflejar exactamente lo opuesto o matices de los puntos contrarios, tan solo con pequeños cambios de gesto o de mirada.
Un cuerpo junto a otro conseguirá reflejar la ilusión del comienzo de la relación, el apasionamiento que la culmina y la desidia y el rechazo que la acaban rompiendo: poco cambia salvo las circunstancias, pero el público será plenamente consciente de ello.
No se trata tan sólo del trabajo de Rochman, ya que la interpretación de Natalia Morlacci traslada al público de una manera excepcional la pasión en el momento debido, la desconfianza cuando es precisa y el escepticismo final de forma casi concluyente. Es ese “casi” necesario, que marca lo inconcluso del relato.
No es preciso mucho decorado para transmitir una historia, ni siquiera para remover sensaciones en el espectador que, cambiando pequeños detalles del argumento, conseguirán reflejar historias comunes a cualquiera.