Julio Castro – La República Cultural
Desde los bosques de taiga de Baikonur a la redacción de una columnista de moda, pasando por el gimnasio y el desván de casa, el capital ha caído por si mismo ante la mirada de quienes querían derribarlo, pero como la tierra cierra por quiebra, habrá que reconstruir la vida en Marte. Ocho textos teatrales montados a partir de un mismo concepto y un autor, exploran el presente y el futuro de un cambio voluntario e intencionado en nuestra sociedad: el responsable es Marx y la idea El Capital, aunque la autoría corresponde a ocho personas y el título es Mein Kapital.
Se trata de unos textos muy complejos de llevar a escena para que el público sea capaz de captar el entorno y los fines de la idea de conjunto. No trata de preconizar o de anticipar nada, pero sí de plantear una sociedad que, de no cambiar en algo, está perdida y abocada a trasladar sus errores a cualquier momento y lugar, sea en el colectivo social, en el entorno laboral, en el familiar o en lo individual.
Desde el punto de vista de la parodia, sus autor@s conviven con la tragedia de una realidad que, llevada a la ficción futurista de una huída a otro planeta, no acaba de conseguir un cambio real, porque nada parte de cero, y el cambio a un sistema mejor (“todo eso es pasado. En Marte nos espera el futuro”), acabará en el canibalismo por la ausencia de ideologías propias y en un Capri c’est fini, tema musical de Hervé Vilard, como símbolo paródico de una ruptura amorosa (con el trasfondo de uno de los destinos más caros para los amantes, como es la isla de Capri).
Merece la pena ir a ver la obra y a continuación leer el texto (este último apenas cuesta 6€ y está publicado en la Colección Teatro del Astillero). Ambos se complementan muy bien, porque la puesta en escena añade ciertos detalles que no se recogen en el libreto, pero también hay muchas concreciones que se escapan en un trabajo tan denso y diverso. Así, Coaching en Marte, En los bosques de Baikonur, La máquina del tiempo, Están arriba, El canto de las sirenas, Reestructuración, Un capitalito y El sudor de tus manos cuando tiemblan, componen los ocho textos que no se muestran de manera lineal, sino que se van intercalando hasta componer la pieza uniforme que han creado autor@s y compañía.
La pérdida de las ideologías que derivan en el consumismo feroz, o la búsqueda de fantasmas reales donde lo que impera es la historia, son buena muestra de la realidad lo que la escena es capaz de ofrecer en modo de humor y sátira. El intento de asimilar al “enemigo” capitalista para simular una infiltración desde un lugar en ninguna parte, por bosques de Baikonur, tiene resultante en la visión alternativamente, del Yeti o de un Karl Marx, pero caracterizado de Groucho, con mensajes inquietantes y bailando junto al hombre de las nieves. Tras una charla con la actriz Teresa Urroz después de la función, está claro que el simbolismo de la obra también tiene gran importancia, porque muestra su preocupación por la falta de identidad y el desconocimiento de la sociedad actual acerca de ciertos emblemas, por ejemplo, del comunismo.
Muchos confiábamos en derrotar al feroz capitalismo, pero se ha extinguido por su propia voracidad. El problema es que el sistema aún no se ha enterado de su fallecimiento y de la manera caníbal de arrancar los restos. Entre tanto, los demás no nos damos cuenta de que alguien crea un sistema igual en un momento anterior de la historia, y que conduce al mismo lugar o peor, si es que no hay alternativas. En esta historia escénica, en el último momento, se da traslado de la herencia patética a la nueva realidad, como forma de mantener los errores:
Coacher: Religión.
Marciano: Mi familia proviene de judíos rusos emigrados a Estados Unidos.
Coacher: ¿Qué cree que ocurrirá con la Tierra?
Marciano: No tardará mucho en cerrar.
Cocaher: ¿Qué es Marte?
Marciano: Marte es la tierra provisoria, la patria de la utopía, el país del principio, la nación del futuro, el reino del paraíso.
Coacher: ¿Existe el cielo?
Maricano: Existe Marte.
Lo que en un primer momento puede pensarse como un conjunto de sketchs intercalados, pronto queda en evidencia que componen un conjunto lleno de intenciones, y no es posible comprender la obra sino como un todo que, con el texto en la mano, deja claro el valor de la compañía de arriesgarse a esta puesta en escena que, esperemos, pueda tener la respuesta adecuada del público.
Autoría y textos aparte, el trabajo de dirección de Cristina Yáñez, además de complicado es estupendo, ya que parte de los textos y, como puedo averiguar al final, ha sido una dirección cerrada con pocas improvisaciones, así que hay que atribuirle el logro de la integración de textos. El trabajo actoral es magnífico y complicado, ya que las tres actrices y los dos actores del elenco (Teresa Urroz, Laia Martí, Daniel Martos, Alfonso Pablo y Ana García
) consiguen darle vida a los diferentes personajes que se van intercalando, y cuyos caracteres son muy distintos y de situación anímica muy diferente, pero sin dejar de lado que el dinamismo de la obra es muy alto para evitar la dispersión del público.
Atención también a la elaboración de la escenografía y el atrezzo que, ante un trabajo tan completo en lo dramatúrgico y actoral, puede pasar inadvertido, mientras que ofrece en un mínimo espacio, un decorado muy versátil que desde el rincón deja un espacio libre y vacío para dirigirse al público en muy diferentes planos, favoreciendo además la visibilidad desde cada ángulo y permitiendo cambiar la ambientación con apenas unos cambios de luces y de tres o cuatro elementos, pero que parecen muchos más.
Y respecto al contenido y la presentación, ante todo, cuidado, no se trata de un trabajo evidente como puede parecer desprenderse de su presentación, así que nadie confíe en encontrar un panfleto o un libreto de soluciones para la vida postcapitalista, hay que confiar en que seamos capaces de inventar algo y ser timoneles del rumbo de nuestra historia, para que no nos vuelvan a robar el futuro. Cabría la posibilidad de hacer un análisis de páginas y páginas sobre el contenido, y las cuatro o cinco horas de debate posterior en el que me vi envuelto tras la obra me parecen suficientemente demostrativas, pero siempre es preferible que cada cual asista y debata después.
Mercedes: En esta sociedad postindustrial todas las ideologías están prohibidas menos la del consumo, y la televisión es el instrumento de imposición de esta nueva ideología. Una ideología del hedonismo neolaico, ciegamente olvidadizo de los valores humanistas y ciegamente ajeno a las ciencias humanas. Por ello, como primera propuesta de mi carta abierta, propongo abolir inmediatamente la televisión.