Julio Castro – La República Cultural
Supongo que hay quienes buscan lograr adentrarse por medio de su teatro en un “admirado” Valle-Inclán, y pasan su vida tratando de lograrlo, mientras que otros se acomodan en su interior sin esfuerzo, naturalmente. También hay quienes en la sociedad intentan poner coto a todo aquello que encuentran criticable en su forma de mirarla (o incluso de ser, si se quiere), como ejemplo para encontrar un motivo de rechazo a todo y a todos, mientras que hay quienes ejercen ese manido sistema de la conciliación absoluta con todo el mundo y con cualquier situación. Hipócritamente ambos extremos, o no, son modelos sociales que acaban por complementarse.
Así se desenvuelve la puesta en escena de Kamikaze Producciones, con Miguel del Arco al frente una vez más, dando unas cuantas vueltas de tuerca, por medio de su versión, al original de Moliere. El director nos propone ver la vida desde la trastienda o, dicho de otra manera, todo se desarrollará en la parte posterior de una fiesta, en la puerta que da a un sucio callejón, que recoge todos los desperdicios del glamour que encierra el evento que se está desarrollando dentro.
Allí fuera acuden, por una parte, el propio Alcestes (Israel Elejalde), protagonista de la obra, junto a su amigo Filinto (Raúl Prieto), que trata de hacer de mediador entre aquel y el resto del mundo. Y por otra parte, salen otros invitados a vomitar sus propios desencantos, en forma de jaculatorias hirientes, o de disputas disfrazadas de malas amistades y elogios, además de desarrollar aquellos enfrentamientos que en medio de la fiesta no parecerían adecuados a la sociedad.
Una vez más, el director a logrado construir sobre la base de algunas cuestiones importantes para la buena marcha de la obra, ya que, por una parte, rebaja protagonismos principales y únicos, cuidando mucho papeles más secundarios, que cobran así interés y no están de relleno, sino al contrario: elenco tiene para ello. Y si fuera poco, consigue compactar el texto de Moliere en su puesta en escena, resumiendo alguno de los personajes en uno sólo, de manera que resultan más completos y sustanciales para la obra, y le da una enorme agilidad al texto, que se enriquece para exaltar las filias y las fobias en escena y en el patio de butacas.
El juego de movimientos y posiciones en escena juegan un papel esencial, dejando claro que nada o casi nada está forzado, pero que tampoco es superfluo, de manera que logra planos principales del personaje de Israel Elejalde, ensombrecido en medio del espectáculo por la luz de Celimena (Bárbara Lennie), que brilla y da esplendor a quienes se le acercan. Con este tipo de efectos, aplicado tanto a lo visual como al contenido del texto adaptado, logra destacar el contraste en el desarrollo, que hará más rotundo el desenlace. Tanto que, en ocasiones, parece haber llevado la escena teatral a la pantalla cinematográfica en el mismo golpe.
Estamos ante una nueva crítica de la sociedad global, pero también de sus individuos, de aquellos tipos definidos y concretos, que no se limitan al propio misántropo y sus excesos o carencias, sino que magnifican en cada uno de los otros personajes su falta de ética, y la manera de ser capaces de aceptar lo peor, aunque se declaren abiertamente en contra. Más allá de definir a individuos por su carácter, alcanza a retratar a grupos sociales o parcelas de poder que, concentrados en la época de Moliere, podrían ser comprendidos en la falsa estética que rodeaba al monarca (así está construido en el original), mientras que traído a esta época, la figura de poder se diluye y cambia de manos (o de cabeza visible) más fácilmente, aludiendo así a una mayor banalidad de la estructura social y sus valores, que quieren parecer fuertes, en tanto que la experiencia demuestra que no existen más allá de la satisfacción del propio ego y de lo material.
En este juego de valores, llega a hacerse especialmente odiosa y despreciable la representación de la falsa recatada (un gran símil de la iglesia y sus mentiras), a través del personaje de Arsinoe (Manuela Paso), de igual forma que Miriam Montilla, que asume el papel de Elianta (por cierto, con un juego distinto al del original entre ella y Filinto, al desempeñar una relación diferente y más interesante), acaba ganando protagonismo a medida que se decanta por una mayor honestidad, que media entre el fanatismo de Alcestes y la mentira envolvente del resto, robándole la intención al propio Filinto.
En fin, los personajes juegan en el fondo del callejón, en un formato cercano a ese esperpento que sugieren los espejos deformantes del “Callejón del Gato” que veía Valle en sus Luces de Bohemia, por medio de los cuales la sociedad ríe y se divierte, mientras está ante una deformación de su propia existencia. Ahí se me sitúa este Misántropo, que no ofrece respuestas, sino visiones para destapar ojos vendados, no limitándose a poner marco al espejo: fabricando el fondo del cristal. Respecto al diseño escénico, no nos llevemos a confusión, la escenografía aparentemente simplificada en el símil que genera ese callejón con basuras no es el único concepto, ya que se juega con los elementos del mismo para crear espacios y mobiliario, pero, además, los videos utilizados para proyecciones de sombras, o del tema musical (una genial locura en medio de la tragicomedia de este misántropo), propician muchas más ideas y lecturas del diseño, propiciando un escenario mayor.
Todo el elenco tiene su momento y sabe dar bien la cara en su papel, colectiva e individualmente. Y aunque puestos a escoger, sigo siendo un fiel partidario de Veraneantes, tengo que decir que Kamikaze ha vuelto a acertar en su trabajo, porque dice y hace sin tapujos, además de crear y no sólo recrear, desde autores clásicos.