Julio Castro – La República Cultural
Dos visiones distintas, y dos formatos distantes, me llevan a mirar de manera diferente el planteamiento de las relaciones desde los ojos del sus respectivos autores. Y es que, para llegar desde esta propuesta de Jesús Amate a la de Fernando J. López (Cuando fuimos dos), habría que tender puentes enormes, en la manera de abordar la propuesta, en la ejecución, en la forma de plantear el sentido de su temática… y sin embargo hay un cierto lenguaje común: el que se refiere a la preocupación de ambos por las relaciones sentimentales de pareja, y la manera de cuidarlas o no.
Si el de Fernando era un trabajo más delicado, en el sentido de cuidado en las formas, en el de Jesús nos encontramos con algo más salvaje, más directo, más dirigido a la opinión del público, frente a lo intimista del otro argumento.
Trata de llegarnos con la cercanía y con la sorpresa y, aunque utiliza diversos recursos, desde la proyección de video o la iluminación en contrastes forzados, hasta los artilugios de carácter aparentemente más agresivos, o la música impactante para ciertos momentos, no intenta alejarse del espectador, y está sometiendo las dudas a quienes están allí en ese momento.
En este caso no estamos ante la gestión de la ruptura, sino ante lo apabullante del momento de abordar la forma de hacer definitiva la relación. Como la mayoría de la gente que me conoce sabe, no soy partidario de la institucionalización de las relaciones, o de la sanción pública de los sentimientos,… vamos, que lo del matrimonio y similares me parece un trámite que sobra y que habría que inventar un trámite legal para cuestiones de pensiones, herencias y demás, que no pasara por estos procesos. Pero eso no quiere decir que la idea sea así para todo el mundo y, al menos, en este caso, el recorrido que se plantea en la obra no se centra fundamentalmente en esta historia, aunque sea el punto de partida y el de fin, sino que profundiza en la manera de mirarse, de mirar al otro, de ponerse en la piel del otro y ver si uno mismo es capaz de limpiarse de los prejuicios fruto de anteriores fracasos.
El planteamiento no promete final feliz o final frustrado, así que es preciso subirse al tren de la historia para entender el cómo y el por qué. Lo que si promete, y cumple, es que es divertida, intensa y dinámica. Que tiene sus momentos íntimos, pero que también tiene sus fragmentos más enérgicos.
En la actuación hay vemos un trabajo muy coordinado y equilibrado, momentos que intencionadamente rompen el hilo fluido para hacer que el público conecte continuamente con el escenario, y momentos de intervención cercana al gradería o de butacas, sin molestar, pero con sorna.
Me parece un argumento muy bien montado y ejecutado, con una dirección adecuada y que, con algo más de iluminación y una programación continuada, seguro que ganaría incluso más y permitiría pulir cualquier mínimo detalle. Sin duda es una propuesta que emociona y que revuelve sentimientos en la mayoría, y para muestra: una bella mujer en la butaca de al lado se pasa casi la obra entera llorando a moco tendido, mientras inserta las risas de algunas escenas. ¿Contradicciones de la vida y el teatro?
Cada vez que se programe, recomiendo ir a verla en el espacio que sea. Ah, por si alguien poco avezado no se ha dado cuenta aún (que nos encontramos de todo), tratamos de una pareja homosexual y del matrimonio. Lo que pasa es que ese detalle no es trascendente, salvo para el juego de palabras entre guay y gay.