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La deuda, de Felipe Hernández - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Andrés Vigil acude al prestamista con el que tiene contraída una deuda económica, y es testigo de una escena que habrá de marcarlo para el resto de su vida: el asesinato de dicho prestamista. Lejos de dar por terminado el compromiso, Vigil se encuentra con que ahora tiene una nueva deuda, moral y, por tanto, mucho más comprometedora, con un desconocido. Este es el original punto de partida de La Deuda, del laureado y poco conocido Felipe Hernández. A partir de ahí, de ese principio de novela negra, la trama de la obra se va enrevesando en cada capítulo, con continuos e inesperados puntos de giro que zarandean al kafkiano protagonista en su particular descenso al infierno, mientras el mundo, su mundo, se desmorona alrededor (¿les suena?), como esa carcoma que va devorando la madera desde dentro, lenta pero inexorable, arrastrando al lector en su espiral descendente hacia el vórtice del alma humana, pues, aparte de sus guiños al absurdo y a la novela de terror, La Deuda es precisamente eso: una novela sobre el alma humana, sobre las complejas relaciones que se entretejen entre las personas: dependencia, sumisión, humillación, poder…, con el intercambio ocasional de papeles entre deudor y acreedor; en su incesante afán por poseer bienes materiales, y que hacen al ser humano sentirse como en perpetua deuda. La existencia como una transacción. “Pero la usura es la vida misma, el movimiento de la vida. Es el mismo cuerpo el que crea un interés o un residuo, si así lo quiere. ¿Acaso no se corta usted las uñas y el cabello? Pues esas uñas y ese cabello son el interés. Lo que usted llama usura”.

La deuda, de Felipe Hernández

La usura de la vida o la vida entendida como una deuda perpetua

La Deuda
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La Deuda

Portada de la novela de Felipe Hernández

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Portada de la novela de Felipe Hernández

DATOS RELACIONADOS

Título: La deuda
Autor: Felipe Hernández
Editorial: Sloper
Colección: La noche polar
Primera edición: diciembre 2011
ISBN: 978-84-938278-4-7
Formato: 15 x 23,5 cm. 302 páginas

Javier Serrano - La República Cultural

Andrés Vigil acude al prestamista con el que tiene contraída una deuda económica, y es testigo de una escena que habrá de marcarlo para el resto de su vida: el asesinato de dicho prestamista. Lejos de dar por terminado el compromiso, Vigil se encuentra con que ahora tiene una nueva deuda, moral y, por tanto, mucho más comprometedora, con un desconocido. Este es el original punto de partida de La Deuda, del laureado y poco conocido Felipe Hernández. A partir de ahí, de ese principio de novela negra, la trama de la obra se va enrevesando en cada capítulo, con continuos e inesperados puntos de giro que zarandean al kafkiano protagonista en su particular descenso al infierno, mientras el mundo, su mundo, se desmorona alrededor (¿les suena?), como esa carcoma que va devorando la madera desde dentro, lenta pero inexorable, arrastrando al lector en su espiral descendente hacia el vórtice del alma humana, pues, aparte de sus guiños al absurdo y a la novela de terror, La Deuda es precisamente eso: una novela sobre el alma humana, sobre las complejas relaciones que se entretejen entre las personas: dependencia, sumisión, humillación, poder…, con el intercambio ocasional de papeles entre deudor y acreedor; en su incesante afán por poseer bienes materiales, y que hacen al ser humano sentirse como en perpetua deuda. La existencia como una transacción. “Pero la usura es la vida misma, el movimiento de la vida. Es el mismo cuerpo el que crea un interés o un residuo, si así lo quiere. ¿Acaso no se corta usted las uñas y el cabello? Pues esas uñas y ese cabello son el interés. Lo que usted llama usura”.

El antagonista de Vigil, su nuevo acreedor, es el enigmático Alejandro Godoy, hombre poderoso y aficionado a la pintura, de una capacidad nemotécnica fabulosa (con ecos del Funes el Memorioso de Borges), garante de un “orden” basado en la justicia y la moral, persona de hábitos casi monásticos pero poseedora de una fortuna considerable, conseguida gracias a “los vicios y los errores ajenos” y a las contrapartidas para subsanarlas. El perfeccionista Godoy, casi un dios omnisciente, vela por que esa armonía se mantenga, dedicando todo su esfuerzo a evitar cualquier tipo de inconsciencia (música mal interpretada, sueños, pasiones…) en su mundo, ese piso claustrofóbico en que se desarrolla la práctica totalidad de la novela, tan alejado de ese otro mundo, libre de deudas, que aparece en una postal bajo el aspecto de un paisaje alpino. Pero, cuidado, lector: si alguien osa quebrantar las reglas del juego, Godoy no dudará en aplicar un correctivo a través del fornido y sumiso Horacio, el brazo ejecutor.

Las deudas de la novela no son solo morales o económicas, también hay deudas sentimentales, como las que se dan en las complicadas relaciones amorosas de ambos protagonistas: Andrés con María Teresa, y Godoy con Lucía, así como los sentimientos cruzados entre ellos; llenas de cesiones y servidumbres, y que en algún caso abrazan abiertamente la perversión.

El arte está presente a lo largo de toda la novela, en especial la música, y para ser más precisos: el preludio de la suite en sol mayor de Bach, que a duras penas consigue ejecutar Vigil. De hecho, la deuda que tiene la culpa de todo viene como consecuencia de la compra de un violonchelo. “La música es la respiración de la inteligencia. La mayor parte de las cosas estás hechas de ruido, y encontrar un instante de armonía es un milagro”, dice Lucía, la atractiva esposa ciega de Godoy.

Felipe Hernández fue finalista del premio Herralde en 1989 con Naturaleza. Otras novelas suyas son: La partitura, Edén y Dunas. En la editorial Sloper tiene también un libro de poemas con CD, Un corazón de noche, una atractiva mezcla de música electrónica y poesía, donde el autor muestra otra de sus pasiones, la música, bajo el seudónimo de Philip Meridian (también tiene otras grabaciones como Soul Meridian).

¿Cómo es posible que un autor como Felipe Hernández, considerado en su día como la gran esperanza de la novela española, permanezca casi en el anonimato, asqueado del mundo editorial? La respuesta la da el propio Hernández en una entrevista: “Cuando se producen corrupciones, a cualquier nivel, el futuro, la invención, el pensamiento y el sentimiento, que son los valores más frágiles y etéreos, acaban siendo destruidos. Sólo queda el valor de venta de los productos. Eso ya es un mundo ajeno a la literatura”.

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