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Hermanas de cine - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

“Que Dios ayude al hombre”, cantaban Rosemary Clooney y Vera Ellen en Navidades blancas (1954), de Michael Curtiz, “que se interpongan entre yo y mi hermana, y que Dios ayude a la hermana que se interponga entre yo y mi hombre”. En el cine clásico hubo bastantes parejas de hermanas y hombres (generalmente en forma de productores) que se interpusieron entre ellas, pues sus apariencias rara vez coincidían, incluso aunque trabajaran para el mismo estudio. Lillian y Dorothy Gish trabajaron frecuentemente juntas durante sus primeros años en el cine, tan pronto como alcanzaron el estrellato, se separaron, encomendándose a Lillian los papeles más dramáticos y a Dorothy los más ligeros y de comedia. Volvieron a encontrarse en Corazones del mundo (1918), y Las dos huérfanas (1921). Más importante, aunque menos conocida, fue su colaboración en Remodelling Her Husband (1920), las dos hermanas escribieron el guión, Lillian dirigió la película y Dorothy la interpretó. Las dos jóvenes hijas del gran astro de la Vitagrapf, Maurice Costello, Helen y Dolores, ay, Dolores, Dolores. Que Dios ayude al hombre que se interpongan entre yo y mi hermana, comenzaron a trabajar para la compañía de su padre ya en 1911, pero su breve carrera como estrellas infantiles duró sólo hasta 1913, ya que, dando muestras de gran sensatez, su padre decidió mandarlas al colegio. Una vez finalizados sus estudios, trabajaron en el teatro y como modelos hasta 1923, año en que la Dolores volvió a la pantalla. No obstante, fue un éxito teatral lo que hizo que la Warner Brothers contratara a ambas hermanas en 1924. Desgraciadamente, Helen, no intervino nunca en películas de calidad; aunque, a pesar de ser espantosamente mala, Lights of New York (1928) alcanzó cierta notoriedad por tratarse de la primera película cien por cien hablada. Helen Costello desapareció del cine poco después, mientras que la carrera de Dolores, ay, mi Dolores, fue mucho más importante. A ello contribuyó sin duda alguna su romance con el primer galán del estudio, John Barrymore, con el que se casó en 1928 y junto al que apareció en La fiera del mar (1925), no de mi niña, pero títulos posteriores demostraron que se trataba de una magnífica actriz que no necesitaba ayuda de nadie. Trabajó en la primera película americana de Michael Curtiz, The Third Degree (1926) y en su espectacular Noah’s Ark (1928), antes de retirarse durante algún tiempo a comienzos de los ’30.

Hermanas de cine

Sobre algunas protagonistas cinematográficas con parentesco

Catherine Deneuve y Françoise Dorléac
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Catherine Deneuve y Françoise Dorléac

Lillian y Dorothy Gish
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Lillian y Dorothy Gish
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Francisco Machuca - La República Cultural

Que Dios ayude al hombre”, cantaban Rosemary Clooney y Vera Ellen en Navidades blancas (1954), de Michael Curtiz, “que se interpongan entre yo y mi hermana, y que Dios ayude a la hermana que se interponga entre yo y mi hombre”. En el cine clásico hubo bastantes parejas de hermanas y hombres (generalmente en forma de productores) que se interpusieron entre ellas, pues sus apariencias rara vez coincidían, incluso aunque trabajaran para el mismo estudio.

Lillian y Dorothy Gish trabajaron frecuentemente juntas durante sus primeros años en el cine, tan pronto como alcanzaron el estrellato, se separaron, encomendándose a Lillian los papeles más dramáticos y a Dorothy los más ligeros y de comedia. Volvieron a encontrarse en Corazones del mundo (1918), y Las dos huérfanas (1921). Más importante, aunque menos conocida, fue su colaboración en Remodelling Her Husband (1920), las dos hermanas escribieron el guión, Lillian dirigió la película y Dorothy la interpretó.

Las dos jóvenes hijas del gran astro de la Vitagrapf, Maurice Costello, Helen y Dolores, ay, Dolores, Dolores. Que Dios ayude al hombre que se interpongan entre yo y mi hermana, comenzaron a trabajar para la compañía de su padre ya en 1911, pero su breve carrera como estrellas infantiles duró sólo hasta 1913, ya que, dando muestras de gran sensatez, su padre decidió mandarlas al colegio. Una vez finalizados sus estudios, trabajaron en el teatro y como modelos hasta 1923, año en que la Dolores volvió a la pantalla. No obstante, fue un éxito teatral lo que hizo que la Warner Brothers contratara a ambas hermanas en 1924. Desgraciadamente, Helen, no intervino nunca en películas de calidad; aunque, a pesar de ser espantosamente mala, Lights of New York (1928) alcanzó cierta notoriedad por tratarse de la primera película cien por cien hablada. Helen Costello desapareció del cine poco después, mientras que la carrera de Dolores, ay, mi Dolores, fue mucho más importante. A ello contribuyó sin duda alguna su romance con el primer galán del estudio, John Barrymore, con el que se casó en 1928 y junto al que apareció en La fiera del mar (1925), no de mi niña, pero títulos posteriores demostraron que se trataba de una magnífica actriz que no necesitaba ayuda de nadie. Trabajó en la primera película americana de Michael Curtiz, The Third Degree (1926) y en su espectacular Noah’s Ark (1928), antes de retirarse durante algún tiempo a comienzos de los ’30. Cuando volvió al cine, lo hizo ya reinando plenamente el sonoro, y obtuvo dos grandes triunfos, el primero en El pequeño lord (1936), y el segundo con El cuarto mandamiento (1942), de Orson Welles. En estas películas, llena de grandes interpretaciones, Dolores Costello y Joseph Cotten como su devoto enamorado constituían el maduro y tranquilo pivote sobre el que giraba toda la historia. La suya fue una interpretación memorable, lo que hace doblemente lamentable que se retirase poco tiempo después para cultivar aguacates en sus tierras de California.

