Julio Castro – La República Cultural
Una playa de arena en el escenario, que surge a partir de un simple montón acumulado y arrinconado, una palmera artificial, un pequeño tresillo estilo Luis “algo”, pero para gente pequeña, ángeles con alas postizas que tratan de aprender a volar, pero se estrellan porque no comprenden nada… Los personajes llegan montados en su transporte, arrastrados por el barquero, y entre que él los trae y los lleva, van a contarnos su historia.
Es el montaje de Voadora, en el que la ciudad de Tokio, nos explican, ha crecido tanto a lo ancho, largo y alto, que ahora debe crecer en profundidad, de ahí, Tokio 3. A partir de esta máxima, tratarán de construir una versión de la Divina Commedia de Dante Alighieri, en la que el precepto de “comedia” está por encima de lo divino, y que compite con los conceptos del surrealismo, para generar en el público unas sensaciones que parten del texto clásico, convertido en la actual idea de comedia, para desembocar en un trasfondo crítico de una sociedad caduca.
El surrealismo de Voadora
Me declaro fan del surrealismo, concretamente del estilo que gente como esta es capaz de crear, porque conecta muy bien con el movimiento original, ese que clasificamos en el entorno de la plástica o del cine, pero también de una literatura muy específica que es difícil de recrear en otros entornos. Porque sus proyectos son plásticos, pero no pastosos, con la cinematografía que no deteriora el teatro, y con textos que soportan todo, pero que sus creadores saben lo que quieren que contengan. Y es que a veces uno acaba un tanto harto de saber que hay innumerables proyectos vacíos, y en esta época se les terminó la cabida.
Parece que nunca falta ese surrealismo, pero tampoco falta la música en directo en las propuestas de Voadora, aunque aquí la base más importante sea la de la comedia (la divina y, sobre todo, la otra), porque de esta manera logran hacer, como si nada, una versión japonesa/playera que sólo puede asumirse desde las antípodas: no las geográficas, sino las del clasicismo literario.
Contenidos críticos que rescatan lo clásico y lo arriman
Y si arrancan con una intención que muestran escrita en una pizarra al comienzo, “Este mundo no es para otra cosa que flores de cerezo”, donde podemos entender una referencia a El Jardín de los Cerezos, de Chéjov,, donde también esa decadencia de la alta sociedad se ve retratada, y que es compatible con el susodicho tresillo (que acabará instalado en la playa a modo de sillas para el sol), pronto desemboca todo en un texto que habla del amor, al que Marta Pazos disecciona también a partir de esa imagen artificial y de cursilería “hemos tardado mucho tiempo en darnos cuenta de que esto es un simulacro, nos hemos convertido en ciudadanos…” arranca su discurso, para conducirnos hacia otro lugar.
Pronto otro mensaje pasea por el escenario en la pizarra: “Al océano le saben a muy poco nuestras lágrimas”. Y es que, entre actuaciones teatrales, orquesta y canciones, vamos pasando de cielo en cielo de Dante, salvo que las observaciones de la compañía son algo distintas.
Chéjov está presente en las formas, igual que Dante en los contenidos, y en lo primero veo toques de una concomitancia en la estética y la forma escénica, con los Veraneantes de Miguel del Arco, que se fundamenta en la obra de Gorki. Quizá el guiño sea doble, al de los autores decimonónicos precursores de nuestro teatro, y al del director contemporáneo.
Animales en el paraíso y relatos clásicos
El surrealismo acaba por desbordar completamente la creación de Voadora, bajo el sol veraniego. Allí, animales y máscaras tiñen de realidad mágica en la que incluyen algún teatrillo del absurdo, y hay lugar hasta para mensajes comerciales convertidos en “canción de amor”, o de lamento. Los animales priman en la mascarada, y los personajes del autor clásico se ven abocados a ser otra realidad. En un momento dado se le da otra visión a la fábula de la cigarra y la hormiga, en la que el final consiste en compartir y no en devorar, tal y como se entiende al otro lado del globo terráqueo, pero el interlocutor apelado concluye “no me gusta Lafontaine”. Lapidante retrato de nuestro mundo arrasador en “vis cómica”.
Es evidente que su trabajo no carece de poética, sino, al contrario, está detrás de cada momento, ya sea la de la expresión corporal, o la textual, y si la de los personajes de Uxía va más dirigida a lo físico, por ejemplo, la que corresponde a Marta está en la palabra “los animales del paraíso fingen estar muertos, pero están vivos observando el cosmos”, nos explica. A otros les corresponderá más la parte musical, la cómica o la narrativa, aunque es cierto que van rotando los personajes, principales y secundarios (Petrarca, Beatriz…) de manera que también sus formas de expresión varían.
En definitiva
Voadora ha logrado superar expectativas, y si los dos anteriores montajes que han pasado por Madrid (Super 8 y Waltz) prometían lo que es la compañía, comprendo perfectamente cómo ha resultado tan premiado este trabajo, y lo incomprensible es que un par de funciones en Alcalá de Henares (eso sí en el Corral de Comedias) y en Torrejón de Ardoz (en el certamen teatral de directoras), sea lo más cercano que ha llegado a esta ciudad hasta la fecha. Absolutamente incomprensible que ocurra eso, pero los capitalinos nos lo perderemos, porque ya se acerca su siguiente producción.