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Jarmila, una obra maestra de la narrativa breve de Ernst Weiss - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Desde que Heinrich von Kleist escribió sus narraciones a principios del siglo XIX, algunas tan célebres como La marquesa de O y El terremoto de Chile, el relato corto se ha incorporado a la mejor tradición de la literatura alemana, que con el tiempo habría de dar los preciosos frutos de la creación kafkiana. Si a esa fuente de inspiración, es decir, a las desbocadas pasiones de la última literatura romántica en lengua germánica, añadimos la pericia descriptiva y la maestría técnica alcanzada por Poe en la narración de historias en formato breve, casi siempre abocadas al terror y a la confrontación del hombre con sus propios límites y con lo desconocido, puede decirse que tenemos los elementos que configuran la más noble corriente literaria que ha querido hallar su forma de expresión en la brevedad y que en español ha tenido insignes cultivadores como Francisco Ayala y Jorge Luis Borges. En la nómina de escritores en alemán que se han sentido atraídos por este formato no figuraba el nombre del checo Ernst Weiss, conocido sobre todo por su novela El testigo ocular (Siruela, 2003), de quien se ignoraba que fuera autor de una obra maestra del relato, esta Jarmila que comentamos y que ha tenido una existencia azarosa hasta su tardía publicación.

Jarmila, una obra maestra de la narrativa breve de Ernst Weiss

Una historia de amor de Bohemia

Jarmila
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Portada del libro de Ernst Weiss

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Portada del libro de Ernst Weiss

DATOS RELACIONADOS

Título: Jarmila. Una historia de amor de Bohemia
Autor: Ernst Weiss
Traducción: Feliu Formosa
Posfacio: Peter Engel
Editorial: Minúscula
Primera edición: 2002
Formato: 17 x 12 cm. 116 páginas
ISBN: 978-84-95587-14-5

José Ramón Martín Largo – La República Cultural

Desde que Heinrich von Kleist escribió sus narraciones a principios del siglo XIX, algunas tan célebres como La marquesa de O y El terremoto de Chile, el relato corto se ha incorporado a la mejor tradición de la literatura alemana, que con el tiempo habría de dar los preciosos frutos de la creación kafkiana. Si a esa fuente de inspiración, es decir, a las desbocadas pasiones de la última literatura romántica en lengua germánica, añadimos la pericia descriptiva y la maestría técnica alcanzada por Poe en la narración de historias en formato breve, casi siempre abocadas al terror y a la confrontación del hombre con sus propios límites y con lo desconocido, puede decirse que tenemos los elementos que configuran la más noble corriente literaria que ha querido hallar su forma de expresión en la brevedad y que en español ha tenido insignes cultivadores como Francisco Ayala y Jorge Luis Borges.

En la nómina de escritores en alemán que se han sentido atraídos por este formato no figuraba el nombre del checo Ernst Weiss, conocido sobre todo por su novela El testigo ocular (Siruela, 2003), de quien se ignoraba que fuera autor de una obra maestra del relato, esta Jarmila que comentamos y que ha tenido una existencia azarosa hasta su tardía publicación.

Weiss, que era médico y ejerció la cirugía en Viena, Berlín y Praga, tuvo una estrecha amistad con Kafka y formó parte de los círculos literarios de esta última ciudad hasta que se exilió a París en 1934. Allí pudo vivir precariamente gracias a la ayuda económica de amigos como Thomas Mann y Stefan Zweig. En su correspondencia con éste puede leerse: “Aunque es cierto que ahora todo se acerca al abismo con una celeridad espantosa, no me han abandonado del todo la esperanza y la confianza”. En París no sólo recibía de Zweig esas aportaciones económicas que le permitían ir tirando, sino también libros que todavía podían publicarse en Viena y a los que sus penurias le impedían el acceso. Así llegaron a sus manos dos libros de relatos de su amigo, de los últimos que pudo publicar antes de que el Reich se anexionara Austria: Caleidoscopio y La cadena. Decidido a seguir escribiendo, aunque consciente de las pocas posibilidades de ser publicado, este autor de novelas que le habían otorgado prestigio en la Alemania de los años 20, escribió su primer y único relato breve, al que se refirió en una carta enviada a Zweig en junio de 1937: “Estimulado por su tomo de novelas breves, he escrito una pequeña narración de unas sesenta páginas mecanografiadas”. Y añade que, en el proceso de creación de la misma, “he descubierto cuánta precisión, sutileza y unidad interna presupone dicha forma… ¿Puedo permitirme enviarle esa cosa, que quizá en estos momentos no sea publicable en absoluto? Se llama Jarmila y, de un modo más o menos irónico, lleva el subtítulo: Una historia de amor de Bohemia”.

Zweig, que por entonces se encontraba en Londres, le animó a seguir escribiendo y le dio esperanzas de que la obra pudiera ser publicada. De hecho, parece ser que Jarmila iba a editarse en una revista de los exiliados alemanes en Moscú, Das Wort, cosa que finalmente no ocurrió, si bien Weiss recibió unos honorarios que le permitieron “hacer una escapada al mar”, según informó en otra carta. El 16 de junio de 1940, a la entrada de las tropas nazis en París, Weiss se suicidó en su habitación del Hotel Trianon, en la Rue de Vaugirard. Los manuscritos que se encontraron en su habitación fueron destruidos, y se cree que entre ellos figuraba la continuación de su novela El seductor y otra casi acabada, así como sus diarios y la narración Jarmila. De ésta aparecería décadas más tarde una copia que conservó Mona Wollheim, otra exiliada alemana en París que mecanografió algunos de los últimos escritos de Weiss. Así, Jarmila pudo publicarse finalmente en alemán en 1998, más de sesenta años después de su redacción.