De las tres hermanas Talmadge, Norma, Natalie, que se casó con Buster Keaton, y Constance, Norma sigue siendo la más misteriosa, pues sus películas apenas se han visto en los últimos decenios. Se especializó en dramas románticos, pero fue también una gran actriz de comedia, como atestigua Clarence Brown, que la dirigió en Kiki (1926), no penséis mal. Pero la carrera de Norma se vio gravemente perjudicada por la irrupción del sonoro; pues en Dubarry, Woman of Passion (1930), demostró poseer un marcado acento de Brooklyn que parecía condenarla a interpretar papeles ligeros y de carácter o de retirarse. Quizá prudentemente optó por lo segundo. La carrera cinematográfica de Natalie fue poco importante, pero se la recordará para siempre como la protagonista de La ley de la hospitalidad (1923), del gran Buster Keaton. Constance, que tuvo casi tan mala suerte como Norma, era una notable actriz, cómica, e interpretó toda serie de comedias sofisticadas hasta que no tuvo más remedio que retirarse en 1928, debido también al sonoro. No obstante ha quedado inmortalizada en Intolerancia (1916), de David W.Griffith. Apareció bella, radiante y llena de espíritu, y, a pesar de la espectacularidad de los decorados y de los numerosos extras, conseguía dominar la pantalla cada vez que aparecía en ella. Cuando Griffith puso nuevamente en circulación el espisodio de Babilonia con el título de La caída de Babilonia (1919), suprimió la escena de la muerte de Constance y le dio un final feliz, que seguramente se merecía. Ay, que Dios ayude al hombre.

Richard Bennett, un actor teatral inmortalizado por el cine gracias a su papel de millonario excéntrico en Si yo tuviera un millón (1931),y no una escoba, tuvo tres hijas que trabajaron en el cine; Constance, Barbara y Joan. La carrera cinematográfica de Barbara no llegó a despegar nunca, pero sus hermanas alcanzaron la cima. A Constance le fue bastante bien durante el mudo, pero destacó sobre todo en el sonoro, gracias a su peculiar tono de voz y a su forma de decir los diálogos, que hacían insustituible en el género de la alta comedia y de los melodramas, como What Price Hollywood? (1932) y Our Betters (1933). Siempre bella y distante, continuó interpretando películas hasta bien avanzada la década de los 50. Tras una década de interpretar papeles mediocres en películas vulgares, Joan Bennett se convirtió en una gran estrella durante la década de los 40 cuando Fritz Lang utilizó su notable talento para encarnar a mujeres voluptuosas y corrompidas, como las protagonistas de La mujer del cuadro (1944) y Perversidad (1945), mientras que Max Ophüls puso el acento en el lado más tierno y humano de su personalidad cinematográfica en Almas desnudas (1949). Que dios ayude al hombre que se interponga entre yo y mi hermana…

El debut cinematográfico de Olivia de Havilland fue como la Hermia de la versión de El sueño de una noche de verano (1935), de Max Reinhardt. A continuación fue la partenaire de Errol Flynn durante varios años, hasta que su dulce pero decidida Melanie de Lo que el viento se llevó (1939), la convirtió en una gran estrella. Sin embargo, tras interpretar unas cuantas películas de calidad durante los 40, su talento dramático quedó en gran medida desaprovechado. Su hermana Joan adoptó el nombre artístico de Joan Fontaine. Una vez más, una carrera mediocre y tambaleante se vio transformada por un gran director, que supo ver las virtudes de la estrella. En Rebeca (1940) y Sospecha (1941), Alfred Hitchcock reveló una determinación y un carácter que habían permanecido ocultos bajo el aspecto inocente y algo soso de la Fontaine, ay Fontaine de mis amores. Cuando consiguió el papel de su vida, el de la mujer romántica enamorada de un voluble pianista en Carta a una desconocida (1948), de nuevo Max Ophüls, la actriz supo sacarle el máximo partido, aportando la mezcla perfecta de elegancia y resistencia interior que la película requería.

Françoise Dorléac y Catherine, que optó por el apellido Deneuve, trabajaron juntas un par de veces y por última vez en Las señoritas de Rochefort (1967) de Jacques Demy. Dotada de una belleza vívida y radiante, Françoise había causado ya sensación en La piel suave (1964) de Truffaut, habiendo aparecido además junto a su hermana menor en La caza del hombre (1964), ay, que Dios ayude al hombre… Sin embargo, a Catherine no le había llegado todavía su gran época como actriz, la de heroína enigmática y sensual de las películas de Buñuel y Truffaut.

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