Julio Castro – La República Cultural
Sociedades decadentes como la nuestra no tienen otro remedio que recrearse en el pasado, cual antiguos románticos o neoclásicos que han perdido todo referente de su tiempo y necesitan mirar hacia otro lado, a fin de no ver las miserias que han creado y en las que nadan.
En tiempos como este, la recuperación de objetivos es imprescindible y, muy acertadamente, Carlos Be recupera en la mirada hacia Cervantes el ejemplo del mítico autor, para traernos un juego similar al que aquel hiciera con su Numancia, pero trasladado a nuestra época. Y si Cervantes se adentra en la España de Felipe II, para señalar a la necesidad de libertad del ser humano, ya sea en el ejercicio de la misma o en la represión, parece que nuestro contemporáneo autor quiere trasladar esa imagen a nuestra sociedad actual, pero añadiendo otros valores que pasan por nuestro tiempo y nuestros lugares cercanos. Así se muestra a vencedores soberbios que encierran en frascos vacíos las supuestas victorias, fruto de la destrucción y la desdicha ajena, mientras que no trata de esconder las miserias de los vencidos que a su vez, bajo el orgullo de su abnegación en la derrota, no renuncian a escudarse en la paz, pero nunca en la soberbia. De esta manera el pueblo numantino, recogido en los personajes de Caciro, Aunia, Buntalos, Babpo y Amaima, tienen un reflejo de seres mortales, que sufren su destino, pero que también son capaces de acobardarse o traicionar incluso en los peores momentos, defendiendo su derecho a pelear como cualquiera por su vida y por su pueblo. Pero también de luchar por su entorno, por su dignidad y por su libertad frente al opresor despiadado.
Parece que autor y compañía tienen apego y facilidad por trasladar los clásicos a lo contemporáneo, pero en este caso es la misma idea original la que facilita su intención a partir, como decía, de La destruición de Numancia de Cervantes.
Viendo la rápida evolución de The Zombie Company en poco tiempo, es fácil apreciar sus preferencias y, así, poder analizar algunos paralelismos entre trabajos tan dispares como su reciente Exhumación o las Peceras, que han estrenado en los últimos meses. Y recursos como las músicas estridentes a modo de introducción para ciertos momentos, unidos al simbolismo de objetos y gestos, me sugieren que la luz rojiza unida al mismo rojo de los ropajes quieren mostrar la profundidad de un proceso creativo que evoluciona a la par que la historia en escena. Y es que aquí el fuego es el patrón de la historia, y casi cualquier persona entre el público lo sabe previamente, así que pancarta roja de fondo para los fuegos, pero también ropajes rojos en el general romano, para la sangre que porta desde Cartago: aquello que en manos de Escipión es muerte y destrucción, en el interior del pueblo asediado es liberación y, en cierto modo, victoria o una forma de pobre venganza. Todo lo ronda el personaje de la muerte, que surge del propio sillón del militar, pero acabará acunado en brazos del general, entre intervención e intervención.
Pero no todo es tragedia en esta nueva puesta en escena, de manera que Carlos Be introduce claros rasgos de humor, en ocasiones a modo de reality show con el Africano Menor como conductor del espectáculo entre Aunia y Amaima, y en otras ocasiones como el déspota que se deleita en sus propios chascarrillos, que sólo los suyos jalearían y reirían. Así que el personaje viene muy bien al juego de Fran Arráez, que le da vida en la obra, porque magnifica ese deje cínico-irónico, tras el que se trasluce el veneno del masacrador, que quiere pintar de “necesidad histórica” sus tropelías, o de “cuestión de carácter” inevitables en su vida. Y aquí me parece que se encuentra, precisamente, una gran referencia paralela a nuestros tiempos y los grandes déspotas de la edad contemporánea, que hoy día se suceden y perpetúan en las sombras de una invisible democracia, y que portan en sus brazos con levedad esa muerte y esta miseria.
