Carlos Fortea – la RepúblicaCultural.es
Un equipo de gentes con memoria anda levantando las piedras de una iglesia de Madrid, en busca de los huesos de Miguel de Cervantes. “Buscadme en las cunetas, donde quedaron muchos de los mejores”, comentaba El Roto unos días después.
Ese parece ser el destino de todos los verdaderos Grandes de España. Si uno va a París, sabe que hay cementerios que son cita obligada para rendir homenaje a los grandes de su literatura. Si uno pasa por Londres no dejará de ir al Poets’ Corner de la Abadía de Westminster a inclinar la cabeza ante Charles Dickens. Si alguien llega hasta San Petersburgo no dejará de ir al cementerio en el que descansan Feodor Dostoievski y Piotr Tchaikovski.
Nadie puede hacer eso en Madrid, ni en toda España. Nadie puede acudir a visitar la tumba de Cervantes, ni la de Quevedo, ni la de Lope, ni la de Velázquez ni la de Machado, ni la de García Lorca ni la de Calderón, porque sus huesos yacen en fosas comunes, de las que al menos es noble decir que yacen confundidos con los huesos del pueblo del que salieron, en ese modelo tan español de justicia poética que tantas veces es la única justicia de las Españas.
Sin duda todo esto es muy triste, pero cuando, para consolarnos, lo atribuimos a los males de la Historia, lo que estamos haciendo en realidad, y de eso tenemos la culpa todos, es mirar compungidos para otro lado. Porque, si así no fuera, impediríamos que siga ocurriendo, y no estamos haciéndolo.
Se publica estos días que, después de 30 años de abandono, la casa de Vicente Aleixandre va a ser puesta en venta, antesala posible de la demolición, y durante ese tiempo hemos tenido que aguantar gobiernos de la izquierda que no han hecho nada por impedirlo, alcaldes que presumían de melómanos y de interesados por la cultura que ya sabemos dónde han ido a parar e incluso un ex presidente del Gobierno que blasona de ser compulsivo lector de poesía (¿Pemán, tal vez?), lo cuenta en sus memorias y está casado con la enésima alcaldesa que tampoco tiene intención de hacer nada.
¿A cuánto asciende, descontados los ingresos por actividades, el presupuesto anual de una casa-museo, entendida como un centro de cultura? ¿A los intereses trimestrales de una cuenta en Suiza? Entonces, ya lo entiendo.