Julio Castro – La República Cultural
Seguramente es la evolución del autor en paralelo con sus tiempos y coetáneos, lo que hace que se puedan identificar ciertos trazos en su línea vital como escritor, pero también como ser que avanza en paralelo con sus tiempos. Eso es lo que para mí hace estar vivo a un autor, y lo que le convierte en un ser consciente de su sociedad, y así veo en parte la evolución literaria de Harold Pinter, que queda perfectamente recogida a modo de broche socio-político y artístico-literario en el trabajo que la compañía La Pajarita de Papel en su sala residente de Madrid, La Puerta Estrecha.
Allí, con Cenizas a las cenizas, uno de los últimos textos dramáticos del británico internacional, Eva Varela Lasheras y Rodolfo Cortizo muestran a un reducido grupo de público, situado entorno a su espacio escénico, de qué manera se puede captar la esencia de una obra y el significado abierto desde su autor hasta plasmarse en la mente del espectador. Porque es muy distinto el Pinter de, pongamos, El montaplatos, donde se muestra abiertamente sardónico entorno a los personajes, convirtiendo las patéticas vidas de aquellos en crítica que aparece por sorpresa, o de El cuidador, donde va más allá en la profunda descripción de los elementos, sobrecargando a los protagonistas y transformándolos en vehículos del mensaje de la miseria social, frente a un texto como este, en el que el autor queda al desnudo con su construcción armada de surrealismo, entorno a un punto, un eje a partir del que crece su idea casi a la misma velocidad que el texto que la va rodeando, avanzando en espiral hasta completar el paquete que entrega a sus destinatarios.
En la puesta en escena de la compañía veo un Pinter con rasgos muy distintos a los originarios de los años ’50, y entiendo su texto en un entorno que me parece ver cómo toca algunos puntos cercanos a la literatura de José Saramago, pero con un equilibrio muy distinto entre la dureza y la amabilidad de texto y contenido. Podría entenderse que el contenido de este texto, escueto en la variación y profundo en unas descripciones sintéticas y precisas, tiene pocas posibilidades de ser llevado a escena. Sin embargo, tras ver dos versiones del mismo, comprendo perfectamente que Eva Varela ha sido capaz de absorber el personaje de esa mujer cuyo tormento no reside en su manera de expresarlo, sino en ese interior que se desborda de sus palabras, pero no de una acritud o sequedad a la hora de explicarle a su partener lo que él no puede llegar a comprender.
Parece que nos encontramos ante el personaje femenino que es la propia humanidad, el pueblo, sufriendo a manos de quienes, no siendo capaces de taladrar su mente y su pensamiento, acaban siempre convirtiéndose en sus verdugos. Y es una referencia concreta y puntual del texto lo que hace que mucha gente lo relacione con el fenómeno del nazismo alemán, pero ¿por qué no va a tratarse de cualquier otro fenómeno del autoritarismo dominante en nuestras sociedades? Digo, el capitalismo galopante que el mismo Pinter denunciaba abiertamente en sus entrevistas, o tantos otros engaños que sufrimos y a los que nos sometemos, besando el puño, dejándonos asfixiar por esa mano en el cuello…
Y lo digo porque hasta haber pasado por este montaje de la obra, no fui capaz de comprender tan profundamente el propio texto y, seguramente, al mismo autor, en su entorno temporal y espacial, y al legado de lucha que nos deja, no sólo a partir de sus textos, sino más allá de ellos. Creo que si Rodolfo y Eva han sido capaces de darle esta forma a su trabajo, es porque comparten espacio común ideológico con el autor.
Un espacio oscuro en una única y gran habitación, apenas una cristalera iluminada y dos sillas: una será la morada casi permanente de la mujer, la otra será el punto de partida del hombre, pero al final, el refugio de su asiento no es suficiente para la protección indefinida, y ella debe afrontar una y otra vez lo que le atenaza. El hombre parte de un cierto grado de amabilidad, muy inquisitivo, queriendo conocer un pasado, pero la curiosidad, no resultará ser el objeto real de este encuentro y él acabará por sacar su auténtico “yo” convertido en fiera que exige lo mismo que los anteriores: lo que sólo pertenece al individuo.
En fin, un texto tan complejo como (aparentemente) sintético, que amb@s intérpretes acometen junto a la dirección, logrando conectar e inquietar al público en gran medida.