Julio Castro – La República Cultural
Unos viven y mueren dentro de Internet, otros atados a su trabajo, a la cultura del poder o del consumo, a la ausencia de relaciones afectivas que se suplen por medio de chats, o de encuentros auténticos que no sean por trabajo. Siempre carentes del hilo necesario para tratar lo afectivo en un tiempo propio, en lugar del ajeno que otros marcan por medio de esta sociedad: “Estoy vacía de relaciones humanas… La nausea de Sartre es ahora un vómito en toda regla” afirma Perla, el personaje de Laura González, entorno a la cuestión de la soledad que no se puede hacer nada por evitar.
Lo peor es la ignorancia del rol que cada cual ocupa en la sociedad zombi, así que el personaje de Lucas Smint se pregunta “¿Sabe el zombi que es zombi? ¿sabe que está muerto?”. Indudablemente no lo sabemos.
Así que no es extraño el recorrido que toma la nueva creación escénica de la compañía La Belloch, que escribe Virginia Frutos, y que se basa en el libro de Jorge Fernández Gonzalo que, a partir de la filmografía de George A. Romero, desarrolla un paralelismo entre el universo zombi y la crítica a esta sociedad impuesta en la que sobrevivimos, así lo explica en la introducción de su libro “La relación entre los capítulos o fases se poco más que anecdótica: desde la filmografía de George A. Romero encadenamos una serie de temas que no sólo pertenecen a sus películas, sino que permiten articular toda una crítica, más o menos sistemática, al orden establecido, a sus discursos, sus quimeras aceptadas”**
La compañía, dotada de una increíble energía, ha compuesto esta aparente comedia que, en distintos planos que parten de un núcleo central, propone mirarnos hacia dentro, mirar a nuestro entorno, no dejar de reírnos de lo que vemos, con la condición de aceptar que somos risibles mortales, y que hace tiempo que morimos, pero que tenemos esa pequeña oportunidad para resucitar el resto del camino.
Se trata de un formato que incluye el teatro cómico, la tragedia, la poesía y la música. Para no engañar a nadie, la introducción de estos dos últimos formatos rompe con la escena cuando entran o, si se prefiere, pueden servir a unas transiciones que no sólo son amables, sino que agradecemos que vengan de la voz musical de Maryan Frutos, o de la voz poética de Lucas Smint.
Todo parece un tanto loco, muy divertido sin duda, pero hay muchísimo más tras la pura comedia que las tres actrices dinamizan especialmente en sus papeles protagonistas. El formato elegido, dirigiéndose hacia los espacios vacíos en diferentes direcciones, o la posibilidad de salirse de escena, de trabajar fuera, detrás del público, obligan al espectador a salirse de su pasividad como mero receptor (esto ya lo hacía la compañía con aquel Verano en diciembre de Carolina África), pero hay otros elementos que favorecen este juego, porque si bien logran absorber la concentración hacia sus historias,
Dream a little dream of me, que canta Maryan Frutos casi al nivel de la Fitzgerald, y que puede dar la visión más cómica del yo y del encierro en el ego de cara a los demás. Pero también Moon River, donde parece que cruzamos el ecuador de la historia, As time goes bye, que parece dejarnos con la nostalgia del tiempo perdido, tal y como hacía Dooley Wilson en esa joya de Casablanca, o Somewhere over the rainbow, que puede ofrecer la idea de paraísos por llegar más allá de las montañas, siempre que vayas a buscarlos.
Pero voy a insistir en subrayar el papel de las tres actrices, porque de lo contrario quedará la sensación de que todo se reviste de fuegos artificiales para ocultar que del teatro no hay nada, y en absoluto es así. No sólo, sino que me parece que es el trabajo en el que he visto más centradas e integradas a las tres, y descubro que brillan mucho más que en propuestas anteriores (ni que decir tiene que estas cosas a veces dependen del día de la función,… es lo que tiene el teatro, que siempre puedes encontrarte con que te dan mucho más). Hay momentos, ya sea colectivos o individuales, en los que realmente se salen del todo, ya sea Almudena Mestre en la indiferencia que parece mostrar y transformar más adelante, como Virginia Frutos en su papel de superioridad y autosuficiencia, o Laura González Cortón en el intento de superación del rechazo en cada trabajo.
Por último quiero avisar de que el público no irá a ver una tragedia griega sobre lo mal que vivimos, una comedia banal para pasar el rato, ni una historia de zombis que hay que ir matando a tiros o aplastando la cabeza. Aquí, l@s amantes de las series “Beta” o “Beta-menos”, l@s frikis de los juegos para videoconsola, l@s filósof@s de pañuelo en ristre, pueden descubrir a través de la crítica de La Belloch, que existían universos paralelos (quiero decir, alternativos), donde la realidad la construye cada cual, pero, oiga, que todo el mundo puede enterrarse en vida donde quiera, o limitarse a reir.
Y por si acaso, lo dice en su poema El viaje definitivo Juan Ramón Jiménez: “Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol / verde, sin pozo blanco, / sin cielo azul y plácido… / Y se quedarán los pájaros cantando”. Así que aquí se recoge para el texto de la obra y lo recita Lucas Smint, pero aunque sea una buena despedida, también puede ser un gran momento para comenzar a vivir.
** Filosofía zombi, Jorge Fernández Gonzalo. Editorial Anagrama (Barcelona, 2011)