Julio Castro – La República Cultural
“Nuestra sociedad considera que los enfermos son responsables de su propia enfermedad”. Es cierto, vivimos en una sociedad en la que, tras instalar a lo largo de dos mil años y por medio de las religiones el complejo de culpa, ahora, apenas en un par de centenares, hemos aprendido a lavarnos las manos y asumir que, puesto que la culpa existe, siempre es de otros. Y cuando no es de otros, es inmanente a quien la sufre.
Por medio de los escenarios acaban por encontrarse Denise Despeyroux y Fernanda Orazi, uruguaya, autora, actriz y directora la primera; argentina, actriz, autora y directora la segunda. Y tenían que encontrarse en Madrid, en la coctelera escénica de nuestras entrañas, donde todo es posible, y donde absurdos mágicos como los de la una, apenas pueden ser encolados en las paredes de un escenario por la otra. Es que si no, no es sencillo, pero parece que el tándem ha funcionado.
Hace unos años que sigo la trayectoria de la autora uruguaya en los escenarios, como también hace unos años que sigo a la argentina, especialmente como actriz. Y sigo encontrando esa especie de realismo mágico que, de puro social, se torno absurdo en los textos de Denise desde sus primeras creaciones dramáticas. Recurre a ellas y las transforma en la contradicción interna que Fernanda es tan capaz de devolver en forma de desdoblamiento del ser, en el que dos hermanas gemelas son tan contrarias como iguales, el complemento entre ambas, de manera que una no puede existir sin su opuesta.
La Orazi y su copia interactúan a través de videoconferencia, en la que ella se grabó a sí misma para darse el pie y la respuesta a lo largo de este encuentro de absurdos, pero como esos absurdos del alma en que uno se debate y contradice a sí mismo para llegar a la misma duda que tenía al comienzo.
Un portátil, una pantalla, una mesa, el inevitable sofá de la Despeyroux,… un desencuentro que puede ser un “para-siempre”. Ambas son hijas de las constelaciones, por eso una es Luz y la otra Andrómeda, por eso chocan entre sí, pero se acompañan hasta el final de este diálogo-monólogo, que desde el primer momento se hace creíble y realista, pese a la desbordante imaginación de su autora y gracias a la forma de aterrizarlo por parte de la actriz.
Andrómeda: Hay un mal radical que no puede ser perdonado ni olvidado.
Luz: Creo que yo me perdoné por el daño que me hicieron.
Andrómeda: Tenés que perdonarte vos, si no puede ser con el otro, tendrá que ser con vos.
Luz: El perdón es cosa de dos.
Casi en cada momento están tratando con la culpa, la que se busca, la que se vislumbra, la que coacciona para pedir o dar un perdón que, de otra manera, tampoco sería necesario. Pero también llenan de símbolos la escena, imaginando lo que una quiere y la otra no posee, o desarrollando los juegos de la infancia, entre los que ese de La Realidad, apenas fue practicado o llegado a comprender por ambas hermanas. Alrededor la madre y otras circunstancias crecen las excusas para intentar la manipulación, una manipulación que se produce en ambos sentidos, pese a que parezca funcionar tan sólo en uno, y que quiere llevar al control de la manera de ser y actuar de la otra.
Seguramente, la culminación de esa historia se producen en el momento del ejercicio de “la silla vacía”, técnica de la terapia Gestalt utilizada para distintas finalidades que, seguramente, en esta ocasión reúne todas en una, que acabará con nuestra protagonista presente abrazando la ausencia, la de sí misma, la de sus personalidades compartidas y opuestas, y la de la situación que parece avecinarse sin ningún control. Lo curioso es que La Realidad, la que pueda estar detrás de todo, ni siquiera será más que la creencia sobre el grado de ficción que cada una de ellas quiera acoger en su vida.
Entre el intimismo y los lugares comunes, con el juego y los espacios compartidos, con la técnica y con el texto, “con el vestido de ir a encontrarte cuando no te encuentro”, alcanzan fragmentos de realidades personales del público. Y así, siguiendo trazos de trabajos anteriores, nuestra autora y directora transforma la irrealidad de su propuesta, en un resultado que, mediante la intensidad de la actriz se multiplica en innumerables posibilidades. Curiosa en intensa realidad.