Inma Luna – La República Cultural /
Nos levantamos con ese cansancio de color blanco. Pesa sobre los músculos. La radio dice: prima de riesgo, déficit, ecofin. Dice: efemeí, mercados de deuda. Dice: refuerzo de las medidas de ajuste. Luego cuenta lo que cuenta el político, el uno y el otro. Se acrecienta nuestro cansancio. Esto es todo. Aquí vivimos, en el centro de este cubículo formado por la economía críptica y fantasmal y por la catalepsia fatigosa de los profesionales de la política. Esto es todo. Así construyen nuestro espacio, nuestro ideario, la catástrofe que nos sobrevuela, alimento para los miedos. Poco a poco se va pulverizando cualquier contacto con lo que de humano queda en nosotros, en nosotras. Es el universo del capital transnacional en el que nos movemos a tientas porque apenas podemos comprender las condiciones de este nuevo mundo. Sólo sabemos que se escora, que nuestro barco se escora, que en algún lado se debe de estar acumulando tanto peso que hemos perdido la capacidad de señalar siquiera nuestro Norte. Desvinculados de un sistema abstracto, nos encaminamos a la deriva. Fragmentación, falta de identidad, ya nos lo advierten, la incertidumbre crece, crece, amenaza con engullirnos definitivamente. Las palabras se disfrazan, se convierten en cáscara sin semilla, su significado se adultera de manera consciente y dejamos de entender. Lo cultural, lo social, el mundo de las ideas, de la creación, de los afectos, del juego, la colaboración, el pensamiento, lo natural, los sueños…, se pierden. Es el desencantamiento del mundo.
Entre las personas ahora se tienden lazos huecos y pesimistas, relaciones que tanto recuerdan a la Gesellschaft (sociedad), descrita por Tönnies en contraposición a la Gemeinschaft (comunidad), y cuya representación no es otra que la de la jaula de hierro, con sus kafkianas connotaciones de despersonalización y disolución de la identidad.
La confianza y el riesgo, esos dos conceptos tan recurrentes como vagos y polisémicos, nos llevan a imaginar que todo lo que es importante para nuestro futuro depende del comportamiento ajeno. Tan al margen nos sitúan la macroeconomía y los mecanismos de la política internacional, que los ciudadanos y ciudadanas tenemos la percepción de carecer por completo de herramientas de decisión sobre lo que compete a nuestras propias vidas e incluso sobre nuestra particular visión del mundo. Nos dejamos llevar así por la confianza sistémica, la creencia abstracta en la respuesta fiable de los sistemas especializados de conocimiento o, como decía Simmel, por una inexplicable fe que excluye la decisión ya que no se encuentran alternativas posibles.
Lo peligroso es que nuestra construcción del mundo la realizamos a través de los mensajes, estímulos e informaciones que nos llegan del exterior y que transformamos en percepciones. Podríamos pensar que ahora nuestra tarea es actuar de manera perturbadora sobre esos mensajes tóxicos que recibimos, perturbar y cuestionar, lavarnos la cara, quitarnos las legañas, sacudirnos la pesadumbre, reaccionar contra toda la manipulación semántica, intentar escuchar otros ritmos, explorar nuevos modos de relacionarnos con las demás personas, con el entorno, sentir, escuchar nuestro pálpito.
Este constructo es falso, así no se vive, reconquistemos nuestra identidad, encantemos el mundo.