Julio Castro – La República Cultural
Quique Fernández no nos habla de la dura vida de un boxeador (tema a la sazón, manido desde todos los puntos de vista artísticos). El trabajo de El vidrio, el guante y la piedra, que este actor argentino, afincado en Madrid desde hace tiempo, estrenó en la sala Tarambana, nos habla de la exclusión social, de la marginación de los extranjeros, de los malos tratos a quienes han tenido la mala fortuna de no contar con un exceso económico para aparentar no ser extranjero: curiosas apariencias.
Un actor, un personaje, varios protagonistas en escena que no aparecen… el trasfondo filosófico, que no sólo le otorga el boxeador griego amigo del protagonista, conducen al inevitable final al que la compañía teatral nos lleva, aunque no nos percatemos de ello hasta los momentos finales, ya que entre humor, inocencia e ironía, el actor es capaz de guiarnos por unos vericuetos internos y externos a su personaje, pero siempre inherentes a la historia. Todo podría acabar de otra manera, pero en realidad no debe ser diferente.
La profunda actuación de Quique Fernández, en que se sumerge completamente en el personaje, refleja también la notable dirección que ha debido llevar a cabo Rosalía Martínez, para lograr convertir la escena en calle, ring, vestuario, oficina, pueblo o ciudad, pero sobre todo en el lugar de las reflexiones más profundas del boxeador. En ciertos momentos no puedo evitar ver cercanías de interpretación con Hugo Kogan en Potestad, más allá del acento, la procedencia o el tipo de obra con un solo personaje (cuestiones coyunturales), porque creo que ambos han profundizado en el trabajo hasta asumirlo como suyo, como una obligación moral que llevan a la escena para hacer una denuncia de una cuestión colectiva, lo que convierte en real a cada uno de los personajes.
Todo arranca cuando nuestro protagonista se interpone en una pelea de bar para defender a un pobre hombre que no ha hecho nada, pero es apaleado por ser inmigrante en Francia, por ir bebido y por hacer una broma simpática. A partir de ahí toda su vida cambiará, para verse convertido en un excelente boxeador, pero ¿con futuro? Lo importante es el viaje, más que el fin del guión, porque es donde se desvela la personalidad del protagonista y del mundo que le rodean, desde su punto de vista.
No conozco otros trabajos, ya sea del actor o de la directora, pero si su esfuerzo de profundización en este caso es el que define su profesionalidad, creo que será muy interesante poder asistir a otros trabajos, como lo es ver esta puesta en escena.