“¿Conoces a la paz?”, le pregunta en “off” una de las numantinas “claro, cuando nos quedamos a solas se abre de piernas”, y ante la duda nos la define con una pregunta “¿Qué es la paz, sino la muerte desnuda?”, pero, redondeando la parodia de la visión del poderoso de esa muerte frente a la paz afirma “la muerte no tiene apetito, padece bulimia”. Aseveración esta última que enlazará muy bien con el parangón que hace el general romano de las masacres, trasladando su paralelismo al holocausto judío, y comparando la población estimada para el imperio romano entorno al II siglo (88 millones de habitantes), y despreciando a los 6 millones de judíos masacrados, igual que los muertos en Cauca (antigua ciudad de Coca) o en Lutia (que trata de socorrer a los numantinos): “quebrar la ternura no tiene parangón”.
Y es que, lo mismo que el romano no evita dirigirse al público desde la presentación, tampoco hay una línea que separe a los personajes de aquel pasado frente a otros sucesos históricos, perfeccionando así la manera de transgredir momentos y hechos que aplicaran ya en Exhumación, pero también mezclando actores en escena con discurso al público, como hacen en Peceras.
Pero todo acaba por irse resolviendo de la manera esperada, aunque la visión que nos ofrezcan sea desde otra perspectiva. Tampoco se salvan los personajes de la denuncia del machismo contra el que Aunia (Carmen Mayordomo) lucha ferozmente ante Buntalos (José Gamo), “¿Qué te importa esa parte de mi vida que siempre abandonas? Que sepas que soy mucho más”, espeta Aunia a su hombre.
Frente a esa lucha dentro de una guerra, encontramos la otra lucha, la ideológica que trata de sobreponerse al pragmatismo “Necesito un mendrugo de pan” dice uno de los personajes “Necesitamos libertad”, reflexiona otro a modo de respuesta lanzada al aire. De nuevo el debate sobre el significado de todo aquello que abarca la libertad, frente a la visión de la inmediatez que crea una dependencia, como respuesta al instinto primario de supervivencia.
Una vez más encuentro la fuerza de Carmen Mayordomo en su discurso y en su presencia escénica, que me parece que ante una dirección y un texto adecuados a su carácter va creciendo en el tiempo. Pero también vuelvo a ver esa doble faceta de Iván Ugalde, que es capaz de contraponer los momentos de un papel dramático firme, a un las secuencias de un personaje enloquecido y fuera de sí, que consigue reflejar tan sólo con su rostro y la tensión de su cuerpo.
Y si Fran Arraez, como comentaba, se adapta perfectamente a este papel de Escipión Emiliano, llamado el Africano Menor, parece que el mismo se haya creado para recoger todo su carácter actoral, y él consigue aprovechar cada instante en sendos gestos y discursos.
No conocía a José Gamo en escena, y aquí asume un papel principal entre los masculinos, para mostrar un marcado personaje de peso entre su gente, pero también para despreciar hábilmente lo mundano que retiene al resto. Papel que contrasta con su personaje secundario, como soldado ayudante del general romano. Y es que dentro del simbolismo del guión, los personajes que la muerte arrebata en la parte numantina, van pasando a convertirse en soldados del enemigo, como si se tratase de una captura ajedrecística, convirtiendo la muerte ajena en piezas propias.
También me gusta el papel que cumple Mentxu Romero como Amaima, y es que a ella tampoco la conocía dentro de escena, pero me parece que consigue superar un texto que es menor que el de algunos otros, convirtiendo su actuación en expresión física, incluso en imágenes estáticas o de progresión lenta, desde el centro o un lateral frontal de escena, que permite que discurra la obra sin dejar de señalar su posición. Entre tanto en esta ocasión las intervenciones de Juan Caballero en el papel de Babpo se complementan con su apariciones en encapuchado interpretando a la muerte que acompaña a Escipión, por lo que su doble papel que da algo más oculto y en la sombra.
Como decía, nadie cambia el suceso de Numancia, pero tenemos su visión “hay alguien esforzándose en borrarnos de la historia. Sin futuro, los visionarios somos los primeros en extinguirse”. Cada cual interprete su propia epopeya numantina en los tiempos que corren.