La agitada historia de esas sesenta páginas mecanografiadas, que según Mona Wollheim presentan un desenlace distinto al que figuraba en el manuscrito, es parecida a la de otras historias escritas en aquellos años, así como a la existencia y al destino en los mismos de sus propios autores. En su Jarmila, Weiss, como hacía Zweig en sus relatos, se propuso devolver a la vida el viejo mundo que él y su amigo habían conocido, pero a diferencia de éste no situó la narración en un ámbito urbano, sino en la Bohemia rural vecina a la Moravia en que nació. Esto le permitió viajar imaginariamente a regiones que conocía bien y que por esos años le estaban vedadas. Así, no es extraño que el protagonista sea un francés innominado que se traslada a Praga por un asunto de negocios, ciudad de la que se hace una nostálgica descripción en los primeros capítulos.

El relato arranca con los preparativos del viaje a Praga y con un objeto que cobrará protagonismo durante el relato, a la manera de un leitmotiv de fuerza simbólica y que ayudará al avance de la historia: un reloj. Y es que el viajero ha olvidado el reloj en casa, por lo que de camino a la estación decide comprar uno en un baratillo. Resultará ser un reloj de propiedades extraordinarias y que ostenta su propia concepción del tiempo, lo que le hace adelantar y atrasar de manera en apariencia aleatoria. Por medio del reloj, y ya en Praga, el viajero trabará amistad con un curioso personaje, vendedor ilegal en la Plaza de San Venceslao, con el que pasará una noche y del que conocerá la trágica historia de su amor por Jarmila. Al inicio de este relato aparece ya el segundo leitmotiv de la historia: las plumas de ganso que caen a los pies de Jarmila, pues ella, como buena campesina, también debe desplumar a estos indefensos animales para obtener el valioso plumón con el que comercia su esposo. El narrador de esta historia, que antes de dedicarse a la venta ilegal de baratijas era relojero, mantenía una adúltera y apasionada relación con Jarmila, de la que resultó un hijo que el esposo de ésta, el hacendado y mercader de plumas de ganso, creía propio. La pareja se debate entre una doble vida cada vez más conocida públicamente y la ilusoria esperanza de un viaje a América, a la negra Harlem, donde ambos podrían iniciar con su hijo una nueva vida.

La narración del relojero se intercala con el relato marco que se desarrolla en Praga durante una noche, tiempo en el que aquél y el viajero trasegarán abundante cerveza recorriendo las tabernas del centro de la ciudad. Más tarde la acción se desplazará a París, donde el relojero aparece de pronto con su hijo, y donde la historia de aquél tendrá su desenlace. La de Jarmila también había tenido el suyo, que hemos conocido a través del relato del relojero. El de éste y Jarmila no era un amor corriente, pues, como él dice, Jarmila se entrega al hombre de un modo distinto a como “suelen ser las mujeres entre nosotros, la gente del campo”. Y es que la sensualidad y la arrolladora naturaleza instintiva son de los rasgos comunes en varios personajes femeninos de la obra de Weiss.

Hoy los tiempos tienen un aroma (un hedor, más bien) que nos resulta familiar por la obra de autores como el que nos ocupa. Y si bien para Weiss Jarmila pudo ser casi una momentánea evasión, en realidad sus preocupaciones para entonces eran ya otras, pues sus últimos proyectos de novela se situaban todos en la estela de El testigo ocular, donde mostró las perturbaciones mentales de un personaje al que aludía como AH, un veterano de la I Guerra Mundial que fue ingresado en un hospital militar aquejado de “ceguera histérica”. Este personaje naturalmente es Adolf Hitler, a cuyo historial psiquiátrico tuvo al parecer acceso Weiss durante su estancia en París. Y también sobre el ascenso del nazismo trataba la inacabada El seductor, así como presumiblemente la otra novela casi completa que fue destruida junto a aquélla. Puede suponerse, en suma, que el relato que comentamos significó para su autor una pausa en los trabajos que le ocupaban en esos años, y que él consideraba más importantes. Lo que sin embargo no justifica la afirmación del editor alemán hecha en el posfacio de la edición de Minúscula, según la cual Jarmila es una narración “apolítica”.

En primer lugar, la relación social entre los miembros del trío protagonista, es decir, el gordo hacendado, su esposa y el humilde relojero, tiene un contenido político que nos es bien conocido por la literatura naturalista de ámbito rural de principios de siglo, de lo que es buen ejemplo Terra baixa, del catalán Ángel Guimerá. Segundo: el relato alude a dos temas que obsesionaban a Weiss y que tienen también un fuerte contenido político. Me refiero a la triste cuestión de “las fronteras”, esa espantosa maldición que los tiempos modernos trajeron a millones de europeos que antes habían podido desplazarse libremente, y acerca de la cual escribieron profusamente Zweig y Joseph Roth, entre otros. Cuestión aparte, desde luego, es el proyecto de emigración a Harlem del relojero, que constituye uno de los leitmotiv de la narración y que sin duda tenía alguna implicación política en el momento en que Weiss escribía, hallándose éste emigrado, virtualmente en la miseria y con los nazis a las puertas de París. A lo que bien puede añadirse el hecho mismo que explica el relato, a saber: la añoranza de Praga que no oculta su autor, y a la que le era imposible regresar por las razones que podemos suponer. Salvedades todas ellas que no restan valor al ilustrativo posfacio de Peter Engel y que deben tenerse en cuenta para comprender los méritos de Jarmila, esta obra maestra que sirve para ilustrar, de paso, cómo la palabra consigue abrirse camino a través del tiempo y de la barbarie.

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